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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Una serie señalando el desarrollo progresivo del Cristo, la Verdad, a través de las Escrituras.]

Los primeros años de José

Del número de septiembre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Como prueba evidente de su gratitud a Dios por su enaltecedora experiencia en Peniel, Israel insistió en que sus seguidores renunciasen a los dioses “ajenos” (literalmente “extranjeros” — ver Génesis 35:2), que algunos de ellos habían adoptado, y aceptasen exclusivamente la Deidad, frecuentemente descrita por su propio nombre, “El Dios de Israel” (ver Éxodo 24:10). Además, cuando el patriarca visitó a Betel, donde había erigido un altar muchos años antes, recibió una bendición posterior y la afirmación repetida de que la tierra de Canaán quedaría en firme tenencia a través de sus descendientes; y ahí, de nuevo, en homenaje a Dios erigió y bendijo un altar o columna (ver Génesis 35:14).

Pese a que la alegría de Israel con todas estas adicionales demostraciones de progreso pudo haber sido perturbada en cierta medida por la muerte de su bienamada esposa Raquel y la de su anciano padre Isaac (versículos 19, 29), encontró en José, el hijo mayor de Raquel, uno que, desde temprana edad, le demostró sobresaliente evidencia de las condiciones de conductor requeridas para asegurar y extender el destino de la descendencia israelita. En verdad, desde entonces, José, pese a su juventud, se coloca decisivamente al frente de sus hermanos de los cuales sólo Benjamín, hijo menor de Raquel, era más joven que él.

Nuestra primera introducción directa a José se produce cuando tenía diecisiete años, y se nos dice: “Y amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores” (Génesis 37:3). La envidia y el odio iban aumentando entre sus hermanos, y cuando José informó a su padre las iniquidades perpetradas por cuatro de sus hermanastros, se incrementó el resentimiento en su contra (vers. 2).

Otra causa de disensión fueron los sueños de José que interpretó como indicio de que, a su debido tiempo, sus hermanos habrían de reverenciarlo, tal como “el sol y la luna y once estrellas” (vers. 9). El mismo Israel llegó a dudar de estas visiones de supremacía; sin embargo, la elevada posición que José alcanzó más tarde en la corte egipcia virtualmente confirmó lo que predijo.

Mientras tanto, sus hermanos mayores se habían dirigido a Siquem y después a Dotán, al norte de Canaán, en busca de pastura para los numerosos rebaños de ovejas de su padre. Anheloso por saber de sus hijos, Israel envió a José para que los visitara y trajera noticias de ellos, pero cuando lo vieron acercarse, nuevamente les acosó la envidia. La mayoría planeó matarlo y atribuir el salvaje acto a una bestia igualmente salvaje.

Las deducciones históricas, tal como las conocemos, carecen de claridad. Pareciera, sin embargo, que Rubén, el mayor, persuadió a los demás que debían poner preso al joven en un pozo o cisterna vacía en la roca, planeando rescatarlo posteriormente (vers. 22); pero el plan de Judá, que finalmente fue adoptado, era venderlo a los mercaderes que pasaban en su camino a Egipto, quienes rápidamente accedieron llevarse al joven “por veinte piezas de plata” (vers. 28).

Cuando los hermanos regresaron a casa, mancharon con sangre la distintiva túnica que le habían arrancado, siguiendo así el plan de encubrir su propia culpa y atribuir la ausencia de José como muerto por un animal salvaje. Esta noticia causó profunda pena al anciano padre que lloró desconsoladamente la supuesta pérdida de su hijo favorito (vers. 33–35).

Los hermanos no se dieron cuenta de que José, finalmente, proporcionaría un clásico ejemplo de tolerancia, ¡liberándolos a todos de los sufrimientos del hambre!

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