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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Una serie señalando el desarrollo progresivo del Cristo, la Verdad, a través de las Escrituras.]

El desafío del desierto

Del número de agosto de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Luego que los hebreos pasaron a salvo por el Mar Rojo, se unieron de todo corazón a Moisés para expresar su gratitud en un triunfante y jubiloso canto de victoria. En realidad, aclamaron al Señor como “varón de guerra” cuya “diestra... ha quebrantado al enemigo” (Éxodo 15:3, 6), pero también proclamaron Su santidad, Su poder, Su misericordia y la fortaleza y la salvación que Él les había concedido.

Una vez concluida esta alegre acción de gracias partieron expectantes hacia la Tierra Prometida. Pero entre esta gran esperanza y su eventual cumplimiento, transcurrieron muchos años de prueba. Los hebreos habían estado en Egipto durante más de cuatro siglos, primero como gratos visitantes, pero al final como esclavos. Habiéndose acostumbrado a una vida sedentaria, el mayor número de ellos indudablemente no estaban preparados para la vida nómada que tenían por delante.

Moisés había suplicado en vano a Faraón que dejara ir a los israelitas “tres días... por el desierto” para servir a Dios (Éxodo 8:27). Ahora que estaban libres para seguir su plan, iniciaron por el desierto de Shur la proyectada jornada, pero no encontraron allí agua, mientras que en Mara el agua que encontraron era amarga. Rápidamente la gente se volvió contra su líder, gritando: “¿Qué hemos de beber?” (Éxodo 15:24.)

Moisés ya había probado la importancia de recurrir a Dios para solucionar cualquier situación difícil, y ahora también cuando, obedeciendo la orden de Dios, movió el agua con la rama de un árbol cercano, aquella se volvió dulce y agradable. Más aún: este incidente presagió un glorioso desafío a los recelosos israelitas. Recibieron una de las primeras promesas de curación y protección registradas en la Biblia, dependiendo de su obediencia a ciertas condiciones específicas. Nunca olvidarían las plagas desastrosas que habían arrasado a los egipcios. Ahora tenían la promesa de que si escuchaban la voz de Dios y procedían correctamente obedeciendo consecuentemente Sus estatutos, nunca enfrentarían esas plagas, porque Dios dijo: “Yo soy Jehová tu sanador” (Éxodo 15:26).

No existe constancia de la respuesta a esta gran oportunidad. Tampoco existe constancia de que el descubrimiento de no menos de doce buenos pozos o manantiales en Elim, cuando viajaban hacia el monte Sinaí, fuera motivo de gratitud especial. Su llegada al desierto de Sin provocó más quejas de los hebreos. Recientemente habían dudado de la calidad del agua que podían obtener; ahora se quejaban de falta de comida. Declararon unánimemente que hubieran preferido morir como esclavos en Egipto, donde había comida en abundancia, que enfrentar la posibilidad de morir por inanición en el desierto. Sin embargo, nuevamente iban a tener en abundancia la provisión que deseaban, a pesar de sus críticas a Moisés y a Aarón y de su fracaso en no confiar plenamente en las promesas de Dios.

Atardecer tras atardecer se posaban codornices cerca del campamento proveyéndoles así con la carne que necesitaban. Cada mañana atestiguaba la provisión del maná, cuya naturaleza no se conoce, pero que los alimentó durante todo el período en que estuvieron en el desierto (ver Éxodo 16:13, 35). Poco después, en Refidim, los hebreos se quejaron nuevamente de que no tenían agua y acusaron a Moisés de que tramaba matarlos de sed. Pero nuevamente su necesidad fue satisfecha cuando Moisés golpeó una peña ante el mandato de Dios y brotó agua (ver Éxodo 17:1—6). Ante estas pruebas de provisión abundante, es indudable que el pueblo estaba siendo preparado para cumplir algún gran destino; pero la persistencia de sus dudas y su constante oposición al liderazgo de Moisés demostraron la necesidad de establecer leyes, reglamentos y requerimientos específicos si habían de estar gobernados y preparados para llevar a cabo la tarea que se les había asignado.

Muy pronto esas leyes serían provistas en lo que conocemos como los Diez Mandamientos.


Vosotros sois linaje escogido,
real sacerdocio,
nación santa,
pueblo adquirido por Dios,
para que anunciéis las virtudes
de aquel que os llamó de las tinieblas
a su luz admirable;
vosotros que en otro tiempo no erais pueblo,
pero que ahora sois pueblo de Dios.

1 Pedro 2:9, 10

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