Uno de los puntos culminantes de la enemistad en constante aumento entre los egipcios y los hebreos que estaban entre ellos, fue el edicto publicado por el mismo Faraón, de que todo niño varón que naciera entre los hebreos debía ser muerto al nacer. Debido a que este decreto fue eludido por las parteras que atendían a las madres hebreas, el rey extendió su propósito cruel, exigiendo que todos sus súbditos se encargaran de que todo hijo de padres israelitas fuera echado al río Nilo.
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