En Isaac, un hijo de la promesa, el muy esperado heredero de su admirable padre, Abraham, uno puede esperar encontrar un carácter de importancia sobresaliente en el constante desarrollo del pueblo hebreo hacia un concepto más elevado de la Deidad; mas, realmente, relativamente poco se relata acerca de él. Parece haberse languidecido, como lo han hecho muchos hombres, en la sombra de un padre intensamente poderoso y distinguido, mientras que el hijo de Isaac, Jacob, a su tiempo obtuvo el nombre de Israel, nombre que más tarde llevó con orgullo el pueblo elegido.
¿No podría decirse que la misión primaria de Isaac consistía en proveer el eslabón esencial entre su padre y su hijo? Un papel adicional relativamente tranquilo fue el de mantener la obra de Abraham, más bien que proseguir los senderos aparentemente más heróicos de la aventura, el descubrimiento, y el caudillaje. Sin embargo, la comparativa obscuridad de las actividades de Isaac, no debe impedirnos que reconozcamos la contribución que hizo al crecimiento del pensamiento hebreo.
En el principio de la experiencia de Isaac se vieron claramente su fe y obediencia individuales, pues pasó sin temor y confiadamente la prueba cuando aparentemente iba a ser ofrecido en sacrificio a Dios.
La Biblia nos dice poco acerca de lo que aconteció entre el intentado sacrificio de Isaac y su matrimonio. Parece que entre los hombres los hebreos acostumbraban casarse a la temprana edad de los dieciocho años, o posiblemente a los veintiuno; mas en obediencia a la insistencia de su padre de que no debía casarse con una mujer cananea (ver Génesis 24:3), Isaac estaba preparado a esperar hasta que pudiera casarse con una de sus parientes en Mesopotamia. Así que había llegado a la edad de cuarenta (ver Génesis 25:20) cuando se casó con su prima Rebeca, nieta de su tío Nacor. También, de acuerdo con la costumbre de esos tiempos, uno de los sirvientes de Abraham fue enviado a elegir la novia. Cuando Rebeca accedió a acompañar al sirviente a Canaán, Isaac prontamente aceptó su elección “y tomó a Rebeca por mujer, y la amó” (Génesis 24:67).
Durante veinte años la fe tanto de Abraham como de Isaac en la continuidad de la línea de Abraham siguió siendo probada, porque Rebeca no tuvo descendencia hasta que, eventualmente, cuando su esposo llegó a los sesenta años, en respuesta a las oraciones de éste, dio a luz dos hijos gemelos (ver Génesis 25:24–26). La promesa dada repetidamente a Abraham fue pronto renovada directamente a Isaac (ver Génesis 26:3–5), confirmando su aceptación por Jehová. Entonces “le bendijo Jehová. El varón se enriqueció, y fue prosperado, y se engrandeció hasta hacerse muy poderoso” (Génesis 26:12, 13).
Una significativa señal adicional del carácter de Isaac es que Dios Mismo es descrito como “temor de Isaac” (Génesis 31:42. Cf. versículo 53). Puesto que generalmente se acepta que en la Biblia “temor”, usado como referencia a la Deidad, significa más estrictamente “reverencia” o “respeto”, ¿no es natural suponer que la descripción de Dios como “temor de Isaac” indica el concepto sublime de reverencia mantenida por este patriarca hacia Dios, que por tanto tiempo había guiado y protegido tanto a su padre como a él? Sus fervientes y eficaces oraciones a Dios en favor de Rebeca indican nuevamente su devoción.
De manera que si bien Isaac fue tal vez menos espectacular que Abraham y Jacob, repetidamente se le nombra con ellos en las Escrituras; de esta manera se denota su importancia histórica. Por otra parte, el Maestro mismo contempla a “Abraham e Isaac y Jacob” sentados juntos “en el reino de los cielos” (Mateo 8:11).
    