La salud, en realidad, no es más una cuestión de suerte de lo que puede serlo una tabla de multiplicar. La salud no es un don distribuido en pequeñas cantidades. Tampoco es una exclusiva posesión personal que fluctúa de acuerdo con la buena o mala suerte que uno tenga. Es invariable y está en abundancia siempre al alcance de todos.
Siendo la salud una cualidad divina, está en Dios y procede de Él. El Salmista oró para que el rostro de Dios resplandeciera sobre nosotros, “para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las naciones tu salvación”. Salmo 67:2; Puesto que la salud pertenece a Dios, el Espíritu, tiene que ser perfecta y espiritual; tiene que ser infinita y estar siempre presente con nosotros. El hombre verdadero, espiritual, de quien la Biblia dice que es la imagen y semejanza de Dios, individualiza sin esfuerzo esta cualidad divina siempre presente, la salud.
La Ciencia Cristiana nos revela que la enfermedad no es una condición física; ni tampoco es el resultado de gérmenes o de desórdenes funcionales, como por tanto tiempo se nos ha enseñado a creer. La enfermedad es simplemente, en creencia, una señal física de que la cualidad divina llamada salud se ha vuelto, en nuestra experiencia, temporariamente inactiva, porque hemos aceptado o nos hemos dejado mesmerizar por alguna creencia falsa denominada una determinada enfermedad.
Podemos corregir esta creencia falsa, y la enfermedad que parece ser su consecuencia, si la reemplazamos mentalmente con la idea espiritual de salud constante. Este proceso no es una substitución sicológica hecha por la mente humana; es una aplicación de la Verdad espiritual para vencer las tendencias falsas conformadas de la mente humana, que piensa que la enfermedad es natural e inevitable, y que, en cierto grado, responde sólo a remedios materiales.
La Sra. Eddy dice: “Vosotros que sabéis interpretar la apariencia del cielo, — la señal material, — cuánto más deberíais discernir la señal mental y realizar la destrucción del pecado y de la enfermedad, venciendo los pensamientos que los producen y comprendiendo la idea espiritual que los corrige y destruye”.Ciencia y Salud, pág. 233;
Al destruir la enfermedad mediante la corrección del pensamiento, la Ciencia Cristiana prueba que la salud es espiritualmente mental. Nosotros, los humanos, somos seres pensantes. Por lo tanto, debería sernos más fácil, normal y justo mantener o restablecer nuestro bienestar mediante el reconocimiento y el derecho de reclamar la salud divina — la salud y la pureza otorgadas por Dios — en vez de depender de la cirugía material o de productos químicos que se inyectan en la corriente sanguínea, con la esperanza de que lleguen a la parte afectada.
Sólo por medio de la oración podemos penetrar eficazmente la parte afectada — liberando a la consciencia de la creencia, sentimiento o motivo perturbadores, con la idea espiritual sanadora. Mediante la oración — o pensamiento apropiado — podemos identificarnos con Dios, la Mente única, que es la fuente y substancia de toda consciencia e individualidad verdaderas. Manteniendo positiva y persistentemente nuestro pensamiento en la idea espiritual de la salud como una cualidad divina que ya reflejamos, gradualmente penetramos y disolvemos la ignorancia en la que se basan el pecado y la enfermedad.
Sea cual fuere la forma que adopten las sugestiones mentales mesméricas — dolor, desorden funcional, lesión, o cualquier otra discordancia — la idea verdadera de salud, armonía, está precisamente allí mismo donde la mentira de los sentidos materiales pretende estar. Al establecer firmemente en la consciencia que nuestro estado legítimo es la salud que el Principio, la Mente infalible, siempre imparte — y al vivir consistentemente de acuerdo con este Principio — encontramos que nuestra condición humana es siempre buena, incapaz de variar o decaer. La salud verdadera no puede ser atacada o dañada, como tampoco puede serlo Dios.
La Sra. Eddy escribe: “El entendimiento a la manera de Cristo de lo que es el ser científico y la curación divina incluye un Principio perfecto y una idea perfecta, — Dios perfecto y hombre perfecto, — como base del pensamiento y de la demostración”.ibid., pág. 259; Cristo Jesús pudo resucitar al hijo de la viuda, en Naín; a la hija de Jairo, a Lázaro, y a sí mismo, porque su pensamiento estaba fundado en la perfección del hombre hecho a la semejanza de Dios. Percibiendo en parte la perfección espiritual del hombre, Pedro resucitó a Dorcas; y Pablo a Eutico.
Ya sea que se tenga que vencer la muerte o la enfermedad, la curación es posible aún hoy en día. Ciencia y Salud indica el método: “La Ciencia divina, elevándose sobre las teorías físicas, excluye la materia, resuelve las cosas en pensamientos, y reemplaza los objetos del sentido material con ideas espirituales”.ibid., pág. 123.
Pude probar la eficacia de este método al sanar de dolorosos vómitos crónicos, muy comunes en climas tórridos y secos. Antes de conocer la Ciencia Cristiana no había sanado a pesar del frecuente uso de píldoras y tabletas.
Durante un ataque muy fuerte, y sin haber encontrado alivio con una dosis mayor de tabletas, tuve que arrear un gran hato de ganado. El único caballo disponible era muy indómito. La concentración necesaria para mantenerme en la silla eliminó las teorías físicas acerca del estómago e hizo desaparecer el desorden en mi pensamiento. Cuando el caballo dejó de corcovear, los síntomas habían desaparecido. Aunque encontré alivio muchas veces montando ese caballo, esto, como las tabletas empleadas con la esperanza de alivio, jamás me dieron la idea verdadera de salud. A medida que estudié, asimilé y apliqué la Ciencia Cristiana, la idea verdadera se desarrolló en mi pensamiento con resultado curativo permanente.
Cuando mantenemos firmemente la idea divina de la salud perfecta — por más imperfecto que sea nuestro entendimiento en ese momento — esta idea trabaja en nuestra consciencia y destruye la mentira de la enfermedad. Así podemos probar progresivamente que nada es más potente para erradicar la enfermedad.