A menudo, quienes empiezan a estudiar Ciencia Cristiana y, a veces, quienes ya hace tiempo que estudian esta Ciencia, se preguntan: “¿Es justo pagar por la oración?”, y “¿Qué hacer si el paciente es demasiado pobre para pagar?”
Tales preguntas se hacen especialmente en regiones en que las costumbres religiosas tradicionales exigen sólo un papel pasivo de parte de la persona — donde la obra religiosa, incluyendo la oración, se hace principalmente por devotos seguidores que son sostenidos por templos, santuarios, o por fondos de iglesias, o imposición de contribuciones.
La respuesta a estas preguntas necesita que se considere desde el punto de vista práctico como espiritual.
Un factor práctico tiene que ver con la clase de iglesia que tenemos en la Ciencia Cristiana. La Iglesia de Cristo, Científico, está constituida totalmente por laicos — no tiene un sacerdocio institucionalizado: no tiene sacerdotes, monjes, monjas o clero. Uno puede preguntar con toda lógica: en ese tipo de iglesia, ¿no es razonable que alguien que sana por medio de la oración reciba un pago de aquel que recibe el beneficio sanador, así como es razonable que el clero de otras denominaciones sea financiado por las instituciones religiosas a las que sirve?
Aquellos que buscan la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana esperan que el practicista esté disponible en cualquier momento para prestar total atención a sus necesidades. Ellos dan por sentado, y con razón, que el practicista dejará todo lo demás de lado para orar profunda y sinceramente en comunión con Dios, para percibir el poder sanador de la Verdad. La Sra. Eddy señala que, ante tales circunstancias es una necesidad actual que los practicistas cobren por sus servicios. Escribe: “No se debe esperar de ellos, como tampoco se espera de otras personas, que dediquen todo su tiempo al trabajo de la Ciencia Cristiana sin recibir retribución alguna, dejándose alimentar, vestir y amparar por la caridad”.
Después de insistir sobre la completa devoción de pensamiento necesaria para que un practicista pueda curar, y la importancia de servir a Dios primero, continúa: “Para hacer esto, deben en la actualidad fijar una cuota adecuada por sus servicios, y luego concienzudamente ganar sus honorarios, practicando estrictamente la Ciencia Divina, y sanando a los enfermos”.Rudimentos de la Ciencia Divina, págs. 13–14;
Otra consideración práctica es ésta: Supongamos que alguien enfrentado a una situación grave, ya sea una dificultad física u otro problema, pide a un practicista que acepte el caso y que ore por él. Al aceptarlo, el practicista asume una responsabilidad. Aunque el practicista comprende que el Cristo, la Verdad, es el sanador — no una persona — aún así, la responsabilidad de probar esto descansa sobre sus hombros. ¿No merece compensación su deseo de asumir tal responsabilidad?
En realidad, no es consecuente, por lo general, la renuencia a pagar a un practicista. Si uno tiene una bicicleta que no funciona, puede llevarla a reparar. Si lo hace, sabe que tiene que pagar al operario por su tiempo y esfuerzo. Si su cuerpo o sus asuntos se encuentran en grave desorden y va a un practicista en busca de comprensión espiritual y de oración sanadora que lo ayudarán, ¿no es igualmente lógico que dé un reconocimiento tangible del bien que ha recibido?
Cuando Jesús envió a sus seguidores para que sanaran y predicaran, les dio instrucciones para que fueran sin oro, ni plata ni alforja (bolsa de provisiones). También explicó la razón de estas instrucciones. The New English Bible (La Nueva Biblia Inglesa) interpreta la frase: “porque el obrero es digno de su alimento” Mateo 10:10; así: “el obrero se gana la vida”.
Más tarde, según San Lucas, les recordó esto y les hizo reconocer que no les había faltado nada. Entonces dio instrucciones a aquellos que tenían bolsa y alforja para que las llevaran consigo (ver Lucas 22:35, 36; también el comentario que la Sra. Eddy hace sobre este punto en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany — La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 215:23). En esta forma él dejó bien en claro que aquel que consagra su vida a las obras de Dios debería tener provisión adecuada para sus gastos. De todo esto también se puede deducir que los dos factores fundamentales comprendidos en tal demostración de provisión hecha por un trabajador son su confianza en Dios y la gratitud que le expresen aquellos beneficiados por su trabajo.
A veces uno está convencido de que no puede pagar. Sin embargo, la Sra. Eddy nos dice: “La Ciencia Cristiana demuestra que tendrá más posibilidad de recibir la curación el paciente que paga por ella lo que puede pagar, que aquel que retiene un insignificante substituto por la salud”.Miscellaneous Writings, pág. 300;
Hace algún tiempo, en un país donde mucha gente es extremadamente pobre, un amigo mío insistía en que no es posible que la gente le pague a un practicista.
— Dígame — le respondí— ¿pueden muchos de ellos tener aparatos de radio?
Admitió que un gran número de ellos podía.
—¿Y qué me dice de los que van al médico? ¿No aspiran pagar?
Nuevamente admitió que sí, que lo hacían.
— Si el tratamiento de la Ciencia Cristiana tiene un valor genuino, — seguí diciendo — entonces, ¿no está bien que el paciente reconozca esto pagando “lo que puede pagar”?
Mi amigo estuvo de acuerdo.
La declaración de la Sra. Eddy de que el paciente que paga “tendrá más posibilidad de recibir la curacion”, abre nuestra visión hacia una nueva línea de pensamiento. Muy a menudo la resistencia a pagar se basa en una duda sutil de que el tratamiento en la Ciencia Cristiana tenga valor — o aun en una oculta convicción de que no lo tenga. Tal condición mental no promueve la curación.
Con frecuencia, es esta duda profundamente arraigada la que necesita ser corregida en el pensamiento del paciente y también, quizás, en el pensamiento del practicista mismo. Si el practicista tiene una convicción clara y absoluta en su propio pensamiento de que la Verdad realmente sana y que el tratamiento por medio de la Ciencia Cristiana es efectivo, su trabajo será más fructífero y encontrará que sus pacientes expresan más gratitud.
Por otra parte, si el practicista tiene una duda arraigada de la cual no se ha liberado, esto puede incitar una duda similar en el paciente. Si el practicista ve a su paciente como un mortal demasiado pobre para pagar, ¿no está propenso a verlo también demasiado enfermo para que se sane, o demasiado perturbado para que se dé cuenta de la salud y dominio que Dios le ha otorgado?
De la misma manera, si el paciente piensa de sí mismo en esa forma, o inconscientemente duda de que un tratamiento mediante la Ciencia Cristiana lo ayudará, ya ha hecho una decisión en contra de los resultados del trabajo. La Sra. Eddy nos dice: “Vuestra influencia para el bien depende del peso que echéis en el lado correcto de la balanza”.Ciencia y Salud, pág. 192 ;
Es correcto y humanitario que el practicista reduzca sus honorarios en los casos que él no cure, como lo requiere la Sra. Eddy en el Manual de La Iglesia Madre. Ver Man., Art. VIII, Sec. 22; Pero en tales circunstancias es bueno que ambos, practicista y paciente, examinen sus pensamientos cuidadosamente desde el punto de vista de la Verdad, y estén seguros de que destruyen toda duda, no sanada, con respecto al poder de la Verdad para destruir la discordancia aquí y ahora en todos los casos.
Deberíamos recordar también que la gratitud es una sanadora cualidad del pensamiento. La gratitud es un reconocimiento de la presencia del bien, un reconocimiento de la bondad de Dios, y de la infinitud y del poder de Su bondad divina para ayudarnos. La gratitud es un estado de pensamiento que abre la puerta a la curación. La curación se produce cuando reconocemos tan plenamente la presencia del bien infinito y de la perfección que todo lo demás desaparece del pensamiento. La curación se produce cuando reconocemos sin reservas, conscientes u ocultas, la perfección presente de Dios y del hombre a Su imagen.
Nuestro gran Maestro, Cristo Jesús, subrayó la importancia de la gratitud cuando uno sólo de los diez leprosos que él había sanado volvió para darle gracias. Preguntó: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?” Lucas 17:17.
Si nuestra gratitud por la ayuda recibida a través de la Ciencia Cristiana es profunda, genuina y desbordante, Dios nos mostrará la forma de expresar esta gratitud en forma tangible.