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Libertad: el reino del Amor dentro de nosotros

Del número de noviembre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Libertad — ¡qué estado tan maravilloso! Todos queremos vivir en “ese” estado. Pero parece difícil ubicarlo. Aun siendo tan deseable, ha eludido a la humanidad durante siglos.

¿Por qué?

¿No será que lo hemos buscado donde no se encuentra, en cosas materiales o físicas, o meramente en condiciones humanas? La libertad es un estado espiritual aquí, ahora mismo, y eso es “lo que” tenemos que buscar. Es el reino del Amor divino que ya está dentro de los hijos de Dios y es allí “donde” lo encontraremos.

La lucha para obtener la libertad social, económica y política terminará tan pronto como los individuos se liberen de la esclavitud mental, moral y física y en la proporción exacta en que lo hagan. Son los hombres libres los que hacen un mundo libre. Pero ¿qué es lo que hace a un hombre libre?

Ver lo que una cosa no es, muchas veces señala lo que es. Por ejemplo, la libertad no es una “cosa”; no está en la materia ni procede de ella, como tampoco procede de ningún estado o condición material. No es causa o efecto material, ni permiso ilimitado para ser o hacer lo que le agrada a la mente humana no iluminada. No se conquista mediante la voluntad humana, por la guerra o por la fuerza. No pasa por alto la felicidad, el bienestar y la armonía de los demás. No es egoísta; no siente envidia, temor u odio, no mata, miente ni defrauda; no peca o sufre y no puede morir.

Tales estados erróneos no forman parte del reino del Amor; no producen libertad. Son los elementos del cautiverio, de la esclavitud; los elementos negativos que se destruyen a sí mismos y que constituyen y condicionan el infierno en la tierra.

Entonces, ¿cuáles son los elementos que constituyen la libertad?

Pues bien, ¡son los elementos — las cualidades — del cielo en la tierra! Lo diametralmente opuesto a aquellos que constituyen la esclavitud del infierno. Después de dar una larga lista de las negativas “obras de la carne” similar a la que acabamos de ver, el Apóstol Pablo dice: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Gál. 5:22, 23; He aquí los elementos de la verdadera libertad — todas las cualidades que caracterizan el reino de Dios dentro del hombre.

“El ser de Dios”, dice la Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, “es infinitud, libertad, armonía y felicidad sin límites”.Ciencia y Salud, pág. 481; Ahora bien, si el ser de Dios es libertad, el hombre, como expresión de Dios ¡debe ser libre!

Con el título marginal de: “Libertad innata” en la página 227 de Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy dice: “Dios creó al hombre libre. Pablo dijo: ‘Soy libre de nacimiento’. Todos los hombres debieran ser libres. ‘Donde estuviere el Espíritu del Señor, allí hay libertad’ ”

¿No es ésta, por cierto, otra manera de afirmar lo que el Maestro proclamó tan gráficamente cuando dijo: “El reino de Dios está entre vosotros”?  Lucas 17:21;

En efecto, la libertad es la condición natural y normal de su ser y del mío, hecho a la imagen de Dios. Es el espíritu de Dios en nosotros. Si vamos a sentir y a experimentar la libertad en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás solamente en términos de valores y fuerzas fuera de nosotros — como parecería indicar la búsqueda frenética de ella que se ha realizado a través de los siglos — no debiéramos extrañarnos el no haberla encontrado. Pero tan sólo piense en ello — en el reino de Dios, el reino y la soberanía del gobierno libre de Dios, que ¡está dentro de la consciencia de cada uno de nosotros, la imagen de Dios!

¿Qué forma toma este reino de Dios dentro de nosotros en nuestra vida, en nuestras relaciones con nuestro prójimo, en nuestras instituciones humanas — sociales, políticas, económicas y religiosas?

¿No es bien evidente que la forma de las cosas está determinada por su substancia? La letra no significa nada sin el espíritu. Pablo no dijo: “Donde estuviere la forma del Señor, allí hay libertad”. En realidad, el grado de la presencia o ausencia del espíritu de Dios en la consciencia humana determina la medida de libertad que se expresa exteriormente, ya sea un cuerpo físico, un gobierno nacional, la organización de una iglesia o hasta la sociedad misma.

La esclavitud, desde sus formas más bajas o más obvias hasta sus manifestaciones más altas o más sutiles, se levanta principalmente como un símbolo explícito del temor, del odio o de la codicia, sea quien sea que la exprese. La emancipación se logra únicamente por medio del amor, — el amor expresado como la suprema manifestación humana del Amor divino, Dios, — la clase de amor del Cristo que Jesús expresó. El amor de Cristo Jesús excluyó de su consciencia todo vestigio de odio o temor que pudiera albergar subjetivamente, y esto lo protegió de todo pensamiento de temor u odio que le dirigían objetivamente sus adversarios. Él sufrió la crucifixión voluntariamente para demostrar que no hay muerte, a pesar de que sabía cómo evitar esa experiencia.

La etimología remonta el término inglés free — “libre” — a su origen, que significa “amado”. La palabra inglesa friend — “amigo” — también proviene de la misma fuente. En los hogares de la primitiva Europa central vivían juntos los seres amados y los esclavos. De ahí que, “libre” vino a significar no esclavizado. Pero el significado de la esclavitud es doble. La historia de José en la Biblia es una famosa ilustración de cómo, donde no hay esclavitud interior, la situación exterior de un esclavo puede transformarse. Fundamentalmente, esa regla es aplicable a todas las relaciones humanas; tenemos que dar nuestro consentimiento para convertirnos en esclavos de nuestros propios conceptos materiales y falsos acerca de nosotros mismos, antes de que podamos convertirnos en esclavos de los conceptos falsos que tienen otras personas respecto a nosotros.

La emancipación tiene también un doble significado: (1) la liberación de un individuo de la sujeción a otro y (2) la liberación mental por la cual nuestro propio criterio, consciencia o inteligencia determina el curso a seguir o la norma que se debe mantener.

La mayor libertad que podemos obtener es subjetiva y es la liberación de las creencias del sentido material que se esclavizan a sí mismas. Ésta es la libertad que ya le pertenece al ser de todo hombre, mas para descubrirla y reclamarla tenemos que ejercitar la libertad humana más preciada: la libertad de pensamiento, es decir, la libertad de elegir entre el prudente ejercicio del sentido espiritual y el negligente vaivén del sentido material. El elegir correctamente entre estas dos posiciones opuestas, significa decidir entre la libertad dada por Dios y la esclavitud del sentido material que nos imponemos a nosotros mismos. Nadie puede jamás ser esclavizado por su propio sentido espiritual ni por el de otro.

Si no reconocemos el hecho de que la libertad es simplemente otro nombre para el reino de Dios dentro de nosotros, nos estamos dejando autoesclavizar, aunque nuestro cautiverio parezca ser impuesto desde afuera por personas o circunstancias sobre las cuales aparentemente tenemos poco o ningún dominio. Éste, en realidad, no es el caso.

¿Dónde encontró Jesús la libertad? ¿Dónde la encontró su discípulo Pedro? ¡En la tumba y en la cruz; en los barrotes de hierro de la prisión! ¿Fueron ellos realmente víctimas de la esclavitud impuesta desde el exterior? Las apariencias parecían indicarlo así, pero ellos probaron lo contrario. Allí mismo donde parecían estar físicamente hallaron su libertad — dentro de su reconocimiento espiritual de que “el reino de Dios entre vosotros está”.³

Refiriéndose a esta declaración de libertad hecha por Cristo Jesús, el más grande de los libertadores, la Sra. Eddy dice: “Sabed entonces, que poseéis poder soberano para pensar y actuar correctamente, y que nada puede quitaros esta herencia ni traspasar el dominio del Amor”.Pulpit and Press, pág. 3.

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