Carlos, de nueve años de edad, había recibido un nuevo juguete, con flechas de goma y un blanco al cual tirar las flechas. Colocó el blanco en una pared del patio y empezó a practicar. La primera flecha no dio en el blanco. Pero mejoró su puntería al ir practicando, y pronto una de las flechas dio en el centro mismo del blanco.
Justo entonces pasó Enrique, el vecino de al lado. Generalmente, los otros chicos se apartaban de Enrique porque siempre empezaba peleas y pegaba duro. Si los otros chicos se defendían, Enrique entonces iba corriendo a su madre para que le ayudara. Pero hoy Carlos estaba contento de ver a Enrique. Por cierto que sería más divertido competir con alguien, que tirar al blanco solo.
Pero Enrique era torpe y no daba en el blanco. Esto lo enojaba tanto que seguía tirando sin parar. Carlos le recordó que los dos tenían derecho a tirar flechas, pero Enrique rehusó. Y cuando Carlos trató de tomar el arco, Enrique le golpeó en la cara. Carlos se enfureció tanto que le devolvió el golpe. Entonces Enrique corrió a casa llorando a gritos.
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