Las palabras de Cristo Jesús son de gran importancia para todo aquel que busca la verdad concienzudamente. Jesús mismo dirigió la palabra a personas de diversos y numerosos estados de consciencia con una afectuosa comprensión que incluía las necesidades de todo el mundo. Sus enseñanzas revelaron a Dios como nuestro Padre celestial quien tiernamente ama y mantiene Su creación en un estado de perfección y armonía invariables.
La consciencia permanente de su unidad con Dios que poseía Jesús se expresó en sus palabras: “Yo y el Padre uno somos” Juan 10:30; y “no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos”. Mateo 23:9; Se identificaba con Dios, la inteligencia o Mente infinita; reconociendo que, como Hijo de Dios, su actividad y ser eran uno con el Ser Divino, que es la Vida, Dios; obró como el Padre obra, desde el punto de vista de la Mente. Demostró al Cristo, su filiación inmortal y perfecta con Dios.
El Cristo, como se entiende en la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens., es la eterna verdad divina acerca de Dios y el hombre, manifestada y ejemplificada por Jesús la verdad de toda realidad, de Dios y Su universo de ideas espirituales. Mediante su incomparable comprensión del Cristo, el Maestro llevó a cabo las grandes obras de curación que introdujeron la era Cristiana. La Ciencia Cristiana enseña que el Cristo es la luz de la Verdad divina, el cual, al igual que en la época de Jesús, sana hoy en día la enfermedad y la discordancia. Jesús utilizó este poder sanativo siempre presente, en toda situación.
El Cristo manifiesta a la humanidad la verdad concerniente al hombre y su relación con Dios. Mediante su comprensión de esta relación, Cristo Jesús probó que el hombre posee el dominio otorgado por Dios contra toda adversidad, inclusive el pecado, la enfermedad y la muerte. Comprendió que era el poder de Dios que él entendió lo que hizo posible su trabajo sanador. Humildemente reconocía que “El Padre que mora en mí, él hace las obras”. Juan 14:10;
El Maestro probó con su existencia y presencia constituida por Dios, y por ende, gobernada por Él, su individualidad como Hijo inmortal de Dios, y esto lo capacitó para ejercer autoridad divina sobre las falsas leyes que pretenden constituir y gobernar la personalidad mortal y su ambiente. La ley y el orden divinos del ser son siempre supremos y ninguna pretensión de la mente mortal puede anularlos.
La Biblia contiene muchas promesas de la libertad del hombre de las así llamadas leyes mortales. El noveno capítulo del Evangelio según San Juan que registra la curación de un hombre ciego de nacimiento, comienza con el inmediato rechazo de la sugestión de sus discípulos que la causa de su ceguera podría ser congénita. El Maestro afirmó que el hombre vive para manifestar las obras de Dios. Y mucho antes de la época de Jesús, el Profeta Ezequiel escribió: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera? Vivo yo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel”. Ezeq. 18:13;
La Ciencia Cristiana nos capacita para seguir los pasos del Maestro y establecer en la consciencia la verdad del ser espiritual perfecto del hombre, su inseparabilidad de su único y solo Padre-Madre Dios. Demuestra que las así llamadas leyes de herencia, tan limitantes y destructivas en su efecto en la experiencia humana, son fundadas en la creencia del insubstancial sueño mítico de la creación registrada en el segundo capítulo del Génesis — una creación aparte de Dios. Aquí se expone una clase de hombre formado del polvo que se cree a sí mismo un creador, y en el orgullo y la lujuria busca su perpetuación por medio de la reproducción de otros seres de su misma especie, el género humano. De este hombre la Biblia no registra nada bueno. Su primer descendiente fue un asesino, y su fin fue pronosticado por Jehová Dios, su supuesto creador.
Leemos que Jehová Dios le dijo a Adán: “Polvo eres, y al polvo volverás”. Gén. 3:19; Es obvio que éste no es el hombre al cual se refiere el capítulo inicial de la Biblia el hombre hecho a la imagen de Dios, teniendo dominio sobre toda la tierra, todo el universo de ideas espirituales que constituye la creación de Dios.
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras Mary Baker Eddy escribe: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia. Su origen no se halla, como el de los mortales, en el instinto animal, ni pasa él por condiciones materiales antes de alcanzar la inteligencia. El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia”.Ciencia y Salud, pág. 63; Éste es el hombre verdadero, el único hombre que hay, el hombre que verdaderamente somos, el hombre cuya vida está resguardada con Cristo en Dios. Y esta verdad tiene que ser finalmente revelada a todos.
Al principio puede parecemos que demostramos nuestra filiación con Dios sólo escasamente, pero Dios nos da la habilidad para hacerlo, capacitándonos para desechar la ilusión de que somos mortales viviendo en un cuerpo material, sujetos a todos los caprichos del pensamiento mortal. A medida que aumenta nuestra comprensión espiritual a través del estudio basado en la oración, la consciencia humana se eleva hacia la luz de la Verdad y nos hallamos conquistando una mayor libertad frente a los errores y desengaños de este sueño de la existencia material. Paso a paso podemos demostrar nuestra herencia verdadera como descendientes de un Padre-Madre Dios que es todo sabiduría, todo amor.
La Sra. Eddy lo explica así: “Es posible, y es deber del hombre, inclinar en tal forma el peso de sus pensamientos y actos hacia el lado de la Verdad, para que pueda siempre ser hallado en la balanza con su creador; no sopesándose en igualdad con Él, sino comprendiendo en cada aspecto, en la Ciencia divina, el significado pleno de lo que el apóstol dio a entender con la declaración, 'El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo' ”.Miscellaneous Writings, pág. 46.
 
    
