Hace muchos años sufría de fuertes dolores internos. Tales ataques se repetían y se presentaban cada vez con mayor frecuencia, prolongándose por varias horas. Esta condición era insoportable, pero me resistí a recurrir a la medicina pues ya conocía la Ciencia Cristiana. Finalmente, circunstancias familiares me llevaron a someterme a un examen clínico. El médico especialista, luego de estudiar cuidadosamente mi caso, llegó a la conclusión de que yo padecía de una enfermedad poco común y muy grave. Ante mi insistencia, el médico me informó que el diagnóstico mostraba que esta dolencia era mortal y que con suerte podría vivir dos años. También me dijo que no se conocía tratamiento para esta enfermedad y que lo único que podía hacer por mí era darme calmantes, ya que los dolores serían cada vez mayores.
Me sumí en una profunda desesperación. No sabía qué hacer. No comenté con otros familiares, ni con ningún amigo, lo que me pasaba, ni siquiera acudí a un practicista de la Ciencia Cristiana, pues mi temor era tan grande que me impedía comunicarme con nadie.
No obstante, en medio de esta enorme confusión, opté por la Verdad. Decidí aplicarme al estudio de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. La lucha fue tremenda. El temor y el dolor me acosaban, pero poco a poco las falsas leyes materiales fueron silenciadas. Los ataques se hicieron cada vez más espaciados y finalmente un día me di cuenta de que habían pasado más de dos años y estaba, no solamente viva sino que me encontraba gozando de perfecta salud, sin ninguna clase de dolor ni limitación física, trabajando en forma activa y realizando continuos viajes. Estaba salvada.
Se había cumplido exactamente lo que nuestra inspirada Guía dice en su libro de texto (pág. 368): “El mayor mal no es más que el opuesto hipotético del máximo bien”. Esto que acabo de relatar es sólo uno de los muchos casos en que el poder curativo de la Verdad se hizo evidente en mi experiencia diaria.
Deseo expresar la profunda gratitud que siento por la Ciencia Cristiana, por nuestro querido Maestro, Cristo Jesús, por la Sra. Eddy y por los practicistas que con tanta abnegación nos ayudan a establecer el concepto correcto de Dios y del hombre.
Buenos Aires, Argentina