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“No tendrás dioses ajenos delante de mí”...

Del número de septiembre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). En una ocasión en que estaba sufriendo fuertes dolores debido a una afección que los médicos habían diagnosticado como artritis espinal, una amiga me preguntó si durante aquella semana yo querría que ella me leyera la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. El tema era “El hombre”.

Acepté, y mientras mi amiga me leía de la Biblia las palabras del Primer Mandamiento citadas, empecé a analizarlas. De pronto me dije: “Bueno, aquí estoy teniendo muchos dioses, y en estos momentos este frasco de aspirinas es mi dios número uno”.

Médicos y especialistas me las habían recetado durante muchos años, pero el tratamiento no había logrado traerme alivio permanente. Llegué a aceptar el dolor como algo con lo cual tenía que vivir y buscaba aminorarlo con píldoras sedantes. Uno de los médicos me había recomendado limitar mis actividades y evitar del todo levantar cosas pesadas, agacharme o hacer movimientos forzados.

Sin embargo, con esta nueva luz y con una comprensión más clara, me esforcé por obtener un mayor conocimiento del hombre creado espiritualmente y de su parentesco con Dios. Leí el primer capítulo del Génesis con una percepción espiritual que jamás había tenido antes. Su definición fue tan sencilla: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (versículo 27). Y el último versículo de este capítulo dice: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (versículo 31).

En los días siguientes mucho me fue revelado. Leí devotamente el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Este libro amplió mucho mis pensamientos dándome una mayor y nueva comprensión. Refiriéndose a su propia curación, la Sra. Eddy dice: “Cuando ya estaba aparentemente cerca del confín de la existencia mortal, en el valle de la sombra de muerte, aprendí estas verdades en la Ciencia divina”, luego enumera primero “que toda existencia real radica en Dios, la Mente divina, y que la Vida, la Verdad y el Amor son todopoderosos y están siempre presentes” (Ciencia y Salud, pág. 108).

Esto me hizo sentir un tanto mi unidad con Dios como Su imagen y semejanza. Un concepto enteramente nuevo del hombre alboreó en mí. En tres días pude valerme sola para acostarme y levantarme, y en dos semanas estuve libre del dolor. ¡Había sanado! Esto ocurrió hace quince años y desde entonces no he vuelto a sufrir de esta enfermedad.

La revelación que Dios diera a la Sra. Eddy sobre esta comprensión a la manera del Cristo que Jesús poseía de la creación de Dios, permitieron a la Sra. Eddy presentar estas verdades al mundo. Estoy muy agradecida por esta curación y por muchos pensamientos sanadores que me han bendecido durante todos estos años.

Ahora sé positivamente que no hay otro dios. Mi afiliación a la Iglesia y el haber recibido clase de instrucción han enriquecido grandemente mi vida. He encontrado un camino mejor, y al ofrecer este testimonio mi oración es que él pueda ayudar a otros en su búsqueda de la paz y que puedan verificar estas palabras de Cristo Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).


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