¿Qué significa exactamente estar unido a Dios? Tal vez uno se pregunte: “Si no puedo tan siquiera estar cerca de Dios, ¿cómo podría estar unido a Él? ¿Puede mi pensamiento ser lo suficientemente espiritual como para que yo experimente tal unidad?”
Hace miles de años los hombres percibieron algo de la unidad del hombre con Dios y tan genuina fue tal percepción que demostró un efecto práctico en sus vidas. La experiencia de Jacob, tal como se narra en la Biblia, indica cómo se le reveló esta unidad mediante la oración, y cómo fue protegido.
Jacob iba de regreso a su propio país del cual había huido por haber procedido con improbidad con su gente. En el camino de regreso, junto con su propia y joven familia, supo que su hermano Esaú venía a su encuentro con cuatrocientos hombres con intenciones de venganza. Jacob oró toda la noche. A la mañana siguiente su encuentro con Esaú no fue un enfrentamiento de venganza sino una reunión afectuosa y fraternal, y Jacob le dijo a Esaú: “He visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido”. Gén. 33:10;
La oración de Jacob evidentemente tuvo respuesta. Él había visto algo de la verdadera naturaleza espiritual de su hermano como reflejo de la naturaleza de Dios, el Amor divino, y en esta visión verdadera del hombre, no había nada que temer.
Cristo Jesús explicó la unidad del hombre con Dios al declarar que Dios es el Padre del hombre. Él dijo: “No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos”. Mateo 23:9; El hombre es espiritual y debe ser contemplado solamente como espiritual.
La Ciencia Cristiana muestra que Dios, el Principio creador del universo es la Mente. El hombre, Su hijo espiritual, es una imagen o idea en la Mente, Dios. Esto se explica más ampliamente en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, donde su autora, la Sra. Eddy, escribe: “Tal como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser. Las Escrituras dicen: ‘Pues que en El vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser’ ”.Ciencia y Salud, pág. 361;
Para comprender más acerca de esta unidad, es menester percibir más acerca de lo que es Dios, Jesús comparaba a Dios con un padre que no puede por ningún concepto privar a sus hijos de lo que es necesario. Él dijo: “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Mateo 6:8; “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. 7:7; Debemos reconocer a Dios como el Principio creador, que eternamente cuida de los Suyos.
Puesto que Dios, el Amor, es el Padre del hombre, el hombre siempre es alimentado, cuidado y protegido. En razón de que el hombre existe como idea en la Mente que es Dios, su substancia, como idea, es la substancia de la Mente. Esta substancia es imperecedera, inmaterial y está constituida de las cualidades espirituales expresadas por la Mente que es Padre-Madre.
Cuando expresamos bondad, desinterés, afabilidad, prudencia, pureza y otras cualidades — como también habilidad, como la de Jacob, para ver a nuestro prójimo como la imagen de Dios y también reflejando todas estas cualidades — demostramos que poseemos la substancia de la Mente. Cuando perpetuamente mantenemos nuestra norma de vivir continuamente con las cualidades espirituales, demostramos que esta substancia no está sujeta a fluctuaciones.
Puesto que somos ideas conscientes en la Mente divina, estamos constituidos de la consciencia de Dios. La Mente está consciente de sí misma como Vida eterna; por consiguiente, estamos constituidos de la consciencia de la Vida eterna. La Mente está consciente de sí misma como Amor, por ello estamos constituidos de la consciencia del Amor que lo incluye todo. La Mente está consciente de sí misma como Alma, y estamos constituidos de la consciencia del Alma, de la belleza, grandeza, santidad, y salud de su propio ser impecable.
Nos puede ser de gran utilidad la comprensión de la unidad indivisible del hombre con Dios. Por ejemplo, un Científico Cristiano, en cierta ocasión se sintió muy enfermo en su oficina. Llamó, pues, a una practicista para que le ayudara y le diera tratamiento mediante la oración pero al fin del día no había experimentado mejoría. A la hora de retirarse del trabajo, apenas podía bajar las escaleras debido a las náuseas que sentía. No podía volver a su casa en seguida, pues tenía que ir a la iglesia para presidir una reunión de cierto comité.
Estaba consciente de la declaración de la Sra. Eddy que dice: “Todo lo que sea de vuestro deber, lo podéis hacer sin perjuicio para vosotros mismos”.Ciencia y Salud, pág. 385; Antes de irse, incapaz de mantener los ojos abiertos, permaneció sentado en su coche, preguntándose cómo debía solucionar y afrontar esta situación. Entonces recordó las palabras del Maestro: “Yo y el Padre uno somos”. Juan 10:30; Con todas las fuerzas que su estado le permitía repitió estas palabras una y otra vez y las afirmó como verdaderas para sí mismo.
Después de un rato se le presentó otro pensamiento: Si esto es así, entonces mi Padre está aquí conmigo. Repitió estas palabras y trató de comprender la verdad que encerraban. Al cabo de unos minutos repentinamente se sintió muy cerca de Dios y lo sintió como su Padre afectuoso. Desapareció todo temor y las náuseas también. Se vio libre de su enfermedad, y pudo conducir su coche hacia la iglesia a pesar del intenso tráfico de esa hora. Allí cumplió con su deber lleno de gozo. A la mañana siguiente, se sintió completamente bien. La oración del practicista y su propia oración, lo habían sanado por medio de la comprensión de la unidad del hombre con Dios.
El concepto de la unidad del hombre con Dios debe ser ampliado en nuestro pensamiento para incluir a toda la creación. Jesús no sólo enseñó a sus seguidores que ellos eran hijos de Dios, sino que vivió de acuerdo con esta realidad. Adondequiera que iba, podía contemplar a los hijos e hijas de “nuestro Padre” y en consecuencia, sanaba al enfermo. Incluso cuando uno de sus discípulos cortó la oreja de uno de los que fueron a arrestar al Maestro, él inmediatamente le restauró la oreja mediante el poder espiritual.
Aun en medio de la crucifixión, Jesús mantuvo su comprensión de que Dios es el Padre del hombre. Nunca admitió tener enemigos, sino que imploró el perdón para aquellos que lo crucificaron. Manteniendo su visión de la verdadera naturaleza del hombre a través de esta experiencia, Jesús demostró que no podía ser tocado por el argumento mentiroso de que hombres malvados lo estaban destruyendo. Demostró que el hombre es la imagen de Dios, el Amor.
El concepto omnímodo de que el universo es el resultado de un único Dios, se evidencia claramente en las palabras de la Sra. Eddy cuando escribe: “La Vida es Dios, o Espíritu, el eterno suprasensible. El universo y el hombre constituyen los fenómenos espirituales de esta Mente única e infinita”.La Unidad del Bien, pág. 10.
El ver al hombre y al universo como el fenómeno de la única Mente, es percibir que Dios es el único Ego expresado en todas las manifestaciones universales de la Vida que nos rodea. Es Su voluntad divina, llevando a cabo Su plan para expresarse a Sí mismo perfectamente, lo que constituye la fuerza motriz del universo. Es Su naturaleza divina la que se expresa en todas las cosas; es Su acción armoniosa que está presente en todas partes. Todo el fenómeno del ser, incluso el hombre, es testigo de Su vida, Su verdad, Su amor.
Armados de este punto de vista, podemos contemplar los apremiantes problemas de la humanidad sin alarmarnos. Cuando la prensa, radio y televisión difunden confusión, caos, temor y odio, podemos rechazar este cuadro y cambiar el pensamiento hacia la realidad. Podemos afirmar los hechos científicos del ser, de que hay un Dios, una Mente, y que el hombre ha sido creado a Su imagen. Podemos poner en foco nuestra consciencia con la totalidad y unicidad de Dios, el Amor, y de la realidad de que el hombre es inseparable de Él.
Contemplar el universo a nuestro alrededor como el efecto de la Mente única, y adherirse firmemente a esto, como la realidad de las cosas, constituyen una oración que ayudará a solucionar los problemas. Aportará paz y desarrollo constructivo a nuestra experiencia; y nos capacitará para mantener nuestra felicidad y gozo.
Nos conducirá hacia el estado donde, al igual que Jacob, podremos ver el rostro del Padre, la naturaleza del Padre, expresada por todos y en todas partes. Entonces sabremos que la individualidad de nuestro prójimo es el reflejo de la divina, y en consecuencia lo amaremos.