Cuando José llegó a ser primer ministro de Faraón, sólo el Rey de Egipto tenía más autoridad que él. Con la bendición de Faraón contrajo matrimonio con Asenat, hija del sacerdote egipcio de On, la que le dio dos hijos, Manasés y Efraín, durante el curso de los siete años de abundancia que José había vaticinado. El nombre “Manasés” indica “el que hace olvidar”, como lo explicó José (Génesis 41:51), “Dios me hizo olvidar ... toda la casa de mi padre”; mientras que “Efraín” significa “fructífero”.
Cuando el hambre que José también había previsto, aumentó severamente, vinieron urgentes pedidos de alimentos desde todas partes de Egipto y aun de tierras lejanas. Entre los peticionarios estaban los miembros de su propia familia. Al satisfacer prontamente las necesidades de muchos desconocidos de su país de adopción y de otros lugares, un hombre como José no podía olvidar a toda su familia y a la casa de su padre, ¡a pesar del nombre que le había dado a Manasés!
En Génesis, capítulo 42, se describe vívidamente el primer encuentro de José con sus hermanos desde el día en que lo vendieron como esclavo. Al solicitar alimento todos se inclinaron ante él, tal como José había predicho (ver Génesis 37:7) aunque no lo reconocieron. Poniendo a prueba la sinceridad de ellos, José los acusó de espías. Cuando afirmaron su inocencia, agregando que todos eran hijos de un mismo padre y que el hijo menor se había quedado en casa, José insistió en que este hijo, Benjamín, viniera a fin de verificar sus declaraciones. Continuó probándolos por tres días, consintiendo finalmente en retener sólo a Simeón, como rehén, permitiendo que los otros llevaran alimentos a Canaán para satisfacer sus necesidades más apremiantes, bajo promesa de que volverían con su hermano Benjamín.
Todavía no reconociendo la identidad de José, comenzaron a arrepentirse de su crueldad, de haberlo vendido como esclavo y mandado a esta tierra de la cual ahora recibían ayuda. “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano”, se decían unos a otros; “... por eso ha venido sobre nosotros esta angustia” (Génesis 42:21). De regreso a Canaán se turbaron aún más al descubrir que el dinero que habían pagado por el trigo les había sido devuelto en sus sacos; su consciencia culpable les hacía suponer que se trataba de una trampa para indisponerlos y asegurar su castigo.
Cuando dieron cuenta a Jacob de todo lo sucedido, éste se negó primero a permitir que Benjamín regresara con ellos a Egipto. En verdad, sólo cuando se terminaron las provisiones, consintió Jacob, contra su voluntad, a que Benjamín los acompañase. Y es así que los hermanos nuevamente se presentaron ante José trayendo regalos, dinero para devolver el que les habían colocado en sus bolsas de trigo y dinero adicional para comprar más provisiones. Sus motivos habían de ser puestos a rigurosas pruebas nuevamente como parecían haberlo anticipado, incluso dudando de la generosidad que implicaba el banquete que José les ofreció (ver Génesis 43:16–18).
Finalmente, José no pudo ocultar mas su compasión y su perdón. En un encuentro privado y conmovedor con sus hermanos les aclaró que él era verdaderamente José, pidiendo ansiosamente noticias acerca de su padre. Además, obviamente, dándose cuenta del temor y remordimiento que sentían quienes le habían condenado a la esclavitud y al exilio, les aseguró su comprensión y perdón. Les subrayó que su presencia en Egipto había sido parte de un plan divino, diciéndoles: “Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios” (Génesis 45:7, 8). Y es así que José una vez más puso de manifiesto la verdadera grandeza de su carácter.