Mi gratitud hacia la Ciencia Cristiana es infinita. Un maravilloso mundo nuevo de bondad y amor me ha sido revelado por medio del estudio de la Biblia junto con Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. He tenido curaciones tanto mentales como físicas. También he tenido muchas pruebas de guía y protección. He aquí dos experiencias que valoro de un modo especial:
Un verano en que me hospedaba en casa de unos parientes, uno de los cuales era contrario a lo que él se imaginaba que era la Ciencia Cristiana, desperté de mañana sintiéndome muy enferma con lo que parecía ser síntomas de apendicitis. No hubo ningún diagnóstico debido a que jamás pensé en consultar a un médico. Traté de levantarme pero después de un corto tiempo me desmayé. Mi hermana me ayudó a acostarme de nuevo y comenzó a leer la Lección-Sermón semanal en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, lección que había estudiado muy a fondo por causa del antagonismo que había percibido. Al principio no pude comprender nada. Todo parecía girar a mi alrededor. No obstante, cuando oí las palabras: “El Amor es el libertador”, del libro de texto Ciencia y Salud (pág. 225), la luz irrumpió plenamente y de súbito me sentí rodeada del maravilloso amor de Dios. La curación fue instántanea, me levanté, desayuné abundantemente y al día siguiente inicié un largo viaje por tren. La sensación de que existía antagonismo desapareció después que comprendí más y más que no nos asociamos con personas buenas y malas, sino con ideas de Dios, que siempre son buenas.
Otra curación probó ser una valiosa lección para mí. Hace algunos años el brazo derecho cesó de moverse normalmente hasta que por último ya no podía alzarlo más arriba del codo. Me di cuenta de que mis oraciones y mi propio trabajo mental para resolver el problema habían sido demasiado esporádicos; y no muy cristianamente científicos. Así es que comencé a estudiar pasajes de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy acerca de “diestra” y “mano”. Cuanto más estudiaba el versículo de Isaías (41:10) “siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”, tanto más me impresionaban las palabras “mi justicia”. Comprendí que había estado creyendo en la justificación propia tanto en mí como en los demás, en vez de creer en la justicia de Dios, la cual el hombre sólo puede expresar por reflejo. Así es que empecé a orar para percibir la nada de la “dureza adamantina del error” de la que se habla en el libro de texto (pág. 242): “El egoísmo es más opaco que un cuerpo sólido. En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por deshacer con el disolvente universal del Amor la dureza adamantina del error — la obstinación, la justificación propia y el egoísmo — que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte”.
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