Cuando la Ciencia Cristiana me fue presentada hace casi cincuenta años, me hallaba en completa obscuridad, declarando que Dios no existía. En consecuencia, si Dios no existía, tampoco había vida eterna, y me parecía haber llegado al fin de todo y no quería continuar viviendo. Había pasado por la dolorosa experiencia de perder una hijita después de una operación. Una amiga me prestó el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, el cual leí por cerca de un mes, pero no estuve de acuerdo con lo que decía.
Transcurrieron dos años durante los cuales traté de salir del horrible abismo en que me encontraba. Entonces el libro de texto me fue ofrecido nuevamente. Esta vez lo leí con pensamiento receptivo. En efecto, de inmediato puse en práctica lo que estaba aprendiendo y descubrí que mis oraciones hallaban respuesta. Mi primera curación fue la de una dura callosidad en la planta de un pie.
Mi hijo, al llegar a la misma edad que tenía mi hija al fallecer, comenzó a mostrar síntomas de la misma enfermedad. Parecía como si estuviera soñando el mismo sueño. A pesar de mi temor que casi era terror, mi hijo fue sanado mediante la devota ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana. Puesto que el niño contaba menos de dieciséis años, se me informó que debía llamar a un médico para cumplir con la ley del país. Mientras aguardábamos la llegada del médico, me puse a leer de Ciencia y Salud. Entonces el niño preguntó si podía comer una naranja, a pesar de que hasta ese momento había estado tan enfermo que no había podido retener en el estómago ni el agua que bebía.
Después de examinarlo, el médico declaró que no hallaba nada anormal, mas apenas éste se fue, el error sugirió: “Ah, sí, pero puede repetirse”, y una vez más me invadió el temor. A los dos días los síntomas reaparecieron. Ocurrió en un domingo, y de camino a la iglesia le hablé a Dios. Percibí que había estado creyendo que la irrealidad era tan real como la realidad, y en voz alta dije: “Sé que debo poner todo en la balanza en favor de la Verdad, pero no puedo hacerlo. Por favor, ayúdame”.
Este pensamiento se me presentó: “Puedes sentirte agradecida por las pequeñas cosas”. Comencé a regocijarme, aunque poco. De pronto, como en un destello, vi que sólo el bien tiene poder — puesto que la enfermedad no es buena, no es nada. Esto puso fin a mi temor. Entré a la iglesia saltando en lo más íntimo de mi corazón y alabando a Dios.
Más tarde busqué en el libro de texto la definición de la palabra “bien”. Dice así (pág. 587): “El Bien. Dios; el Espíritu; omnipotencia; omnisciencia; omnipresencia; omniacción”. La curación de mi hijo fue completa.
Durante los años siguientes hemos tenido curaciones de tos ferina, amigdalitis, reumatismo, graves desgarros de los músculos y de los ligamentos de un brazo, ictericia, presión arterial baja y enfermedad cutánea. Hemos gozado de protección, y nuestras necesidades de toda índole han sido satisfechas por medio de nuestra comprensión de que la naturaleza de Dios bendice.
He adquirido una comprensión más firme de Dios como Vida. Hace algunos años, al fallecer mi esposo después de cincuenta y ocho años de feliz matrimonio, percibí más claramente que nunca la irrealidad de la muerte, lo cual me evitó sentir pena o sensación de pérdida, y tampoco me he sentido sola, lo cual es en verdad maravilloso.
¡Qué gran deuda de gratitud les debemos al Maestro, Cristo Jesús, y a la Sra. Eddy!
Londres, Inglaterra