Hace algún tiempo fui a un negocio a comprar algo. Junto a mí se encontraba una joven que estaba siendo atendida. La escuché preguntar: “¿Qué precio tiene?” Al principio, al oír el precio, no quiso comprar el articulo, pero después de pensarlo un momento, lo compró. De camino a mi casa no pude apartar de mi pensamiento la pregunta: “¿Qué precio tiene?” La analicé una y otra vez, y mientras lo hacía, la relacioné con las verdades del ser espiritual — ¿qué precio tiene el aceptar y demostrar la existencia espiritual?
Todavía recordaba cómo, unos cuarenta y cinco años antes, supe de la Ciencia Cristiana por primera vez. En aquella época estaba gravemente enfermo de los oídos, y los médicos me habían dicho que era probable que la condición no tuviera remedio. Un vecino se enteró de que yo estaba enfermo y le habló a mi madre sobre la Ciencia Cristiana. El vecino le explicó que esta Ciencia sana y que era lo único que podía ayudarme.
Sin titubear acepté la recomendación de mi vecino. Al principio me agradó la idea de verme libre de una enfermedad desagradable y dolorosa que me había aquejado durante años. Por lo tanto, no me entregué a ninguna reflexión profunda, sino que alegre y naturalmente acepté esta posibilidad liberadora. Eventualmente me curé por medio de la Ciencia Cristiana con la ayuda de un practicista.
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