Uno de los puntos culminantes de la enemistad en constante aumento entre los egipcios y los hebreos que estaban entre ellos, fue el edicto publicado por el mismo Faraón, de que todo niño varón que naciera entre los hebreos debía ser muerto al nacer. Debido a que este decreto fue eludido por las parteras que atendían a las madres hebreas, el rey extendió su propósito cruel, exigiendo que todos sus súbditos se encargaran de que todo hijo de padres israelitas fuera echado al río Nilo.
Uno de los niños hebreos que nació en este período fue Moisés, cuyo padre Amram, y su madre Jocabed, provenían de la tribu fundada por Leví, el tercer hijo de Jacob. Amram y Jocabed tenían otros dos hijos: Aarón, que tenía tres años en esa época (ver Éxodo 7:7), y María que era probablemente una adolescente, pero que desempeñó una parte activa en el salvamento de su hermano pequeño, Moisés, quien llegaría a ser el miembro más famoso de la familia.
Durante tres meses Jocabed tuvo éxito en ocultar al niño de los ojos inquisidores de aquellos que podrían haber ganado el favor de Faraón echándolo al río; pero presintiendo que su secreto podría ser revelado en algún momento, ella elaboró un plan para asegurarle la supervivencia. El relato bíblico no nos dice dónde vivía la familia de Amram, pero existe buena razón para suponer que era cerca de Menfis, donde parece que también vivían el Faraón reinante y su hija.
Jocabed puso a Moisés en una arquilla, o cuna de juncos o de cañas de papiro y la calafateó con asfalto y brea, escondió esta arquilla en un carrizal a la orilla del Nilo, y envió a María para que vigilara la arquilla desde lejos "para ver lo que le acontecería" (Éxodo 2:4). Estas palabras claramente sugieren un plan cuidadosamente preparado y que obtuvo un éxito inmediato. Mientras la hija de Faraón se bañaba en el Nilo, vio la arquilla y le pidió a una de sus criadas que se la trajera. El llanto del pequeño despertó en seguida su compasión, y prontamente accedió al ofrecimiento oportuno de María de llamar a una nodriza de entre las mujeres hebreas.
Así la estratagema de Jocabed, si fue realmente una estratagema, tuvo un éxito completo. No solamente aseguró la vida de su hijo, sino que pudo cuidar de él hasta que la princesa lo reclamó para adoptarlo. Una tradición mencionada por el historiador judío, Josefo, sugiere que el nombre de la princesa era Termutis y que no tenía hijos, lo que explicaría aún más su deseo de adoptar a este hermoso niño, descrito por Esteban en el Nuevo Testamento como “sumamente hermoso” (Hechos 7:20, según la versión moderna de la Biblia).
A su debido tiempo, Moisés “fue enseñado en toda la sabiduría de los egipcios” (versículo 22), los que rivalizaban con los griegos no solamente al destacarse por su habilidad física sino que también al crear un programa cultural de una amplitud sorprendente. A los egipcios se les da el crédito de haber inventado la tabla de multiplicar para sus estudios de aritmética.
Egipto tenía escuelas famosas; una de las cuales, situada en On (o Heliópolis), aparentemente había sido presidida unos siglos antes por Potifera, el suegro de José (ver Génesis 41:45). Moisés, como hijo adoptivo de una princesa, bien podía haberse inscrito en On en aquel tiempo, que ofrecía cursos de asignaturas tales como geometría y trigonometría, astronomía y química, literatura y derecho. Otra tradición recogida por Josefo dice que Moisés en su mocedad fue soldado, emprendiendo una exitosa campaña en Etiopía; la Biblia nos informa que en sus últimos años se casó con una mujer etíope (ver Números 12:1).
Cualquiera que haya sido la naturaleza específica de su formación y educación, él, sin lugar a dudas, se estaba preparando para su tarea de conductor y legislador.
El corazón del hombre
piensa su camino;
mas Jehová
endereza sus pasos.
El entendido en la palabra hallará el bien,
y el que confía en Jehová
es bienaventurado.
Proverbios 16:9, 20