El estar atento a la guía divina nos espiritualiza, y mejora nuestra experiencia porque nos aleja del materialismo y de un concepto limitado y finito del ser. Equivale a la oración, pues, el estar atento, el oír con atención, no depende del oído físico. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy nos da el significado espiritual de “oídos”: “No los órganos de los llamados sentidos corporales, sino el entendimiento espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 585 ;
La Biblia tiene mucho que decirnos acerca de escuchar íntimamente, atentamente, y obedecer, en palabras como: “oíd”, “estadme atentos”, “estad atentos a mí”. El servidor de Dios, Le obedece al expresar Sus perfectas cualidades. ¡Cuán reconfortante es comprender que Dios, la Mente, es glorificado en el hombre verdadero y espiritual, Su idea! Este pensamiento nos enaltece y nos estimula a hacer un esfuerzo metafísico más elevado y a mantener una comunión más íntima con Dios mediante la oración, para poder ser un reflejo cabal de Él.
La quietud es necesaria para escuchar atentamente y comprender las instrucciones de Dios. Se necesita humildad para estar dispuestos a dejar de lado el estímulo de los sentidos materiales, que nos lleva a actuar impulsivamente y a satisfacer la voluntad humana. El confiar en Dios tranquiliza, mitiga el temor y la ansiedad, aliviando la tensión. En la quietud receptiva escuchamos la idea adecuada que Dios nos da. Al recibir y obedecer los mensajes de Dios, el oído atento demuestra la unidad del hombre con Dios, la unidad que inspira, instruye, alegra y da paz.
Ciencia y Salud declara: “El Cristo es la idea verdadera, proclamando el bien, el mensaje divino, que viene de Dios a los hombres, hablando a la consciencia humana”. ibid., pág. 332 ; El mensaje del Cristo puede venir en diversas formas y con múltiples propósitos. Por ejemplo, puede ser que nos llegue en las palabras de un versículo bíblico o de un pasaje de Ciencia y Salud. O darnos discernimiento para corregir nuestra conducta. O iluminar nuestro pensamiento para poder encontrar documentos importantes que pudieran haberse extraviado o indicarnos cómo restablecer una amistad. O bien prevenirnos instantáneamente contra algo. Cualquiera que sea el mensaje, nos bendice cuando le prestamos atención. El resultado de obedecer la voz de Dios puede ser la feliz sensación de haber expresado un acto de bondad, la paz que sigue cuando hemos resistido a la tentación o vencido una mala conducta. En verdad, la espiritualidad es algo práctico.
En tanto que mantengamos nuestro pensamiento sereno y receptivo, no tenemos por qué mantenerlo inactivo para recibir el mensaje del Cristo. En medio del ajetreo del diario vivir, podemos volvernos a Dios con todo nuestro ser para comprender cómo hacer o decir algo apropiado. En medio del tráfico intenso podemos escuchar a Dios de tal manera que podamos proceder con prudencia al manejar un vehículo, y así estar a salvo. Un himno dice:
Él Su Verbo envió a sanarles,
y aun aquí Su Verbo está;
de ternura su mensaje
lo podemos escuchar.Cien Himnos del Himnario de la Christian Science, No. 175;
El hombre espiritual, el hombre verdadero, siempre está atento porque Dios se comunica perfectamente con él, y continuamente podemos identificarnos con este hombre. Dios, la sabiduría e inteligencia infinitas, no crea una idea que no quisiera o no pudiese oírle — que no pudiese obedecerle. Dios, la Mente que todo lo oye, que todo lo sabe, no pudo haber creado un representante que no estuviera atento al conocimiento de Él.
Puesto que un cuerpo humano defectuoso indica discordancia en el pensamiento, la sordera y otras condiciones físicas discordantes pueden desaparecer cuando somos receptivos al sonido de nuestro ser verdadero a la semejanza del Espíritu. La relación directa entre la sordera espiritual o falta de percepción intuitiva, y la ineptitud para sanar, fue eficazmente expresada por Cristo Jesús. Declaró: "El corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane”. Mateo 13:15;
No sólo la curación del cuerpo sino también la del pensamiento — es decir, la transformación moral y espiritual — resultan de escuchar o de comprender correctamente la Palabra de Dios. El pensamiento individual se vuelve de la creencia falsa y material a la realidad espiritual de la salud y la santidad, a la liberación de la enfermedad y del pecado. En la Ciencia Cristiana podemos saber y probar que la idea individual de la Mente divina está siempre dispuesta por completo a escuchar y obedecer la voz del Padre.
La mente mortal, la ilusoria consciencia material, intentaría distraernos de la inspiración de la Mente, nos insinuaría sus propias creencias y repetiría sus falsas conclusiones, no daría oído a las verdades espirituales. La vanagloria está, en creencia, procediendo bien, — no siente la necesidad de escuchar para enmendarse. La obstinación considera que todo está equivocado menos ella, inclusive los correctivos de la Verdad, y no quiere escuchar advertencia alguna. Sepultado en sus conceptos equivocados, el sentido personal — la creencia en personalidades separadas y limitadas que dependen de personalidades finitas, — no quiere prestar atención a la comprensión de que el hombre verdadero depende totalmente de Dios.
Ante la tenaz insistencia de la mente mortal en ahogar todo, excepto su propia agrandada intromisión, sólo existe una manera de liberarse de ella, orar sin cesar con atención total para recibir las intuiciones espirituales de Dios.
La Sra. Eddy expresa la advertencia del Amor: “Por muy perseverantes que sean los Científicos Cristianos en su vigilancia, o por muy firmemente que cierren sus puertas, o por muy fervorosamente que oren a Dios, para ser liberados de las pretensiones del mal, no puede ser demasiado. Si lo hacen, los Científicos Cristianos silenciarán las sugestiones del mal, descubrirán sus métodos, y detendrán su influencia oculta sobre la vida de los mortales”.Miscellaneous Writings, pág. 114.
La humildad que demostramos en escuchar a Dios constituye la mayor confianza posible. Es esencial para conocer la voluntad de Dios. Aunque al principio no es fácil poner nuestro pensamiento en armonía con la Mente divina, el esfuerzo y la experiencia nos ayudan más a acostumbrarnos a hacerlo y a depender en ello, hasta que continuamente sintamos que es natural y beneficioso escuchar a Dios.
