Ésta es una gran era de bondad humana. En todas partes los hombres se preocupan por sus semejantes. La gente quiere ayudar a los demás.
Y esto es natural. Los hombres quieren compartir la bondad que han sentido en sus propias vidas. Están deseosos de dar; y este anhelo es oración. La oración nacida del corazón es el punto de partida de todo esfuerzo verdadero por ayudar a los demás.
Junto al deseo de ayudar está la substancia del bien que damos, cualquiera que sea su alcance. La Ciencia Cristiana enseña que todo el bien proviene de Dios, y demuestra cómo el bien, que es Dios, se manifiesta en la vida de todos los hombres, en todas partes. El verdadero deseo de ayudar necesariamente incluye el deseo de dar, como también esa visión de la bondad de Dios que hace que el bien sea permanente en la vida humana.
Podemos aprender mucho sobre el deseo eficaz de ayudar, mediante la vida y obras de Cristo Jesús. Su experiencia terrenal me dio la respuesta a muchas preguntas que yo me hacía en un momento en que estaba buscando rutas efectivas para la energía espiritual que sentía nacer en mí.
Lo primero que comprendí fue que el deseo de ayudar del Maestro nacía de una comprensión correcta de Dios y del hombre. Conocía a Dios como Espíritu, la esencia de su identidad. De esta manera el Maestro entendía su propia naturaleza espiritual. Su consciencia espiritualizada era su reino, su hogar. En una ocasión Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”, Juan 10:30; y otra vez dijo: “El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. 8:29;
Jesús vivió y trabajó en la Ciencia absoluta. Esto lo capacitó para ayudar a los demás eficazmente — para curar instantáneamente.
Los Evangelios están llenos de ejemplos de su ayuda: restauraba la vista, el oído y el habla; curaba la inmoralidad y la locura; vencía la muerte. Cada situación, cada paso, cada momento de su misión estaban al servicio del propósito sanador de Dios. El anhelo mismo que Jesús tenía de ayudar a los demás sanaba a la gente física y moralmente, y por esta curación ilustró la verdadera naturaleza de Dios y Su idea, el hombre.
El verdadero deseo de ayudar se manifiesta mediante los diferentes estilos de vida y de las actividades humanas que comprenden la experiencia humana colectiva. Pero cuando borramos las circunstancias humanas, encontramos en la raíz del deseo de ayudar el amor que refleja el Amor divino — encontramos a Dios, el Principio de todo bien, detrás de toda mano tendida para ayudar.
La Mente divina, Dios, es el sanador. Pero la mente mortal, esa falsificación de la inteligencia que parece resistir el orden natural de Dios, preferiría ver otra cosa que no fuera el deseo sanador de ayudar. Puesto que cada curación significa la destrucción de un error determinado de la mente mortal, ésta parece oponerse a nuestro estudio y aplicación de la verdad diciéndonos mentiras, algunas sutiles, otras no tanto, y a menudo una mentira tras otra. Podemos encararlas y destruir cada una de estas sugestiones a medida que se presentan ante nuestro pensamiento, aferrándonos firmemente a la totalidad de Dios, rechazando así la pretensión de que la mente mortal pueda siquiera tratar de desviar nuestro propio progreso o nuestro deseo de ayudar a los demás.
Hasta la mentira sutil de la mente mortal que asegura que la ayuda personal será suficiente por sí misma a quien necesita ayuda, desaparece cuando la vemos como el último reducto para resistir el deseo sanador de ayuda. La ayuda humana sanadora comienza cuando activamente nos identificamos nosotros mismos y a aquel a quien deseamos ayudar, como ideas de Dios — ahora mismo, puras, libres y completas. Nos preparamos así para seguir la dirección de Dios en cualquier acción que emprendamos.
El deseo eficaz de ayudar, por lo tanto, comienza en la Verdad absoluta y culmina en la curación.
A medida que yo meditaba sobre la obra de Cristo Jesús, otra idea surgió: la nítida naturaleza individual de su misión sanadora. Puesto que Jesús entendió que su individualidad era una expresión de la Vida, Dios, comprendió que su obra sanadora era única. Él dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. 5:17;
Deberíamos hacer lo mismo. A medida que individualmente elevamos al Cristo en nuestro pensamiento, nosotros y aquellos a quienes deseamos ayudar, somos atraídos hacia la Verdad. El Cristo atrayendo al pensamiento receptivo — ¡ésta es la ayuda verdadera!
¿Quién se siente atraído? Quizás un vecino que siente algo especial con respecto a nuestro hogar, o un compañero de trabajo a quien le gusta charlar con nosotros, o un amigo que encuentra algo especial en su amistad con nosotros. No, no es una atracción personal, es el poder de la idea de Cristo, que resplandece en la consciencia humana.
Argumentos tales como “mis compañeros de trabajo no entenderán esto” o “los vecinos son demasiado materialistas” o “fulano no es religioso”, se desvanecen cuando vemos que Dios, mediante el poder de Cristo, hace todo el trabajo que sea necesario.
Otra idea me ayudó a guiar mi pensamiento sobre el anhelo de ayudar. Me di cuenta de que debe incluir a toda la comunidad. Hablando de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy dice: “Es universal. Le interesa al hombre como hombre, a su todo y no a una parte; al hombre tanto física como espiritualmente, y a toda la humanidad”.Miscellaneous Writings, pág. 252; Y Pablo dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Gál. 3:28.
Pero la mente mortal quiere hacerlo de otra manera. Quisiera que elimináramos ciertos grupos raciales o étnicos de nuestro concepto de iglesia, o quisiera que tratáramos con indiferencia a la gente que tiene un estilo de vida que se aparta de lo convencional. O nos haría incluir sólo a nuestro país y no a toda la humanidad en nuestras oraciones por la paz mundial y el buen gobierno.
Hace poco me sorprendí a mí mismo restringiendo mentalmente el alcance de mi iglesia filial. La comunidad servida por ésta está rodeada por una amplia comunidad negra donde no hay Iglesia de Cristo, Científico, y yo no había incluido activamente esta comunidad en mi concepto de iglesia. Comencé entonces a trabajar metafísicamente para eliminar de mi pensamiento toda creencia en barreras raciales, económicas y sociales, y llenarlo con la verdad del amor de Dios por todos. Dos semanas más tarde, un amigo me contó dos casos recientes de personas interesadas en la Ciencia Cristiana, que pertenecían a esa comunidad negra.
El Amor divino gobierna todo genuino deseo de ayuda. Primero mueve al corazón a ayudar a alguien que lo necesita, luego nos obliga a buscar en Dios la verdad de la situación y, finalmente, nos guía hasta en los pasos más pequeños, en cualquier acción humana que emprendamos. Al final encontramos que nuestro deseo de ayudar ha sido en realidad un deseo de elevarnos para alcanzar el Cristo. Y encontramos que no sólo hemos ayudado a los demás, sino que también los hemos sanado.