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La Vida no tiene fin

Del número de mayo de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años vi una cartelera en que se anunciaba la exposición de pinturas en una galería de arte, decía: “El original es para siempre”. Pensé: “¡Cuán cierto es!”. Mas, yo no estaba pensando en los cuadros sino en la creación original de Dios tal como la había leído en el primer capítulo del Génesis.

En este capítulo de la Biblia había aprendido acerca de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios, la expresión de la Vida eterna. Pensé en lo que la Sra. Eddy escribe: “La Vida es el Principio divino, Mente, Alma, Espíritu. La Vida no tiene comienzo ni fin. La eternidad, no el tiempo, expresa la idea de la Vida, y el tiempo no es parte de la eternidad”.Ciencia y Salud, pág. 468;

Cuando comprendemos que el hombre es el reflejo de Dios, podemos identificarnos con la Vida eterna, y empezar así a verificar que es la única vida verdadera que hemos conocido y que conoceremos. Es esencial comprender que el hombre existe en Dios, la Vida, para siempre, a través de toda la eternidad.

Cuando Cristo Jesús bajó del Monte de los Olivos, fue al templo y predicó: “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte”. Los judíos pusieron en duda esta declaración y le preguntaron si él se creía mayor que Abraham, a quien ellos llamaban padre. Fue entonces que Jesús expresó una de sus declaraciones más absolutas: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. Juan 8:51, 58; El hombre verdadero siempre es uno con la Vida eterna.

La mente mortal o el sueño de la vida material, nos incita a creer que nuestro origen está en la materia, que estamos sujetos a nacimiento y muerte, y entre el uno y la otra, a los caprichos y a las fantasías. Pero tal limitada experiencia no puede ser jamás parte de la libertad y del dominio prometidos al hombre en la Biblia.

El hombre jamás nació y nunca muere. Es uno con el Espíritu, Dios; de modo que siempre está manifestando la Vida en toda su plenitud. Cuando aprendemos a reconocer nuestro estado espiritual, nos liberamos de nuestras ligaduras.

Tuve oportunidad de deshacerme yo misma de la dificultad causada por el aguijón de una avispa. Un día en que estaba muy atareada, mientras preparaba el equipaje para salir de viaje, me picó una avispa en una pierna. No le dí importancia y proseguí con mis preparativos.

Al final del viaje noté que la pierna estaba muy hinchada y me dolía. Muy poco después la condición empeoró, y ya no pude caminar. Cuando pedí ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana, me recalcó que mi vida en Dios, pura y perfecta, había existido siempre, y que la mentira del sufrimiento tendría penetrar la infinitud de Dios antes de que pudiera afectarme. Esto de inmediato me trajo la comprensión de la inseparabilidad de la Mente divina y su reflejo y la eternidad de esta coexistencia.

Enfoqué claramente la continuidad espiritual de mi ser. El conocimiento de la existencia eterna del hombre como la idea gloriosa de Dios, destruyó por completo la creencia en un cuerpo enfermo. La inflamación desapareció y me sentí libre.

La Sra. Eddy escribe: “La Ciencia de la creación, tan evidente en el nacimiento de Jesús, inspiró sus palabras más sabias y menos entendidas, y fue la base de sus demostraciones maravillosas”.Ciencia y Salud, págs. 539–540; Jesús recurría al reino del Espíritu para su poder curativo. Vio la creación verdadera, la idea infinita, que incluye muchísimo más de lo que el limitado pensamiento material puede concebir. La Sra. Eddy dice: “El firme y verdadero conocimiento de la preexistencia, de la naturaleza e inseparabilidad de Dios y el hombre que tenía el humilde Nazareno, le hicieron poderoso”.Miscellaneous Writings, pág. 189;

Cuando nos identificamos como el reflejo continuo e inmediato del Ser Supremo estamos conscientes de la presencia sostenedora del Cristo. Progresamos en la proporción en que expresamos cualidades del Cristo tales como paciencia, ternura, perdón, tolerancia y obediencia. Estas cualidades, aplicadas constantemente, revelan las energías espirituales que nos impulsan hacia adelante de acuerdo con la acción verdadera, el ilimitado desarrollo del bien.

La aplicación de la ley de Dios, o la práctica de la Ciencia Cristiana en los detalles más pequeños de nuestra vida, revela nuestra eterna relación con nuestro Padre-Madre Dios, y se manifiesta en armonía presente. Reconociendo nuestro origen verdadero podemos decir con Jesús: “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. Juan 17:5.

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