Nos inclinamos a aceptar gran parte de lo que tenemos en este mundo, sin reparar en ello, y esta actitud conduce a la ingratitud y ésta no es buena. Una vida carente de agradecimiento es una existencia estéril, fría, improductiva. Está desprovista de entusiasmo y alegría, de amistades edificantes y de compañerismo afectuoso. Nadie quiere vivir una vida carente de gratitud. Ninguna persona lo desea, ninguna nación tampoco.
Los pensadores expresan gratitud. Cuanto más comprendemos la Ciencia del ser, tanto más agradecidos nos sentimos. “Ha llegado la hora para los pensadores”,Ciencia y Salud, pág. vii; declara la Sra. Eddy en el Prefacio del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud. Quienquiera que estudie sus obras no puede sino sentirse impresionado por su profunda gratitud por la revelación divina de la Ciencia Cristiana, revelación que fue el resultado de la oración intrépida y previsora. En verdad sus obras prueban que el pensamiento cristianamente científico reprueba la indiferencia en cuanto a las verdades básicas de la realidad, el Amor divino, la sabiduría y la benevolencia que operan constructivamente en la vida de los hombres.
La indiferencia e irreflexión inducirían a la humanidad a aceptar ciegamente las creencias supersticiosas, las meras doctrinas humanas, las opiniones y decisiones personales — ninguna de ellas digna de ser aceptada, ni mucho menos digna de gratitud. La creencia de someterse sin reparos al pecado, contaminación y corrupción, pobreza, enfermedad y guerra como consecuencias inevitables del ambiente y existencia humanos, es el resultado directo de negarse a pensar o del temor a pensar.
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