En nuestra vida diaria frecuentemente nos vemos ante situaciones que requieren una idea con urgencia. Puede haber varias razones: un ama de casa está planeando una ocasión especial; un estudiante encara una tarea importante; un hombre de negocios necesita una idea para un proyecto vital. Nuestro empleo mismo puede parecer que dependa de hallar una idea.
Cualquiera que pueda ser nuestra necesidad particular, muy a menudo nos estamos lamentando de que: “No tengo una idea; no puedo pensar en algo nuevo. Ya todo se ha hecho. Por cierto que ni siquiera sé por dónde empezar”.
Podemos hacer algo acerca de estas incertidumbres. El lugar por dónde empezar es, por supuesto, en nuestro pensamiento. En lugar de dejar que nuestro pensamiento se desenfrene en ansiedades, tenemos que dominarlo. Las presiones que acaban en temor tienden a obstruir y paralizar la libre corriente de ideas. Pero podemos destruir estos temores. Son sugestiones agresivas que se originan en la mente mortal, o en la creencia en una vida separada de Dios, Espíritu divino. Para destruirlas, necesitamos reemplazarlas con la verdad de que somos hijos de Dios, intrépidos y perfectos.
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