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Dios nos da la habilidad para glorificarle.

Del número de julio de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Dios nos da la habilidad para glorificarle. Nuestra vida es un testimonio del poder de Dios, el Espíritu. Siento profunda gratitud hacia Dios por la verdad que Él nos enseña mediante la Ciencia Cristiana como le fuera revelada a Mary Baker Eddy.

Antes de ingresar en la universidad, jamás me había dado cuenta de la liberación que esta Ciencia pura y divina podía ofrecer a mi vida. Allí encontré una organización de la Ciencia Cristiana donde estudiantes de mi misma edad se reunían todas las semanas para dar testimonio del poder sanador del Cristo.

Como estudiante de silvicultura interesado en la administración de selvas tropicales, me animaba un gran deseo de trabajar en zonas tropicales. Mediante la oración y escuchando la guía de Dios para seguirla en mi vida, se me ha presentado la oportunidad de seguir estudios y llenar tres puestos diversos en las Antillas y la América Central. En la selva he sido protegido de serpientes venenosas cuando, sin saberlo, me he encontrado cerca de ellas. Experimenté la curación instantánea de la picadura de una hormiga venenosa que por lo general resulta en una dolorosa parálisis que dura varias horas. Además mientras trabajaba para el servicio de bosques de los Estados Unidos en la venta de maderas, en el estado de Arizona, pisé inadvertidamente una serpiente de cascabel, pero no me mordió.

Después de leer en una Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, cómo Pablo “sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció” (Hechos 28:5), perdí completamente todo temor de trabajar en zonas donde existían serpientes, víboras e insectos peligrosos. Éste es el “señorío” que Dios da al hombre “sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26).

Me siento especialmente agradecido por la curación de una lesión sufrida en una clase de entrenamiento para juegos de pista y campo durante mi tercer año en la universidad. Al completar un salto en largo, perdí el equilibrio y con gran fuerza caí sobre la pierna derecha. El dolor fue intenso. Me esforcé por caminar, pero la pierna no podía soportar el peso de mi cuerpo. Cuando traté de correr en una carrera, se me puso rígida. Me fue permitido retirarme de la clase y busqué ayuda de una buena amiga que era miembro de la organización universitaria de la Ciencia Cristiana. Ella me dio varias declaraciones de verdad acerca de mi ser perfecto como hijo de Dios, y traté de volver a mi clase. Durante dos semanas volví a la clase de pista y campo, pero toda vez que trataba de correr, la pierna me fallaba y, en consecuencia, abandonaba la clase desalentado.

Finalmente mi amiga me llamó la atención sobre una declaración que aparece en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 427) que dice: “El hombre es el mismo después que antes de que un hueso se haya roto o el cuerpo haya sido guillotinado”. La frase que precede a esta audaz declaración es la siguiente: “Nada puede perturbar la armonía del ser, ni poner fin a la existencia del hombre en la Ciencia”. Esto destruyó el mesmerismo. Percibí que la evidencia material que afirmaba la presencia de músculos desgarrados, accidente, dolor, no puede dañar o tocar la creación espiritual verdadera, el hombre, quien refleja la idea del Cristo que cada uno de nosotros expresa. Comprendiendo esto, afirmé que mi ser era armonioso, perfecto e intacto en ese mismo momento. Volví a la clase y pude finalizar una carrera de relevo de un kilómetro y medio antes de percatarme que estaba corriendo, ¡completamente sano!

Me siento muy agradecido por esto y por las muchas otras pruebas significativas de la salud, felicidad y provisión que tengo mediante el conocimiento de la totalidad de Dios como me lo ha enseñado la Ciencia Cristiana.


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