Hace algún tiempo fui a un negocio a comprar algo. Junto a mí se encontraba una joven que estaba siendo atendida. La escuché preguntar: “¿Qué precio tiene?” Al principio, al oír el precio, no quiso comprar el articulo, pero después de pensarlo un momento, lo compró. De camino a mi casa no pude apartar de mi pensamiento la pregunta: “¿Qué precio tiene?” La analicé una y otra vez, y mientras lo hacía, la relacioné con las verdades del ser espiritual — ¿qué precio tiene el aceptar y demostrar la existencia espiritual?
Todavía recordaba cómo, unos cuarenta y cinco años antes, supe de la Ciencia Cristiana por primera vez. En aquella época estaba gravemente enfermo de los oídos, y los médicos me habían dicho que era probable que la condición no tuviera remedio. Un vecino se enteró de que yo estaba enfermo y le habló a mi madre sobre la Ciencia Cristiana. El vecino le explicó que esta Ciencia sana y que era lo único que podía ayudarme.
Sin titubear acepté la recomendación de mi vecino. Al principio me agradó la idea de verme libre de una enfermedad desagradable y dolorosa que me había aquejado durante años. Por lo tanto, no me entregué a ninguna reflexión profunda, sino que alegre y naturalmente acepté esta posibilidad liberadora. Eventualmente me curé por medio de la Ciencia Cristiana con la ayuda de un practicista.
La primera reunión vespertina de testimonios a la que asistí un miércoles en una iglesia de la Ciencia Cristiana, me impresionó profundamente. Después de mi subsiguiente visita a un practicista y de haber empezado el estudio de las enseñanzas de esta Ciencia de la curación por la Mente, pronto descubrí lo que ella exigía, y empecé a pagar el precio.
Así como fui de entusiasta al comienzo, fui de renuente a transformar mi vieja manera de pensar hasta que mi renuencia empezó a ceder. Todavía me era difícil cumplir estrictamente los mandamientos, lo mismo que prestar cuidadosa atención a la Regla de Oro como la incluye la Sra. Eddy en el sexto Artículo de Fe: “Y prometemos solemnemente velar, y orar por tener en nosotros aquella Mente que estaba también en Cristo Jesús; hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieren con nosotros; y ser misericordiosos, justos y puros”.Manual de La Iglesia Madre, pág. 16 ;
Pero fue una lucha recompensadora y colocó mis pies firmemente en el camino de una vida más feliz.
Entonces, ¿cuál es el precio que debe pagar aquel que quisiera aceptar las enseñanzas de la Ciencia Cristiana? Nuestro gran Maestro, Cristo Jesús, dio una respuesta clara e inequívoca a la siguiente pregunta que le hizo un joven: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” Mateo 19:16; Jesús le contestó: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. v. 21;
Éste fue un precio demasiado alto para el joven. Sin embargo, este precio no es tan alto para no poder pagarlo si estamos dispuestos a aceptar las enseñanzas de la Ciencia del Cristo.
Me parecía casi imposible cumplir estas exigencias, que pensé se me hacían a mí, aun cuando prometían algo que valía la pena. Tuve que empezar por abandonar muchos viejos hábitos, puntos de vista, opiniones, mi actitud hacia otras personas, hacia lo que me rodeaba y también hacia la generación más adulta, quienes, en mi opinión, pretendían saberlo todo mejor que los jóvenes.
Pero, sobre todo, tuve que lograr una mejor comprensión del Amor divino y subordinarme a él, porque había aceptado sinceramente lo que había leído en la Biblia.
“Si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”.1 Cor. 13:3–8;
La observancia de esta regla en particular fue a menudo la prueba más difícil de mi juventud. No obstante, tuve más y más éxito en transformar mi manera de pensar, y poco a poco gozosamente fui pagando el precio correspondiente, asegurándome así grandes beneficios. Reconocí el valor del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy; con este tesoro obtuve una vislumbre de la verdad. Se abrió ante mí un mundo nuevo. Este libro adquirió gran valor y significado para mí ya que influenció más y más el curso de todo mi diario vivir. A medida que pasaba el tiempo, fui acopiando grandes tesoros de la verdad a los cuales ningún ladrón podía llegar ni polilla destruir.
Durante los muchos años que he estado estudiando las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, he encontrado la aplicación de esta religión beneficiosa en muchas situaciones que, para el sentido material, con frecuencia parecen confusas e insolubles. El esfuerzo sincero por comprender la verdad y la nada del error, con sus fenómenos impertinentes, a menudo insidiosos o aun ostentosos, continuamente me ha traído la victoria sobre la ansiedad, el temor y la duda. He obtenido una calma celestial y agradezco a nuestro Padre-Madre Dios por estas experiencias.
La Sra. Eddy escribe: “La abnegación, por la cual renunciamos a todo por la Verdad, o el Cristo, en nuestra guerra contra el error, es una regla en la Ciencia Cristiana. .. Todo mortal, aquí o en el más allá, llegará a un punto cuando tendrá que luchar con la creencia mortal en un poder opuesto a Dios y vencerla”.Ciencia y Salud, págs. 568–569;
Reconocí que la Ciencia Cristiana es absoluta y sana toda enfermedad y nos libra de las cargas más difíciles. El pesar, la aflicción y el dolor se desvanecerían en la nada si tan sólo nos empeñáramos por tocar el borde de la Verdad y fuéramos firmes en nuestra fe en el único Dios. ¿Estamos haciéndolo? ¿Estamos elevando nuestra mirada y nuestros sentidos, todo nuestro pensamiento, por encima del error y de todas las creencias falsas acerca de Dios? Con respecto a esto la Sra. Eddy dice: “La oración, la vigilancia y el trabajo, combinados con la inmolación propia, son los medios misericordiosos de Dios para lograr todo lo que se ha hecho con buen éxito para la cristianización y la salud del género humano”.ibid., pág. 1.
Al hablar con personas que todavía no sabían nada del incalculable valor de esta religión, con frecuencia me han preguntado: “¿Qué precio tiene?” En general consideraban la ayuda y el trabajo del practicista de la Ciencia Cristiana simplemente como un servicio que el practicista prestaba y por el cual se le pagaba, quedando así el asunto terminado, sin exigir del paciente ninguna otra consideración. Seamos pacientes y amables con las personas que adoptan este punto de vista hasta que su pensamiento sea iluminado por la comprensión de la verdad del ser.
Aceptar las enseñanzas de la Ciencia Cristiana significa que hemos de caminar por un sendero que no está ciertamente alfombrado con pétalos de rosas. Puede parecer que haya muchas espinas y rocas a lo largo del camino y abismos que cruzar hasta llegar a la cima y alcanzar la tan deseada meta de la comprensión. Y, con todo, la mano protectora y sostenedora de nuestro Padre que es todo amor puede sentirse continuamente — siempre ayudándonos y guiándonos cuando recurrimos a Él.
El precio de esto es superar ciertas tradiciones, puntos de vista y ritos. Verdaderamente vale la pena “venderlo” todo y esforzarse por seguir al gran Maestro, Cristo Jesús. Por supuesto que requiere preparación y habilidad la demostración de la verdad. Tenemos los instrumentos necesarios en la Biblia y en el libro de texto de la Ciencia Cristiana y en las otras obras de la Sra. Eddy. Podemos ponerlos en uso ¡ahora mismo!
Mucha gente, jóvenes y adultos, están buscando un estilo de vida que todavía no conocen; necesitan ayuda desesperadamente. ¿Qué precio debemos pagar para tender la mano y ayudar, decir una palabra de afecto, demostrar compasión, y satisfacer así la necesidad del que busca ayuda? Por cierto, el precio no es más que darle algo de nuestra comprensión de la verdad y, de ese modo, literalmente hablando, partir el pan y compartirlo con él. ¿Qué ganamos con ello? La bendición de recibir ricas experiencias otorgadas por Dios que son más preciosas y más valiosas que todos los tesoros materiales de la tierra.