Luego que los hebreos pasaron a salvo por el Mar Rojo, se unieron de todo corazón a Moisés para expresar su gratitud en un triunfante y jubiloso canto de victoria. En realidad, aclamaron al Señor como “varón de guerra” cuya “diestra... ha quebrantado al enemigo” (Éxodo 15:3, 6), pero también proclamaron Su santidad, Su poder, Su misericordia y la fortaleza y la salvación que Él les había concedido.
Una vez concluida esta alegre acción de gracias partieron expectantes hacia la Tierra Prometida. Pero entre esta gran esperanza y su eventual cumplimiento, transcurrieron muchos años de prueba. Los hebreos habían estado en Egipto durante más de cuatro siglos, primero como gratos visitantes, pero al final como esclavos. Habiéndose acostumbrado a una vida sedentaria, el mayor número de ellos indudablemente no estaban preparados para la vida nómada que tenían por delante.
Moisés había suplicado en vano a Faraón que dejara ir a los israelitas “tres días... por el desierto” para servir a Dios (Éxodo 8:27). Ahora que estaban libres para seguir su plan, iniciaron por el desierto de Shur la proyectada jornada, pero no encontraron allí agua, mientras que en Mara el agua que encontraron era amarga. Rápidamente la gente se volvió contra su líder, gritando: “¿Qué hemos de beber?” (Éxodo 15:24.)
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