Dios es el único creador y legislador. Esta verdad debe impedir a cualquier persona juiciosa, que tenga fe en Dios, de darle seria consideración a los síntomas físicos, o a la creencia de que el mal es real en forma alguna, o que exista una ley que pueda causar infortunios al hombre o al universo.
Quienquiera que razone correctamente desde la causa divina al efecto, ciertamente tiene que comprender que a pesar de la evidencia de los sentidos, aun la pretensión más agresiva de pecado, enfermedad, discordia o muerte, es contraria a la ley divina del bien. Uno tiene que comprender por qué la Sra. Eddy escribe: “Desechadla con la convicción firme de que es ilegítima, porque sabéis que es tan imposible que Dios sea el autor de la enfermedad como que lo sea del pecado”.Ciencia y Salud, pág. 390.
Si uno se encuentra frente a síntomas físicos discordantes — de inflamación o indigestión, de decaimiento o dislocación, o de enfermedad que se supone hereditaria o inducida por una llamada ley sanitaria — pueden ser rechazados instantánemente (y debieran serlo) sobre la base de su ilegitimidad bajo la ley del bien, que es Dios.