Juan del desierto, asceta fervoroso,
las langostas, tu comida eran,
en tu fervor clamabas pidiendo
arrepentimiento.
Juan del desierto, amaste a Dios y Su ley
pero no de la manera más elevada.
Tu desprecio de la materia, y tu aceptación del error,
convirtiéronse en rejas de tu prisión.
La duda te hizo preguntar:
“¿Eres tú el que había de venir?”
El Maestro por humildad no respondió:
“¡ ése soy yo ! ”
Con suave toque sanador,
tu pensamiento hizo elevar,
para reconocer
los efectos de la idea Cristo en la consciencia:
el ojo que ve, el paso erguido,
rostro radiante y claro, el oído que oye,
el despertar del sueño de la muerte
para absorber la Verdad.
Para esa hora gloriosa
y para la eternidad
el Maestro declaró: Éste es el Cristo:
ésta es la luz libertadora,
la idea verdadera de Dios, el único y el Todo,
y el hombre, Su hijo es —
¡he aquí el Cristo sanador!
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