Un joven Científico Cristiano, que iniciaba su carrera, se vio frente a una de las situaciones profesionales más desafiantes que jamás había vivido.
Era un periodista que trabajaba para una agencia noticiosa metropolitana de Londres que servía a los principales diarios británicos. El personal — compuesto de reporteros jóvenes de varias provincias de Inglaterra, sudafricanos, australianos, canadienses, todos buscando el éxito en “Fleet Street” — era altamente competitivo.
Era un trabajo arduo y se bebía mucho. Las horas eran largas: se comenzaba a trabajar a las seis de la mañana y los reportajes, que se tomaban directamente de la red de emisoras policiales, versaban sobre crímenes. El trabajo continuaba hasta las dos o tres de la mañana del día siguiente. La mayor parte del tiempo de los periodistas se empleaba en relatos de violencia o desastres, o sobre temas obscenos que incluían los peores elementos de la naturaleza humana.
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