En mayo de 1966, cierta forma de enfermedad pareció abatirme, y parecía que estaba adelgazando cada vez más. A pesar del mucho y buen trabajo de oración que hizo mi esposa y el aliento que me dieron mis amigos, la condición parecía persistir.
La Ciencia Cristiana enseña que el aceptar en nuestra mente el hecho de que somos la imagen y semejanza de Dios prueba la declaración de (1 Juan 3:2): “Ahora somos hijos de Dios”.
Aunque sabía que la anterior declaración es verdadera, yo no podía convencerme de la irrealidad de la condición de enfermedad. No había dolor, y no tuve diagnóstico médico de la condición, pero tenía una sed terrible que aparentemente no podía ser mitigada. Esta condición duró meses. Por extraño que parezca, no tenía temor. Disfrutaba de mi estudio de Ciencia Cristiana, cumplí mi período de tres años como miembro de la comisión directiva de mi iglesia filial, y persistí en el pensamiento de que: “Todo está bien”.
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