En Hechos 17:22, 23, leemos: “Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: Al Dios no conocido. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio”.
Me encontraba en una ciudad del interior del país en la que hacía trece años habíamos formado nuestro hogar. En ella vivíamos felices, sin temores ni preocupaciones de ninguna clase. Pero un día ocurrió lo inesperado: después de una escena violenta, mi esposo abandonó el hogar dejando seis hijos, de doce años el mayor y de un año la menor.
Así quedé sola, luchando con la situación. Traté en vano de sobreponerme a tan profundo dolor, y por las noches, mientras mis hijos dormían, yo, sentada junto a una ventana, lloraba desesperadamente, esperando en vano a que él regresara.
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