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En mayo de 1966, cierta forma de enfermedad...

Del número de septiembre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En mayo de 1966, cierta forma de enfermedad pareció abatirme, y parecía que estaba adelgazando cada vez más. A pesar del mucho y buen trabajo de oración que hizo mi esposa y el aliento que me dieron mis amigos, la condición parecía persistir.

La Ciencia Cristiana enseña que el aceptar en nuestra mente el hecho de que somos la imagen y semejanza de Dios prueba la declaración de (1 Juan 3:2): “Ahora somos hijos de Dios”.

Aunque sabía que la anterior declaración es verdadera, yo no podía convencerme de la irrealidad de la condición de enfermedad. No había dolor, y no tuve diagnóstico médico de la condición, pero tenía una sed terrible que aparentemente no podía ser mitigada. Esta condición duró meses. Por extraño que parezca, no tenía temor. Disfrutaba de mi estudio de Ciencia Cristiana, cumplí mi período de tres años como miembro de la comisión directiva de mi iglesia filial, y persistí en el pensamiento de que: “Todo está bien”.

Mi esposa había orado en la Ciencia Cristiana constantemente para mí y conmigo, pero no se sentía alentada por mi actitud. Parecía que yo no agradecía para nada sus palabras y los pasajes que me daba de la Biblia y las citas de los escritos de la Sra. Eddy, sin embargo, al mismo tiempo yo sabía que mi única sed verdadera era por justicia. Este pensamiento ayudó a contrarrestar y eventualmente reemplazar la insólita sed que no era natural, y que yo había tratado de satisfacer con refrescos.

Verdaderamente no puedo decir con exactitud cuándo fue que supe que estaba bien, pero después de varias semanas de oración persistente la sed se hizo soportable, las condiciones volvieron a la normalidad, y percibí nuevamente la presencia de Dios conmigo, y que mi comprensión de Dios como Vida era realmente un manantial dentro de mí. Toda sensación de decaimiento desapareció, y pude sentir verdaderamente el gozo descrito en un himno del Christian Science Hymnal (No. 218), cuyo último verso siempre estuvo conmigo:

El libre paso, el respirar,
del horizonte el esplendor;
la Vida ajena a lo mortal,
Vida que todo renovó.

Mediante esta experiencia he venido a comprender mejor la gran obra de la Sra. Eddy para el mundo al reinstituir la curación cristiana y establecer científicamente el hecho de que el hombre es una idea espiritual, hecha a la imagen y semejanza de Dios, y que el mortal es por cierto una ilusión. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy declara (pág. 97): “Mientras más se acerque a la verdad una creencia errónea, sin cruzar la línea donde habiendo sido destruida por el Amor divino, deja de ser siquiera una ilusión, más se madura para su destrucción. Cuanto más material sea la creencia, tanto más evidente será su error, hasta que el Espíritu divino, supremo en su dominio, subyugue toda la materia, y el hombre se halle a la semejanza del Espíritu, su ser original”.

Recuperé los veinticinco kilos que había perdido, volviendo a mi peso normal. Me siento tan bien como siempre. La experiencia parece ahora lo que fue, un sueño.

He tenido otras curaciones y muchas bendiciones gracias a la Ciencia Cristiana. En 1925 fui sanado de todo deseo de fumar mientras leía Ciencia y Salud — de principio a fin. Desde entonces jamás he recurrido a remedios materiales para ninguna molestia o problema; por cierto que durante cuarenta y tres años de servicio en los Ferrocarriles Británicos, hasta el día de mi jubilación, sólo falté a mi trabajo un día. La Verdad por cierto me mantuvo libre.

Diversos rasgos falsos de conducta y de carácter me han dejado para siempre.

He podido dar testimonio de la verdad en muchos lugares — como Comité para las Fuerzas Armadas y como un acreditado Ministro Delegado en nuestra prisión local.


Es con profunda gratitud que verifico el testimonio de mi esposo. Fue por cierto un tiempo de prueba para ambos. Debido a la pérdida de peso, viejos amigos pasaban de largo sin reconocerlo. Después de casi dos años, mediante mi convicción de que sólo hay un poder, Dios, que nulifica todo otro poder aparente, y con la valerosa persistencia de mi esposo por seguir adelante tan normalmente como era físicamente posible, se ganó la batalla. Verdaderamente, el Amor nunca falla.

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