Un hogar feliz ocupa un lugar muy alto en la lista de bendiciones que más desea la humanidad. Pero, ¿cuántos de nosotros reconocemos que ahora mismo cada uno puede comenzar a construir la clase de hogar que su corazón anhela?
En el sentido más fundamental, la construcción del hogar sólo puede empezar en el pensamiento. La clase de hogar en que vivimos depende de los materiales mentales de construcción que seleccionemos, es decir, la clase de pensamientos que abriguemos, los ideales que valoremos, los propósitos a que nos dediquemos.
Una decoración de buen gusto puede contribuir a que una casa se vea hermosa, pero la felicidad de un hogar no depende de las apariencias exteriores sino de las cualidades intrínsecas del Espíritu, del amor y de la abnegación expresados por los miembros de la casa. Tales dones interiores embellecen un hogar como ninguna otra cosa puede lograrlo, expresando la belleza del ser verdadero.
La edificación de un hogar se convierte, entonces, no en un mero proceso de colocar ladrillo sobre ladrillo, o madera sobre madera. Significa, en vez, abrir el pensamiento a la realidad del ser del hombre y a su condición inseparable de Dios.
Esta manera elevada de encarar la edificación del hogar puede parecer poco práctica para muchos que se ven enfrentados ante la inminencia de desalojo, desastre, incompatibilidad, u otro de los innumerables infortunios que parecen amenazar la felicidad de los hogares hoy en día. Pero el hecho de que el hogar es un concepto espiritual y no una estructura material, puede demostrarse.
Tal comprobación trae a la experiencia de uno la clase de hogar genuino que se desea para satisfacer la necesidad humana. También crea una seguridad irrebatible de la protección que es para el hombre el hallarse “en casa” dondequiera que se encuentre. ¿Cómo se logra esto?
La respuesta puede encontrarse en el libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. A través de sus obras, la Sra. Eddy frecuentemente relaciona la palabra hogar o morada con cielo. Por ejemplo: “Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo”.Ciencia y Salud, pág. 254; Y define el “cielo” como “La armonía; el reino del Espíritu; gobierno por el Principio divino; espiritualidad; felicidad; la atmósfera del Alma”.ibid., pág. 587;
Cuando el concepto que uno tiene acerca del hogar es así espiritualizado, se evidencia el hecho de que nunca se puede abandonarlo o verse privado de él. ¿Acaso puede el reino del Espíritu, el gobierno por el Principio divino, la espiritualidad, la felicidad, o la atmósfera del Alma estar localizado y limitado a un solo lugar? No, estos conceptos divinos son universales y están al alcance de todos. No pueden ser desplazados ni destruidos. No es preciso ir a buscarlos a otra parte y, en realidad, es imposible que estemos separados de ellos.
Podemos, por lo tanto, regocijarnos por tener una comprensión correcta del hogar dondequiera que nos encontremos. El aferrarnos persistentemente a este concepto genuino del hogar; trae como resultado el ajuste de cualquier circunstancia adversa que momentáneamente parezca afectarnos.
A través de muchos años de frecuentes cambios bruscos y mudanzas por distintas zonas del país, he comprobado a menudo estos hechos. En un momento de necesidad casi desesperada, experimenté una prueba de ello.
Hace algunos años, cuando era una joven viuda, me vi enfrentada a una serie de experiencias graves, las que culminaron en una enfermedad que se agravó aún más por la angustia y aflicción que experimenté por el fallecimiento de mi madre, que me dejó “sola en el mundo”. Los jefes de la compañía en la cual trabajaba, decidieron amablemente transferirme a las oficinas centrales, donde pensaron que las condiciones podrían ser más fáciles para mí.
Desde el punto de vista humano no vi soluciones para mis problemas. Pero la gratitud que sentí por la ayuda que me prestaba una practicista de la Ciencia Cristiana y por la bondad que me demostraban los jefes de la firma donde trabajaba, gradualmente fue disolviendo mi obstinación que había complicado los problemas. Finalmente percibí que nuestro Padre-Madre Dios cuidaba de todas mis necesidades y me conduciría al hogar que debía encontrar en mi nueva localidad. En ese entonces, en medio de las pruebas, comencé a ver que la unidad del hombre con Dios siempre incluye la manifestación correcta del hogar.
Mediante un llamado telefónico de larga distancia, y, siguiendo lo que consideré la guía divina, alquilé un apartamento que resultó ser un modelo de confort, conveniencia y belleza. Al recurrir a Dios, había establecido en mi pensamiento la verdad acerca del hogar. Mientras el amor, la armonía y la amistad me rodeaban allí, los dolorosos problemas que experimentaba se solucionaron uno a uno y me restablecí y reintegré a mi actividad normal.
Pero aún debía aprender una lección. Veía con temor el día en que probablemente fuera transferida una vez más, y tuviese que abandonar esta situación ideal. A medida que oraba acerca de ello, me dije: “¡Qué temor más absurdo! Ciertamente puedo regocijarme de que el Amor divino, que generosamente me proporcionó tanta felicidad, tendrá preparado aún algo mejor para mí, cuando este lugar haya cumplido su propósito”. Mi confianza fue recompensada. El paso siguiente que di me elevó a nuevas esferas de progreso y a un hogar aún más feliz.
Aferrándonos al pensamiento de las verdades espirituales ampliamos nuestra comprensión de hogar. Demuestra que el hogar no es meramente una casa o un lugar, sino un refugio espiritual del que se puede depender, un abrigo contra todos los peligros. Una comprensión de que el hombre vive por siempre en la presencia de Dios, su creador, y, por lo tanto, está siempre en su hogar, puede traer bendiciones insospechadas.
Hace algunos meses mi esposo y yo íbamos a casa en nuestro automóvil a lo largo de un camino bordeando el río. Cuando estábamos a una distancia de aproximadamente dos millas de casa, se desencadenó una tormenta que había estado amenazando durante varias horas, con fuerza espantosa. El granizo se precipitó sobre nosotros con el estruendo similar al fuego de artillería. Las piedras de granizo formaron una alfombra sobre la carretera delante de nosotros y se acumularon a nuestro alrededor a una altura de varios centímetros.
No nos quedó otro recurso que detenernos allí donde nos encontrábamos en la carretera, en un punto en el que cualquiera que viniera detrás, en ese granizo cegador, se hubiera estrellado contra nosotros. Mientras los dos orábamos silenciosamente en medio del estrépito, se insinuó el pensamiento: “¡Si tan sólo hubiéramos llegado a casa!” Luego, en medio de toda la violencia de la tormenta, repentinamente discerní: “Estamos en casa. Estamos a salvo bajo el cuidado de Dios”.
Al cabo de pocos minutos la furia de la tempestad amainó, y llegamos a casa completamente a salvo. La cortina de granizo no había dejado ni una raspadura en el automóvil ni agrietado un solo vidrio.
La convicción permanente de que siempre estamos en casa bajo el cuidado de Dios proporciona un seguro fundamento sobre el cual establecer el hogar que, como seres humanos, necesitamos de abrigo. Fue la seguridad de su unión espiritual con Dios, lo que Cristo Jesús encomendó cuando dijo: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca”. Mateo 7:24, 25;
Cuando verdaderamente reconocemos que nuestro ser está seguro sobre la roca de la Vida, la Verdad y el Amor, nunca nos encontramos sin la manifestación genuina del hogar, y de la protección en nuestra experiencia humana.
Ni podemos ser engañados por la mente mortal para expresar algo que quisiera anular la armonía que es el principio fundamental del hogar, o poner en peligro las preciosas relaciones humanas que se centran en él. El reconocimiento de la naturaleza espiritual e imperecedera del hogar estimula a todos los miembros de la casa a expresar amor, consideración, abnegación, cooperación, gozo.
Toda vida — todo hogar — fundado así sobre la roca de Cristo, la Verdad, puede soportar los vaivenes del cambio que, al igual que un torbellino, atemoriza los corazones de los hombres. Puede, a su vez, enfrentar sin temor los llamados desastres naturales y sobrevivirlos.
Un hogar gobernado por Dios puede superar los sutiles ataques mentales y los que se evidencian físicamente que derribarían los valores más preciados de la humanidad. Las personas que abrigan tal refugio en la consciencia, saben que ciertamente ahora y para siempre habitan “al abrigo del Altísimo” Salmo 91:1. — su hogar indestructible.
