De los áridos campos de Samaria surgió el grito:
“¡Haz que llueva, Oh Baal, para no perecer!”
Baal no respondió — tal vez dormía.
Los arroyos de Israel se secaron; sus ríos mermaron.
“¡La culpa es de Elías!”, entonaron los profetas de Baal.
Vino Elías y directamente culpó
a Acab, rey de Israel,
confundiendo a los profetas del falso Baal,
relegándolos al polvo y a la nada.
Entonces, subiendo a la cumbre del Carmelo, dijo:
“Mira hacia el oeste, hacia el mar”.
Cuando la enfermedad me acometió con su falso decir,
Yo, al igual que Elías, desafié su autoridad,
enfrentando a mis acusadores con el fuego de Dios.
Elías sabía que la promesa de Dios se cumpliría.
“Hay una pequeña nube”, dijo su criado.
Vino luego la lluvia, y los secos campos de Samaria
nuevamente produjeron su fruto y su grano,
mientras que Baal, olvidado, quedaba derrumbado.
Las laderas del monte Carmelo estaban llenas de los campamentos
de falsos acusadores; ¡qué grupo eran!
Pero cuando finalmente llegué a la cima del monte,
vi la promesa de Dios como “una pequeña nube”;
no tuve que luchar por nada más. Llegó entonces la lluvia,
la enfermedad huyó, y yo empecé a progresar.
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