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Hallando la paz para nosotros y los demás

[Original en alemán]

Del número de septiembre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cada uno de nosotros anhela la paz en su corazón — paz en nuestras familias, paz en nuestro país, paz en todo el mundo. La respuesta para este anhelo humano la hallamos en las palabras de Cristo Jesús: “La paz os dejo, mi paz os doy”. Y agregó significativamente: “Yo no os la doy como el mundo la da”. Juan 14:27; El mundo material en el que parecemos vivir nunca nos brindará la paz tan anhelada.

Con excesiva frecuencia las personas procuran alcanzar la paz interior sobre una base material o exclusivamente humana. Muchos la buscan en la dirección equivocada — en el alcoholismo, en el cigarro, en los estupefacientes u otras drogas. Pero estos caminos desviados no conducen a la paz verdadera que emana de Dios.

A través del estudio de Ciencia Cristiana aprendemos a mantener nuestro pensamiento acorde con la verdad de que Dios, la Vida eterna, es la fuente de nuestro ser. En razón de que en realidad reflejamos la Vida divina, siempre estamos protegidos de peligro y disturbios.

El Espíritu, Dios, es toda la presencia que existe, y Él no tiene conocimiento de la materia. El hombre es el efecto de la causa divina; por consiguiente, refleja la inteligencia y sabiduría de la Mente, la libertad del Espíritu, la belleza pura del Alma. A medida que expresamos estas cualidades, demostramos paz. Y nuestra demostración, unida con la de otras personas, contribuye a la verdadera paz mundial. En su sentido más elevado, la paz es un estado de consciencia que se logra viviendo de acuerdo con nuestra verdadera identidad.

Podemos vivir en armonía con los demás obteniendo un concepto más elevado de la fraternidad universal. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Con un mismo Padre, o sea Dios, todos en la familia humana serían hermanos; y con una sola Mente y esa Dios, o el bien, la fraternidad entre los hombres constaría de Amor y Verdad, y tendría la unidad de Principio y el poder espiritual que constituyen la Ciencia divina”.Ciencia y Salud, págs. 469–470;

El Amor divino sostiene al hombre en perfecta armonía para siempre. Y en su totalidad, las ideas individuales de Dios constituyen la pacífica familia de Dios. El universo de Dios se desenvuelve desde la base de la infinitud; por lo tanto, toda idea ha existido desde la eternidad y continuará existiendo perpetuamente. Tanto la salud como la paz son eternas, puesto que son ideas divinas y están incluidas en el ser del hombre.

La consciencia espiritualizada, plena de la verdad de Dios, vence las sugestiones del mal y destruye todo lo que parece resistir la paz. Ya sea que la curación se produzca rápida o gradualmente, sabemos que la actividad del Cristo trae a luz la paz inviolable de la Vida y su manifestación. El hombre, la imagen de Dios, refleja Sus cualidades de amor y tranquilidad. Para hallar la armonía verdadera, debemos reclamar, debemos reconocer, nuestro derecho natural y vivir de acuerdo con él. Aquellos que aparentemente son cautivos del error, pueden, en cualquier instante, recurrir a la verdad de Dios y encontrar paz genuina. Todo lo que realmente existe da testimonio de la Mente, el Amor, y la infinitud del Espíritu.

En lo profundo de nuestro corazón cada uno recibe la gloriosa paz del Amor divino. Todo esfuerzo honesto por expresar amor y ser comprensivos nos hace más conscientes de la serena atmósfera del Alma. A veces nos acomete la tentación de creer que nuestra comprensión de la Verdad es demasiado pequeña para permitirnos dominar circunstancias discordantes. Pero la influencia divina, o el Cristo, siempre está activa en la consciencia humana y cuanto más la comprendemos y aprendemos a responder a ella, tanto más en paz nos sentimos. El estar conscientes de nuestra unidad con Dios, la Mente, nos da la seguridad de vernos libres de perturbación.

Las verdades de la Mente siempre presente pueden aplicarse para solucionar las discordancias provenientes de los celos, la fricción, el egoísmo, la idolatría y las injusticias en las relaciones humanas. La Mente divina está presente para anular la creencia en el distanciamento de personas, grupos y naciones. Al reconocer esta Mente como única, podemos experimentar la paz verdadera y el gozo de la espiritualidad.

¿Cómo es que podemos derribar un muro de odio y discordancia y reemplazar la fricción con el amor de Dios? Todos necesitamos salvarnos de cierto grado de materialidad. Mas, en realidad, todos somos hijos de Dios, del Padre único. La Ciencia divina incluye a todos en un propósito afectuoso universal. Cada uno es una idea divina.

En efecto, la ciudad de Dios, es decir, la consciencia divina, bajo el gobierno de la Mente divina es el lugar en que vivimos. En la proporción en que nos identificamos con Dios, el Espíritu, habitamos conscientemente en esta ciudad espiritual. La Mente única nos gobierna a todos, y su paz está al alcance de toda nación. Nunca ha habido guerra en el universo espiritual; es esencial comprender y sostener esto y establecer firmemente en nuestro pensamiento la verdad acerca de que el hombre y el universo son espirituales y, por consiguiente, inmortales.

Toda idea que existe en el universo de la Mente manifiesta las cualidades eternas de esta Mente. El hombre, la idea más elevada de la creación de Dios, siempre debe expresar salud, integridad, plenitud y calma — cualidades que revelan la naturaleza de su creador.

La fuerza absoluta del poder espiritual que rige el universo está siempre a mano. El pensamiento negativo no es poder; es meramente una decepción que desaparece cuando depositamos una confianza incondicional en Dios, el bien. La consciencia espiritual se ve libre de conocimientos mundanos y conceptos de contienda porque está colmada con la paz del Cristo y con la comprensión del Amor divino que todo lo sabe.

El Cristo, que habla a la consciencia humana, es semejante a la luz solar que pasa a través de la oscuridad. La luz solar no sabe nada de tinieblas y oscuridad; no obstante, a su llegada, éstas se disipan. Del mismo modo, la consciencia humana se ilumina cuando está consciente del Cristo, la naturaleza divina, y en esa proporción se desvanece el materialismo. El demostrar la consciencia semejante al Cristo significa ser herederos con Cristo.

Jesús resumió la ley y los profetas en dos mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37, 39; Cuando todos nuestros pensamientos, motivos y acciones son afectuosos, encontramos en cada situación la paz que anhelamos, la paz que se manifiesta mediante la presencia, el poder y la bendición divinos. La Sra. Eddy lo resume bellamente: “Una vida espiritualizada y la bienaventuranza espiritual son las únicas señales por las cuales podemos reconocer la existencia verdadera y sentir la paz inefable que emana de un amor espiritual que lo absorbe todo”.Ciencia y Salud, pág. 264.

La paz que sentimos en nuestra consciencia crea la base para la paz mundial. Mediante la Ciencia Cristiana podemos poner fin a las desavenencias y disensiones entre personas y ayudar a que las naciones estén en paz. En la ley del Amor hallamos la solución para los problemas mundiales. La ley de Dios comprendida y puesta en práctica, es una promesa de unidad y libertad para toda la humanidad, porque nunca ha existido ninguna separación entre las ideas de la Mente. Dios es Amor — supremo, todo creador, siempre presente, permanentemente activo, constante. Es nuestro privilegio reconocer esta verdad y practicarla.

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