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Una victoria

[Original en alemán]

Del número de noviembre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Carlos, de nueve años de edad, había recibido un nuevo juguete, con flechas de goma y un blanco al cual tirar las flechas. Colocó el blanco en una pared del patio y empezó a practicar. La primera flecha no dio en el blanco. Pero mejoró su puntería al ir practicando, y pronto una de las flechas dio en el centro mismo del blanco.

Justo entonces pasó Enrique, el vecino de al lado. Generalmente, los otros chicos se apartaban de Enrique porque siempre empezaba peleas y pegaba duro. Si los otros chicos se defendían, Enrique entonces iba corriendo a su madre para que le ayudara. Pero hoy Carlos estaba contento de ver a Enrique. Por cierto que sería más divertido competir con alguien, que tirar al blanco solo.

Pero Enrique era torpe y no daba en el blanco. Esto lo enojaba tanto que seguía tirando sin parar. Carlos le recordó que los dos tenían derecho a tirar flechas, pero Enrique rehusó. Y cuando Carlos trató de tomar el arco, Enrique le golpeó en la cara. Carlos se enfureció tanto que le devolvió el golpe. Entonces Enrique corrió a casa llorando a gritos.

Carlos tenía ganas de correr a casa y contarle a su mamá lo ocurrido con Enrique. Pero, había oído con frecuencia en casa la Bienaventuranza proclamada por Cristo Jesús: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Mateo 5:9; Carlos estaba preocupado y se sentó en un banco en el jardín. Ya no le parecía tan divertido tirar flechas, y su conciencia le remordía.

Sus padres le habían contado muchas cosas acerca de Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana. Ella había sido la pacificadora entre sus dos hermanos, George y Sam, cuando éstos se peleaban. Solía preguntar a cada hermano si éste quería al otro, y eso producía en ellos el anhelo de no pelear. Jewel Spangler Smaus, Mary Baker Eddy: The Golden Days (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1966), pág. 39;

A Carlos le parecía muy difícil querer a Enrique. Pero sabía que Dios ama a todos Sus hijos por igual y, por lo tanto, Dios debía de amar a Enrique tanto como le amaba a él. “El Amor tiene que triunfar sobre el odio”,Ciencia y Salud, pág. 43. escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. De pronto, Carlos comprendió claramente lo que tenía que hacer. Se levantó y con valor corrió a la casa de Enrique.

Mientras tanto Enrique había vuelto a su casa sollozando y se quejaba de Carlos a su madre. Ella se enojó mucho y estaba a punto de ir a conversar con la madre de Carlos para quejarse de él. Pero entonces se oyó un golpe en la puerta. Carlos entró y saludó cortésmente. Luego extendió su mano a Enrique y le dijo: “Nos queremos llevar bien, ¿no es cierto? Sabes, ¡somos amigos!”

Enrique, perplejo y avergonzado, le estrechó la mano a Carlos. Los dos chicos salieron corriendo hacia el blanco. Se pusieron a jugar, turnándose, y esta vez se llevaron muy bien. Y Enrique pronto aprendió a dar mejor en el blanco.

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