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La Ciencia Cristiana llegó a mi vida en una...

Del número de junio de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana llegó a mi vida en una época en que me sentía profundamente desalentado. Durante más de un año había estado a estricta dieta para curarme de gastritis y colitis, y se me había sometido a una operación abdominal exploratoria cuyos resultados no condujeron a nada. Parecía necesario que para ayudar al funcionamiento de mi digestión y poder dormir tenía que tomar una variedad increíble de vitaminas y de otros medicamentos. Observé fielmente todas las indicaciones referentes a las prescripciones médicas, alimentos especiales e inyecciones hipodérmicas, en la creencia de que tales medios me mantenían vivo.

Antes de caer enfermo había disfrutado escuchando a un amigo leer en una iglesia filial de la Ciencia Cristiana, pero no comprendí que esta religión era lo que yo necesitaba. Posteriormente inscribimos a nuestros dos hijos en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana de nuestra localidad, porque pensábamos que todos los niños deben tener una religión.

Después de haber estado hospitalizado dos veces y no teniendo aún perspectivas de verme libre del estricto régimen alimenticio, mi desaliento aumentó. Los médicos me habían dicho que eventualmente podría sobrevivir el problema. Una noche en que me encontraba en el cocina esterilizando la aguja hipodérmica, me di cuenta de que había llegado a un punto decisivo en mi vida. Vivir de esta manera no valía la pena. Desesperado, mis pensamientos recurrieron a Dios. Unos días antes había comenzado a leer Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Había leído sólo el Prefacio y el Capítulo I, pero no me impresionaron mayormente en ese momento. Entonces comprendí que estaba ante la alternativa de decidir por mí mismo si creía o no en un Dios bueno y afectuoso y si era posible que tal Dios compartiera Su poder. La declaración de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud en el capítulo “La Oración” (pág. 1), me vino al pensamiento: “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que para Dios todas las cosas son posibles, — un entendimiento espiritual de Él, un amor abnegado”.

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