Un día en que cabalgaba con mi instructor de equitación, me contó un chiste que no he olvidado jamás. Se trataba de dos ancianos en desacuerdo respecto a la causa de un dolor en una pierna que aquejaba a uno de ellos.
— La pierna derecha me sigue doliendo — dijo uno de los ancianos.
— No es sino vejez, — respondió el otro.
— No, no es eso.
— Te digo que es la vejez. Eso es.
— Yo sé que no es eso insistía el dolorido.
—¿Cómo lo sabes?
—¡Porque la pierna izquierda es tan vieja como la derecha y no me duele!
La Ciencia Cristiana enseña que la materia no existe como realidad sino sólo como creencia falsa, de manera que no puede envejecer ni sentir dolor, ni originar belleza o fealdad. Por lo tanto, la materia no es una inteligencia que pueda crear dolor, y podemos probarlo. En efecto, puesto que el Espíritu, Dios, es infinito, Todo, y la materia es desemejante al Espíritu, no hay lugar para la materia — la materia no puede existir.
¿Piensa usted que el cuerpo físico es real y que una parte puede envejecer más rápidamente que la otra? ¿Los ojos, quizás? ¿La función retentiva del cerebro? ¿O algún llamado órgano vital? Sugestiones de esta especie son inconsistentes — ¡mentiras! En verdad, no existe tal cosa como un cuerpo material porque el hombre es el reflejo de Dios, y, por tanto, su individualidad es enteramente espiritual. Toda función del hombre verdadero, creada y gobernada por el Espíritu, Dios, es por siempre perfecta.
La materia, siendo lo opuesto del Espíritu, no podría existir donde está el Espíritu, y el Espíritu está en todas partes y es la única substancia. Puesto que la materia no es substancia, no hay vida ni inteligencia en la materia. Lo que a los sentidos materiales les parece que es materia que envejece, es sólo un concepto falso de la mente mortal — no es realidad, ni verdad, ni nada.
En la Ciencia el hombre jamás es joven o viejo, es siempre espiritualmente maduro y completo.
La apariencia de edad, tanto en la materia animada como en la inanimada, es una ilusión. Webster define en parte el término “ilusión” así: “Una imagen engañosa presentada a la vista”. El ser del verdadero hombre, la imagen eterna, la semejanza del Principio divino, el Espíritu, establecido en la Mente, es definitivo, preciso, el reflejo sempiterno del Alma, la Verdad.
Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino, probó la eternidad de la actividad mental. Cuando era un niño de doce años, y por esa razón se creía que sólo tenía un inmaturo intelecto humano, María y José “le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas”. Lucas 2:46, 47;
Más tarde, de adulto, mas no lo suficiente, de acuerdo con lo determinado por la mente mortal, para dejar este mundo, había vencido todas las llamadas leyes materiales — toda creencia de que hay vida y substancia en la materia — y estaba listo para ascender, y lo hizo. Expresando el alcance de su elevado pensamiento antes de ascender, identificándose con el Cristo eterno, la idea verdadera de Dios, Jesús dijo a sus once discípulos con reconfortante seguridad: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra ... y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:18, 20;
La creencia en la edad no es un factor — en pro o en contra — para vencer el pecado, la enfermedad y la muerte. Jesús no enseñó que era más fácil sanar a los jóvenes que a los ancianos. Si la materia no tiene inteligencia y no es substancia, ¿cómo puede haber materia, joven o vieja, para ser sanada? La mente mortal, una nulidad que quisiera urdir falsedades, quisiera demostrar que existen pecadores empedernidos, enfermedades de la infancia, otras reservadas a los ancianos, y que la muerte viene en cierta época y bajo situaciones particulares — que todo lo referente al cuerpo depende de la edad y está relacionado con ella. Éstas son todas mentiras, jamás verdaderas ni por un momento. Una mentira desaparece cuando es reemplazada por la verdad, porque una mentira es lo opuesto de la verdad. En efecto, en la omnipresencia y la infinitud de la Verdad divina no hay lugar para la mentira.
Si la materia pudiera envejecer, también moriría. Pero la materia no puede morir porque no ha tenido nunca vida en sí misma ni de sí misma, y deberíamos comenzar a demostrar la perpetuidad del ser incorpóreo del hombre con nuestra diaria actividad espiritual. La Sra. Eddy sanó a varias personas que parecían estar en el umbral de la muerte. En Historical Sketches (Reseñas Históricas) por Clifford P. Smith, se relata que un miembro del personal de la casa de la Sra. Eddy, que de acuerdo con el testimonio del sentido material aparentemente había cruzado la línea entre la vida y la muerte, fue restaurado a la vida por la Sra. Eddy mediante su demostración de la Verdad. Ver Historical Sketches (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1941), págs. 85-86;
En la omnipotencia de la Vida y el Amor divinos no hay causa para la debilidad. La Sra. Eddy escribe que “el desarrollo científico no manifiesta debilidad, emasculación, visión ilusoria, desvaríos ensoñadores, insubordinación a las leyes que son, ni pérdida ni carencia de lo que constituye el hombre verdadero”. Y luego continúa: “El desarrollo es gobernado por la inteligencia; por el Principio activo, Dios, todo sabiduría, que crea la ley, la impone y se atiene a ella”.Miscellaneous Writings, pág. 206. Por muy agobiadores que nos parezcan nuestros problemas, podemos aprender a sobreponernos a ellos.
Por ser Dios el único legislador, no existen leyes materiales que exterminen la belleza, haciéndola víctima de la vejez. Tampoco puede la materia perder una belleza que, en realidad, jamás poseyó. La fealdad exterior desaparece cuando la verdadera belleza interior irradia y se expresa. Cuando aparecen arrugas donde antes no las había, no tenemos por qué sentirnos desdichados pensando que nuestra belleza está decayendo por la edad. Debemos saber que puesto que la belleza jamás residió en la materia, no puede desaparecer de la materia; que la belleza radiante que naturalmente emana del Alma, es una cualidad eterna de la Mente y que el hombre refleja eternamente la belleza del Alma.
La belleza espiritual es permanente y nos pertenece a todos, es inherente a nuestra individualidad verdadera e inmortal. La belleza espiritual no puede decaer con la edad, jamás es afectada por ella sino que resplandece en perenne plenitud, reflejando constantemente la excelencia de la gracia, y el encanto.
El hombre, el reflejo de Dios, la imagen exacta del Principio divino, por siempre expresa madurez, perfección, vitalidad, pureza y eternalidad.
Ahora pues, Padre,
glorifícame tú al lado tuyo,
con aquella gloria que tuve contigo
antes que el mundo fuese.
Juan 17:5
