El grado de celeridad a que ha llegado la vida en nuestros días hace que estemos muy conscientes del valor de cada instante. Debemos aprovechar al máximo la oportunidad que nos brinda el diario vivir. El presente proporciona metas de acción positivas para todos aquellos que están dispuestos a rechazar las tendencias equivocadas de la mente mortal — la opinión cambiante y variable de las cosas, basada en la materia. El rechazo de esas supuestas tendencias erróneas no es necesariamente difícil o doloroso, si se hace partiendo del punto correcto: del hecho de que la Verdad es invariable y el Amor es universal.
El Apóstol Pablo nos exhorta: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. 2 Cor. 6:2; Estas palabras nos instan a que utilicemos en forma total este momento presente para demostrar la Verdad y el Amor. Sólo un sentido de vida material e impío intenta mantenernos abrumados por el pasado o agobiados por la inseguridad y el temor de lo que nos pueda acontecer en el futuro.
Ni el pasado ni el futuro importan si en cada etapa de nuestra existencia usamos plenamente el presente. El futuro procede de lo que hacemos en el momento actual y si este “ahora” lo vivimos plenamente, poniéndonos totalmente al amparo del Altísimo, ¿qué otra cosa que no sea lo bueno puede depararnos el porvenir?
Todo lo desemejante a la Verdad y al Amor carece de poder y de realidad. En la Ciencia Cristiana es considerado como error, ya que no se fundamenta en la verdad espiritual de la existencia. El error puede aparecer como un defecto, carencia, un conocimiento incompleto e insuficiente de algo, y nuestra defensa es tomar ciertas precauciones para evitar creer en él. Pero el error sólo puede entrar cuando, debido a la falta de visión espiritual y razonamiento correcto, aceptamos como un hecho un conjunto de circunstancias diferentes de aquellas que realmente existen.
No hay nada fatal ni definitivo en un error — en una equivocación — y no puede hacer un juguete de los pensamientos de un individuo. El error o el mal es sólo una falsedad. Mary Baker Eddy escribe: “El mal es una negación, porque es la ausencia de la verdad. No es nada, porque es la ausencia de algo. Es irreal, porque presupone la ausencia de Dios, el todopoderoso y omnipresente. Todo mortal tiene que aprender que no hay poder ni realidad en el mal”. Más adelante agrega: “El único poder del mal es el de destruirse a sí mismo. Jamás puede destruir ni un ápice del bien”.Ciencia y Salud, pág. 186;
Los Evangelios nos muestran que Cristo Jesús jamás se dejó impresionar por la edad de un error. Los años de parálisis que el hombre enfermo de Betesda había pasado no fueron un impedimento para su curación; el pasado pecaminoso de la mujer en la casa del fariseo Ver Lucas 7:37–50; no constituyó un obstáculo para la reforma y la liberación del error y el pecado.
Todo lo que Jesús hizo visiblemente fue dar algunas advertencias muy breves y claras, tales como: “Vete, y no peques más”, Juan 8:11; a la mujer tomada en adulterio, y “Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado”, Mateo 9:22; a la que tocó el borde de su manto en la multitud. Estas frases, ¿no traen acaso involucrada la necesidad de vigilar nuestros pensamientos? Cuando dijo: “Vete, y no peques más” es posible que no se refirió solamente a que la mujer dejara de cometer un determinado pecado, sino también a su necesidad de continuar viviendo en obediencia a Dios basando su vida en el Único que es Verdad y Amor, Espíritu impecable. Los buenos pensamientos de Dios son una fuerza poderosa, y debiéramos laborar para reemplazar con ellos las costumbres negativas de pensamiento. La Sra. Eddy dice: “Nuestros pensamientos engendran nuestras acciones; ellos nos hacen lo que somos”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 203.
El pasado fue en un tiempo un “ahora” que se vivió con prudencia o en forma lamentable. Si ese pasado no fue como debió haber sido o como hubiéramos deseado, nada conseguiremos lamentándonos o quejándonos por lo que hemos hecho mal o dejado de hacer. Lo que realmente importa es aprovechar las oportunidades del presente en forma útil y completa. Entonces cada momento sucesivo de la existencia presente que, momento por momento, pasa a ser el pasado, será una demostración de la Verdad vivida en forma eficaz.
Cuando una determinada experiencia, ya sea de discordancia, enfermedad o pena, se supera por medio de la inteligencia y la sabiduría de la Mente, se logra un nuevo estado de consciencia. Las oposiciones del sentido mortal quedan reducidas a la nada. Entonces, ¿para qué seguir pensando en un problema ya superado? Si el estado de pensamiento erróneo persiste aún, nada se gana permaneciendo absortos en la consideración de lo que “pudo haber sido”, o de lo que se pudo haber hecho. El enfoque más efectivo es orar insistentemente con fe, sabiduría, y confianza absoluta en Dios, rechazando las sugestiones negativas de justificación propia, orgullo, temor, enfermedad, pecado y muerte, hasta la destrucción final del error. Ninguna condición material, por grande o difícil que parezca, tiene poder para hacernos sus víctimas.
El hombre, la idea del Espíritu, nunca puede estar vacilante, inseguro y temeroso. No oscila como un péndulo en la contemplación de un pasado y un futuro humanos. El hombre está ahora seguro, libre, armonioso, sano y feliz. El hombre es una emanación de la Mente, que expresa inteligencia, entendimiento, bondad y fortaleza espiritual. El que está consciente de estas realidades espirituales no experimentará más la sugestión mesmérica que lo haga sufrir por el pasado; ni tampoco el temor al futuro lo privará de vivir plenamente el momento actual. La actividad verdadera es, ni más ni menos, el reflejo fiel y perfecto de la acción de la Mente; de modo que todo está ahora en el punto de la eterna armonía y continuidad, bajo el gobierno del Amor.
No obstante las circunstancias, podemos siempre regocijarnos de las verdades del Himno No. 391 que se encuentra en el Christian Science Hymnal, y cuyo tercer verso dice:
De lo que fue y lo que será
la Mente y Causa encierra
el hoy;
en ley eterna vive Dios,
y aquí Su trono eleva ya.
