Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Poco antes de la Segunda Guerra Mundial,...

Del número de junio de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, me sentí repentinamente débil y manifesté síntomas alarmantes. Me sometí a radiografías las cuales revelaron que estaba sufriendo de tuberculosis del pulmón izquierdo y dilatación del corazón. No obstante todo esto, me alisté en el ejército. Durante la guerra no era menester que los hombres que se alistaban en el ejército fueran examinados físicamente. Cuando volví a la vida civil, otros males físicos se unieron a los que ya tenía, tales como una úlcera en el estómago, frecuentes resfriados acompañados de catarro, agudos dolores de cabeza, dificultad para oír y respirar, y muchos otros.

No obstante, estos males, que me tuvieron esclavizado durante diecisiete largos años, desde 1940 hasta 1957, hicieron más profunda mi devoción a la Iglesia Anglicana. Comencé a estudiar la Santa Biblia, leyendo con gran empeño desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Como resultado de mi estudio toda vez que participaba en concursos bíblicos que aparecían en la publicación “El Eclesiástico Anglicano”, yo siempre ganaba el primer premio. El premio ofrecido al ganador era dinero o una Santa Biblia. Cada vez que recibía un premio lo regalaba — el dinero lo donaba a la iglesia, y la Santa Biblia a un amigo o pariente que la necesitara. A pesar de mi estudio en busca de la Verdad, y aunque tomaba las medicinas prescritas por los médicos para cada uno de mis males, percibí que en vez de mejorar, mi salud iba decayendo gradualmente.

Un domingo compré un ejemplar de un semanario local. En él leí un poema sanador muy conmovedor acerca de un inválido que había sufrido de parálisis durante cuatro años. Finalmente el médico-jefe del hospital lo desahució. Un Científico Cristiano lo visitó y oró por él. A la mañana siguiente el paciente pudo sentarse, y una semana más tarde pudo ponerse de pie, al mes caminó ocho kilómetros, y a los tres meses se encontraba restaurado completamente y pudo retornar a su antigua ocupación como maestro de una escuela pública.

“¿Qué es lo que este hombre de Dios está leyendo?” — me pregunté. “Si él está leyendo la Santa Biblia, yo también la estoy leyendo. Oh Dios, aumenta el número de hombres como éste, e inclúyeme, de manera que yo pueda no sólo ayudarme a mí mismo, sino a otros que también tengan necesidad”. Animado por este sincero deseo, recordé que después de sanar toda clase de enfermedad, dando vista al ciego, haciendo caminar al cojo, haciendo hablar al mudo, reformando a los pecadores, y resucitando a los muertos, Cristo Jesús dijo a sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12).

Teniendo presente la curación del paralítico, me sentí impulsado a analizar esta promesa hecha por Cristo Jesús. Percibí que la curación no sólo era posible durante la época de los discípulos sino que lo era para toda la eternidad. Armado con esta pequeña comprensión, me dispuse a visitar a una parienta que había estado incapacitada durante siete meses sufriendo de parálisis. A pesar de los esfuerzos de médicos y enfermeras, además de las oraciones de devotos ministros religiosos, quienes la visitaban a menudo, ella permanecía imposibilitada sin poder abandonar el lecho. Sentado al lado de su cama, le dije: “Dios es amor, y Él te ama. De modo que debieras tornarte a Él en oración con amor”. Para mi gran sorpresa y alegría, ella pudo darse vuelta sin ayuda y enfrentándome me dijo: “Tet-ewa”, que significa “Es verdad”. Con una mejoría tan instantánea me di cuenta de que ella había sanado. Me despedí de ella.

Al otro día fui informado que ella había comenzado a levantarse. A los tres meses la vi con parientes en un campo de arroz cosechando arroz maduro. Tanto era mi gozo que lágrimas corrían por mis mejillas. Ella vino del campo a mi encuentro diciéndome asombrada: “¡Qué maravilla! ¡Una vida nueva! No puedo expresarte en palabras cuánto te agradezco por tu ayuda espiritual”. Yo le respondí: “Agradécele a Dios”. Luego ella me sirvió una comida deliciosa.

Entre tanto, hice esfuerzos por descubrir lo que el autor del poema sanador estaba leyendo. En mayo de 1957, vi sobre su mesa los dos libros, la Santa Biblia y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Tomé Ciencia y Salud y lo abrí a la ventura y leí. Me oí decir en voz alta: “¡Qué bien!” Él prometió conseguirme un ejemplar. Después de leer todo el libro de texto me sentí muy inspirado y noté que dia a día aumentaban mis fuerzas y mi peso. A los pocos meses había sobrepasado mi peso normal. Todos los males mencionados en el primer párrafo desaparecieron uno tras otro sin que tomara ni una sola gota de medicina.

Durante más de quince años que han transcurrido desde que comencé a leer la literatura de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. junto con la Santa Biblia, he permanecido sano. Sí, por cierto que experimenté pruebas durante esos años de regeneración. Pero comprendiendo lo que la Sra. Eddy dice (ibid., pág. 66) que: “Las pruebas son señales del cuidado de Dios”, acepté gustoso estos tiempos de pruebas porque me guiaron a analizar y a purificar mi pensamiento y a aprender más acerca de la Verdad y el Amor.

A pesar de que actualmente tengo más de ochenta años de edad, mi salud, fuerza y vitalidad continúan. Dientes que se me habían aflojado se afirmaron y han permanecido firmes. Aquello que la ciencia médica no pudo conseguir o sanar en diecisiete años, la Ciencia Cristiana lo llevó a cabo mientras yo leía el libro de texto.

Las palabras son inadecuadas para expresar la inmensa gratitud que siento hacia Dios y la Sra. Eddy, quien mediante este maravilloso libro ha regenerado mi vida y me ha capacitado para tocar al menos el borde del manto de Jesús. Espero que este testimonio inspire a otros, que quizás estén en una situación similar, a tornarse de todo corazón y con igual interés al estudio de la Santa Biblia y de Ciencia y Salud, y también a las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / junio de 1974

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.