Cuando era una joven adolescente tenía muchas dudas sobre religión. Mi padre, muy instruido sobre el tema, me dijo que la única religión de que él sabía que podía responder satisfactoriamente a mis preguntas, era la Ciencia Cristiana. Se me inscribió en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y encontré que la lógica de la Ciencia Cristiana me atraía bastante.
En aquel entonces, sufría de una enfermedad de la piel que había desafiado durante años a los dermatólogos. Después de asistir unas semanas a la Escuela Dominical, recibí una notificación de un hospital de Londres de que había una cama disponible para mí. Decidí no ir al hospital e hice mi primer contacto con un practicista de la Ciencia Cristiana pidiendo tratamiento. Fui sanada en unos pocos días. Desde entonces jamás he cesado de estar agradecida por el Cristo sanador expresado a través de las vidas desinteresadas de estos trabajadores.
Algunos años después, mientras resolvía un número de problemas con la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana, que quizá percibió una falta aparente en mi carácter, me sorprendí cuando ella me preguntó un día si me gustaría casarme. Contesté su pregunta sin vacilar con un enfático No. Con muchas dificultades por resolver, estaba yo, por cierto, de lo más renuente a pensar en el matrimonio. La obstinación en cuanto a mi manera de vivir continuó su fuerte resistencia por bastante tiempo, pero despúes de cerca de un año me casé felizmente con un sincero estudiante de Ciencia Cristiana por cuyo compañerismo y apoyo siempre estaré agradecida.
Unos meses antes del nacimiento de un hijo, tuve que pedir un certificado de embarazo. Sin darme cuenta de que podía haberlo solicitado de una partera de la Ciencia Cristiana, fui a una doctora. Ella predijo muchas complicaciones durante el embarazo y el parto, y me ordenó descanso completo. Me dijo que un parto en mi hogar estaba fuera de toda posibilidad pues sería necesario sangre y equipo de hospital para el niño y para mí. Esto lo confirmó más tarde un ginecólogo. Estoy muy agradecida por el trabajo que una practicista de la Ciencia Cristiana llevó durante estos meses, manejando específicamente y con tanta eficacia toda predicción médica presentada. Permanecí confiada, relativamente serena, y normalmente activa.
Tomando en cuenta muchos factores domésticos, se convino finalmente en un parto en el hospital. El nacimiento fue perfectamente normal. No fue necesario ningún cambio de sangre para el bebé ni transfusión para mí. No fue necesario el equipo de hospital para ninguno de los dos. En realidad, el bebé era tan fuerte que el personal del hospital lo apodó “Tigre”. Más tarde, cuando me encontré con la doctora local en la calle, me dijo: “Muy bien, usted ganó. Todos los bebés futuros nacerán en casa”.
Si bien nuestro hijo llegó a hombre, libre de contagios comúnmente asociados con los niños, sí tuvo una seria enfermedad cuando tenía cerca de tres años. Una mañana de Navidad despertó con mucha fiebre. Su condición nos preocupó, pero una dificultad adicional fue que parientes sumamente hostiles a la Ciencia Cristiana venían esa mañana a pasar el día con nosotros. Se pidió a una practicista de la Ciencia Cristiana que le diera tratamiento al niño, y consideramos la prudencia de llamar a un médico para acatar la ley de nuestro país concerniente a niños menores de dieciséis años. Puesto que era Navidad, pensamos que era desconsiderado llamar a una médico atareado que sabía que no deseábamos atención médica, pero sí les aseguramos a nuestros parientes que si el niño no mejoraba dentro de cuarenta y ocho horas llamaríamos al médico.
Durante la noche ocurrieron varias crisis, y fue necesario telefonear a la practicista dos veces. Los síntomas eran alarmantes, pero por la mañana hubo una gran mejoría, y con agradecimiento se les notificó a los angustiados abuelos. El progreso continuó, pero la curación no fue completa al día siguiente, así que, como se prometió, se llamó a la doctora. Ella confirmó que el niño había estado seriamente enfermo y que su pronta mejoría debía atribuírsele a la Ciencia Cristiana.
A pesar de la perspicaz vigilancia de la practicista a cada situación, su práctica prudencia y firme apoyo en la mejoría del niño, la presión y censura implacable de los parientes respecto al cuidado y trato para con el niño, me dejaron sintiéndome quebrantada y oprimida. ¡Mas cuán a menudo quita el Cristo la dureza y severidad de una situación, algunas veces de la manera más sencilla y por los medios menos esperados! Antes de retirarse, la doctora echó una mirada alrededor de la habitación y dijo: “A este niño no se le hubiera prodigado mejor cuidado si hubiera sido atendido por una enfermera profesional”. También me agradeció de la manera más sincera el que no la hubiera llamado el día de Navidad y expresó su compasión por los momentos difíciles por los que debimos haber pasado.
La Ciencia Cristiana es revelada como el “Consolador” prometido por nuestro bondadoso Maestro, Cristo Jesús (Juan 14:16). Es por el consuelo que trae, como también por su poder curativo y reformador, que los estudiantes de esta Ciencia se sienten tan agradecidos.
Estoy muy agradecida por la revelación que Dios diera a la Sra. Eddy de la Verdad, y por las muchas pruebas que he tenido de su poder curativo. Quisiera expresar mi gratitud en especial por nuestro Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy, que no sólo protege las variadas actividades de nuestro movimiento y asegura su continuidad sino que es una ayuda tan formidable en nuestro progreso espiritual individual.
Purley, Surrey, Inglaterra