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Durante más de cuarenta años he tenido...

Del número de mayo de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante más de cuarenta años he tenido un récord casi ininterrumpido de salud excelente, lo que atribuyo a mi estudio de la Ciencia Cristiana. Pero en una época padecí de una afección del aparato digestivo, afección que no cedió rápidamente a mis oraciones en la Ciencia Cristiana. Finalmente comprendí que no estaba haciendo otra cosa que manteniéndome libre de la molestia, y me di cuenta de que necesitaba hacer un mayor esfuerzo para vencer toda esta creencia errónea.

Llegado a este punto, cuando la condición empeoró, tuve que regresar a casa una mañana e irme a mi dormitorio. Mientras permanecía acostada en un estado semiconsciente, sentí como si todo mi aparato digestivo hubiera dejado de funcionar y tuve la sensación de estar como suspendida, sin apoyo ninguno, en un pozo obscuro y profundo.

Pero en mi casa contaba con alguien que fue una ayuda muy pronta y que venía a alentarme y sostenerme con declaraciones de verdad tomadas de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Después de cada visita yo experimentaba algo que nunca olvidaré y que considero como mi demostración individual del Cristo salvador.

Parecía como si dos manos invisibles se extendían hacia lo hondo del pozo para alcanzar las mías y sacarme a la superficie — unas manos infinitamente fuertes y, sin embargo, infinitamente tiernas y afectuosas. La tercera vez que esto ocurrió, sentí que estaba nuevamente pisando tierra firme y además sentí que había sanado. Y así fue.

Esta curación tuvo secuelas interesantes. Un día en que leía pasajes del libro de los Salmos, me llamaron la atención los dos primeros versículos del Salmo 40. Estas palabras tan conocidas por mucho tiempo ahora resaltaron vivamente: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos”.

Posteriormente, conversando sobre mi curación con una amiga muy querida que vino a visitarnos de un país lejano, al mencionarle el Salmo antes citado, mi amiga exclamó: “¡Éstas son precisamente las palabras que me ayudaron en una ocasión en que creí que me moría!” Al día siguiente la Lección Sermón para esa semana del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, tenía un pasaje que me era muy familiar, pero que cobró vida para mí: “El cristianismo de Cristo es la cadena del ser científico, que reaparece en todas las edades, manteniendo su correspondencia evidente con las Escrituras y uniendo todas las épocas en el designio de Dios” (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 271).

Bueno, allí vi al Salmista a través de los siglos liberado del “pozo de la desesperación” y del “lodo cenagoso”, sus pies colocados sobre la roca [del Cristo] y sus pasos enderezados. Y allí estaba mi amiga, a miles de millas de distancia a través del océano y un continente, consolada y restaurada, en obscuras horas de honda desesperación. Y aquí estaba yo también, sacada del “pozo” de una creencia errónea por el ministerio del mismo Cristo salvador — todos unidos por la misma cadena de oro de la curación cristiana científica — la cadena que se extiende a través del tiempo y del espacio y que, eventualmente, unirá a todos los hombres en el “vínculo perfecto” que es propio del Amor divino (Col. 3:14).

Felices son, por cierto, aquellos cuyo Dios es el Señor. “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Cor. 9:15).


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