Se podría decir que toda persona que se entrega a la perversidad — al mal en cualquiera de sus diversas formas no está en un estado de buena salud mental, no está en su juicio cabal. Personalmente puede considerarse muy racional y aun así lo pueden considerar sus semejantes; no obstante, en cierto sentido, está experimentando un tipo de demencia y es necesario reconocerla como tal y sanarla.
En Ciencia y Salud Mary Baker Eddy nos dice: “Hay muchas especies de demencia. Todo pecado es demencia en distintos grados. El pecado se salva de esta clasificación sólo porque su método de locura está de acuerdo con la creencia mortal corriente”.Ciencia y Salud, pág. 407 ;
Al que está procediendo mal pero que se considera perfectamente normal y sano, puede parecerle algo sorprendente el darse cuenta repentinamente de que sus pasiones, apetitos equivocados, o egoísmo, su envidia, odio o venganza son, hasta cierto punto, formas de demencia. Es cierto que estos peculiares síntomas de demencia pueden no parecer tan violentos que requieran aislar y confinar a la persona. La sociedad acepta muchos actos pecaminosos como normales y los condona. En efecto, la sociedad cree firmemente que estos males forman parte de la naturaleza humana básica.
No obstante, la Ciencia Cristiana explica que es natural e inteligente que una persona sea pura, afectuosa, generosa, justa y recta. Enseña que no existe placer verdadero en el pecado, ni satisfacción duradera al buscar sensación o provecho en la materia, donde no puede encontrarse. Muestra cuán frustratorias, cuán engañosas, cuán fraudulentas, son las así llamadas alegrías y ventajas del mero sentido material para la persona que está completamente en su juicio cabal.
La Ciencia Cristiana enseña que el gozo y progreso verdaderos se encuentran en el amor por el bien, por las cosas del Espíritu, en el deseo de bendecir a otros. Mediante la pureza de corazón se está más capacitado para comunicarse con Dios, para hablar con Él como un hijo habla con su padre. La impecabilidad nos guía al encuentro de nuestra identidad espiritual verdadera como la expresión de Dios.
¿Cuál es este pecado que quisiera pretender trastornar o desarreglar la mente? ¿Acaso se limita al adulterio, al robo o al asesinato? Significa mucho más que esto. La palabra más frecuentemente traducida como “pecado” en el Nuevo Testamento básicamente quiere decir “errar el blanco”. En la Ciencia, ese “blanco” es Dios perfecto y hombre perfecto. Un himno define el pecado con exactitud:
Lo que te anuble la verdad
o empañe tu honradez,
por tenue que lo quieras ver,
pecado en ti será.Christian Science Hymnal, No. 383;
Los celos, el resentimiento, la falta de bondad, las habladurías dañinas, como también la crítica destructiva, la apatía, la indolencia, la improbidad — todos estos y otros males son pecado. Y cuando uno se entrega a ellos, lo colocan a uno en un estado de confusión mental. Se está errando el “blanco” de la Mente divina perfecta y su idea impecable, el hombre verdadero. Estos males son las “zorras ... que echan a perder las viñas”. Cant. 2:15; Si no se las resiste pueden ocasionar inestabilidad mental, ocasionando a menudo enfermedad física.
La Sra. Eddy escribe: “La esclavitud del hombre a los más implacables amos — la pasión, el egoísmo, la envidia, el odio y la venganza — sólo se vence mediante una lucha enorme. Cada hora de dilación hace la lucha más difícil. Si el hombre no triunfa sobre las pasiones, éstas destruyen su felicidad, su salud y su fuerza moral. Aquí la Ciencia Cristiana es la panacea soberana, dando fuerza a la debilidad de la mente mortal, — fuerza que emana de la Mente inmortal y omnipotente, — y elevando a la humanidad por encima de sí misma hacia deseos más puros, sí hacia el poder espiritual y la buena voluntad entre los hombres”.Ciencia y Salud, pág. 407 ;
Aunque todo pecado puede clasificarse como una forma de demencia, en el sentido más categórico, la demencia no es necesariamente ocasionada por el pecado. Una persona que esté fuera de sus cabales puede estar convencida de que es alguien que en realidad no es — tal vez un gran artista o caudillo — y puede ser que actúe de acuerdo con su creencia. El que está trastornado es posible que se aferre firmemente a su obsesión, a pesar de lo que alguna otra persona pueda decirle, o por muy tesoneramente que se lo implore, o por muy racionales que sean lo argumentos para probarle que no es lo que él cree que es.
En la Ciencia Cristiana, mediante el Cristo, o la Verdad, uno puede sanar un caso de esta índole. Muchos han sido los casos de demencia sanados por medio de la oración silenciosa, mediante persistentes y concienzudas declaraciones de la Verdad — afirmaciones de la integridad, perfección, juicio cabal del hijo de Dios, y negaciones de las imágenes discordantes proyectadas por la mente mortal, la creencia errónea de inteligencia y actividad en la materia.
Quien cree que le encanta pecar, está sufriendo de una obsesión; está creyendo que es alguien que no es. Si no puede tratar su propio caso en la Ciencia Cristiana, necesita ayuda mediante la oración y el razonamiento. Debiera ayudársele a comprender que no tiene una mente material propia sujeta al desorden — ayudársele a ver que no tiene una mente restringida que puede albergar pensamientos pecaminosos para confundirlo y quizás enfermar su cuerpo.
En las Escrituras se nos dice: “No nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de poder, y de amor y de una mente sana”. 2 Tim. 1:7 (Según la versión King James de la Biblia);
La única Mente del hombre, la única consciencia que en realidad existe, es Dios. La comprensión de este hecho espiritual — un reconocimiento constante del mismo, aunque el error, el mal, le insinúe que realmente no lo cree — lo libra de la creencia de que es un pecador, que puede perder el juicio y hacerlo olvidar quién es en realidad. Esta comprensión lo protege de aquellos momentos en que se enfrenta a la tentación de actuar contrariamente a sus mejores o naturales inclinaciones y sumirlo en la degradación, pesar y condenación de sí mismo. Momentos que lo harían actuar sensualmente en lugar de conducirse como hijo de Dios.
¿Y qué decir acerca de la persona de elevados principios morales que se esfuerza por amar a Dios con todo su corazón, y no obstante, se encuentra involuntariamente tentado más allá de lo que parecería ser su inmediata habilidad para resistir el mal? ¿Acaso su Padre lo ha abandonado y deberá sentirse desdichado e infeliz debido a esta momentánea pérdida de juicio?
La Sra. Eddy, con su gran amor por la humanidad, trae consuelo y estímulo con la tierna confianza que se encuentra en el libro de texto de la Ciencia Cristiana — confianza que ha capacitado a muchos que han dado un traspié en su recorrido hacia las alturas, para levantarse, sacudirse el polvo y seguir adelante. Ella escribe: “El mal que prevalece en los sentidos corporales, pero que el corazón condena, carece de fundamento; pero si el mal no se condena, queda sin refutación, y así se fomenta más bien”.Ciencia y Salud, pág. 448. Este consejo señala la necesidad, no de condenación de sí mismo ni de censura de sí mismo, sino del perdón y amor por sí mismo. Pero al mismo tiempo señala en forma definitiva el hecho de que el mal debe ser reprendido cada vez que levante su cabeza y se denomine “nuestro pecado”.
Debemos reprender, condenar, el error y afirmar que el hombre es inocente. Al instante podemos declarar que el hombre, el único hombre que existe, es puro, íntegro, recto, semejante a Dios y en posesión de su Mente cabal. Podemos reclamar nuestra perfección, nuestro estado normal del ser. Y con esta clase de afirmación sincera y devota de nuestra identidad espiritual verdadera y con la negación de la creencia mortal de que podemos ser confundidos aun temporariamente, podemos experimentar una rápida recuperación de la normalidad, del juicio sano. Podemos cesar de pensar que somos alguien que no somos. Y podemos saber verdaderamente quiénes somos.