Contaba yo dieciséis años, cuando la Ciencia Cristiana nos fue presentada en nuestro hogar por una amiga, y tuve el privilegio de asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde devotos maestros respondieron a muchas preguntas que para mí eran muy confusas.
Mi esposo y yo sentimos que nuestro encuentro fue evidencia de la guía de Dios en nuestros asuntos, y nuestro matrimonio ha sido una gran bendición. Nuestras cuatro hijas nacieron en una casa de maternidad para Científicos Cristianos, donde se nos prodigó mucho amor y cuidado profesional. Mientras nuestra familia iba creciendo tuvimos curaciones de varias llamadas enfermedades infantiles, al apoyarnos completamente en Dios.
Cuando una de nuestras hijas asistía a un jardín de infantes la maestra me informó que la niña tenía dificultad para oír. Esta condición fue sanada mediante la oración. Más adelante cuando esta misma niña tenía dificultades en sus estudios, el director de la escuela le dijo a mi esposo: “Usted no puede esperar que todas sus hijas sean inteligentes”. Nosotros no aceptamos esta opinión mortal concerniente a la inteligencia de nuestra hija, mas, por el contrario, sabíamos que ella era el reflejo de la Mente única, y que expresaba inteligencia infinita. De allí en adelante su trabajo en la escuela mejoró. Tomó un curso universitario de dos años y logró figurar en la lista de honor.
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