Tan cerca del Amor él caminaba,
que no hubo reproche en sus palabras:
“¿Qué tienes conmigo, mujer?
Aún no ha venido mi hora”.
En Caná de Galilea
al convertir Jesús el agua en vino,
¿no dijo, acaso, como dijera hoy un hijo
en tono amable: “Espera, Madre,
no estoy listo todavía”?
María habrá sabido y visto
en la niñez y juventud de Jesús
muchas de sus obras,
y muchas maravillas más de las que ni soñamos, siquiera;
guardándolas todas en su corazón,
en orgullo y en pena
durante su breve contacto humano.
Y él que tan bien conocía
el cuidado infinito del eterno Amor,
ese amante hijo, mucho antes de la crucifixión,
¿no iba a pensar en cuidar de su madre?
Y sus palabras en la cruz
cortando por siempre los lazos humanos,
por tiernos que fueran,
quizás recordaran a Juan
— pues sólo Juan las menciona —
lo que antes haya sido acordado.
A su madre dijo:
“Mujer, he ahí tu hijo”.
Y a Juan le dijo:
“He ahí tu madre”.
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