Cristo Jesús preparó pacientemente a sus discípulos para la tarea de difundir sus enseñanzas a la humanidad. “Os haré pescadores de hombres”, Mateo 4:19; fue una de sus primeras declaraciones sobre lo que caracterizaría a sus seguidores como activos representantes de su iglesia. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “Jesús estableció su iglesia y mantuvo su misión sobre la base espiritual de la curación por medio del Cristo. Enseñó a sus seguidores que su religión tenía un Principio divino, que echaría fuera el error y sanaría tanto al enfermo como al pecador. No pretendió tener inteligencia, acción, ni vida separadas de Dios. A pesar de la persecución que esto le trajo, utilizó su poder divino para salvar a los hombres tanto corporal como espiritualmente”.Ciencia y Salud, pág. 136;
El Maestro probó por sus obras bondadosas, sanadoras e inspiradas por Dios, que su Padre, o el Principio divino, era la Vida, la Verdad y el Amor. Demostró el Cristo, el hombre espiritual, personificando la naturaleza amorosa y el poder de la divinidad e incluyendo por reflejo el universo del Espíritu. Jesús exigió como norma de conducta humana, que debemos amar a Dios, el bien, supremamente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Por cierto, que el amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo constituye el orden natural del ser en la Ciencia divina. Dios responde por la creación de la naturaleza divinamente amorosa del hombre porque la verdadera consciencia del hombre es el reflejo de Dios.
La ley del Amor, actuando perpetuamente en el hombre verdadero, o espiritual, es la base de la salud, la armonía y la inmortalidad. A medida que la identidad espiritual del hombre es revelada en la Ciencia Cristiana, las cualidades bondadosas del hombre verdadero se revelan en la experiencia humana. Si condiciones discordantes parecieran surgir, o fracasan nuestros esfuerzos por atraer al visitante a nuestra iglesia, es menester que examinemos minuciosamente nuestros pensamientos para estar seguros de que estamos obedeciendo los dos grandes mandamientos sobre los que se basa la práctica eficaz del cristianismo científico.
En la Ciencia Cristiana, la Iglesia es divinamente concebida y manifestada — la idea espiritual, que es la realidad de lo que humanamente percibimos como nuestra iglesia. Esta Iglesia debe ser edificada sobre la Roca, Cristo, — sobre la idea espiritual de Dios y del hombre a imagen y semejanza de Dios que sana, salva, redime, ilumina y bendice.
Cuando Jesús habló sobre este tema con sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Ver Mateo 16:13–18.) La Sra. Eddy hace una paráfrasis de este interrogante en Ciencia y Salud cuando escribe: “¿Quién o qué es lo que así queda identificado al poder de echar fuera los demonios y sanar a los enfermos?” ibid.; Los discípulos contestaron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas”. Jesús rechazó esta respuesta indicando así que ni la rectitud moral de Juan el Bautista ni las vislumbres proféticas de la Verdad, reveladas en el Antiguo Testamento, son suficientes para fomentar y establecer la idea espiritual en la consciencia humana.
La rectitud moral de Juan el Bautista no tuvo en sí un efecto persuasivo, aunque la obra de este valiente predicador contribuyó mucho a preparar el pensamiento humano para la gloriosa revelación del Cristo, la Verdad, la llegada del Mesías. El secreto de la persuasión, según parece, era más característico del Cristiano por excelencia, quien, aunque aborrecía el pecado, era conocido como el amigo de los pecadores. Éste es un punto importante para tener presente al ocuparnos en las actividades de la iglesia y al tratar de acercarnos a la gente en nuestra comunidad.
Cristo Jesús expresó amor a pesar de la intensa resistencia del mundo al bien que él reveló. Quizás sea en este aspecto mismo en el que nosotros ahora necesitamos redoblar nuestros esfuerzos para seguir más de cerca el ejemplo del Maestro. ¿Amamos a aquellos que parecen expresar desdén hacia las normas establecidas por Dios que tratamos de mantener? ¿Amamos a aquellos que dirigen propaganda secreta o abierta contra el sistema democrático de gobierno? No podemos eludir la obligación de sentir amor aun hasta por aquellos que nos disgustan con sus actos. Pero un sentido falso de superioridad moral, expresado en una actitud de justificación propia, a menudo nos dificulta practicar el perdón, la compasión y el amor a la manera del Cristo.
En otras palabras, a medida que nuestra inclinación a moralizar acrecienta, nuestros afectos edificadores y compasivos a menudo disminuyen. Lo mismo sucede con la cortesía que debemos expresar. De modo que una interpretación estrecha de la moralidad a menudo descarta involuntariamente algunas de las armas más persuasivas del arsenal cristiano de Jesús: la disposición de saludar cortésmente al entrar en una casa, el consentir en aguardar hasta la siega para recoger la cizaña, el deseo de comprender más profundamente por qué las personas adoptan sistemas malévolos que son dañinos para ellos y los demás. Es menester que seamos prudentes en lo que creemos que es nuestro celo moral si deseamos atraer al visitante a las puertas de nuestras iglesias. Recordemos las palabras del Maestro: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”. Mateo 9:12, 13;
A menos que cultivemos mucha cortesía cristiana en todo lo relacionado con nuestros esfuerzos por difundir las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, despertaremos más fácilmente el antagonismo que la aceptación de ellas. Como miembros de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, debemos presentar las obligaciones y definiciones del cristianismo y de la Ciencia divina con suficiente ingenio para que las acepte la gente. Nunca debemos permitir que un sentido de superioridad moral o un celo desmedido por una definición científica substituya nuestro afecto, nuestro profundo amor semejante al Cristo, por aquellos a quienes queremos llegar con nuestro mensaje. El Apóstol Santiago lo expone concisamente en su epístola: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”. Sant. 1:27;
Ya hemos visto que Jesús, al conversar con sus discípulos, rechazó la opinión popular que lo consideraba como una clase de médium. Insistió en que sus discípulos reconocieran que había manifestado en su ministerio el poder del Cristo, la idea espiritual del Amor. La Sra. Eddy comenta sobre el particular cuando escribe: “Anhelando ser comprendido, el Maestro repitió: ‘Pero vosotros ¿quién decís que soy?’ ” Y luego en el párrafo siguiente la Sra. Eddy agrega: “Con su impetuosidad acostumbrada, Simón contestó por sus hermanos, y su respuesta expuso una gran verdad: ‘¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!’ Esto es: El Mesías es lo que has declarado, — Cristo, el espíritu de Dios, de la Verdad, la Vida y el Amor, que sana mentalmente”.Ciencia y Salud, pág. 137;
El reconocimiento de Pedro de que la obra sanadora del Maestro era la manifestación de Emanuel, o “Dios con nosotros”, la manifestación del Cristo, la Verdad, siempre activo, hizo que Jesús expresara: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
Casi al final de su ministerio, Cristo Jesús reveló el propósito de la obra de su vida cuando oró: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti”. Juan 17:1. Jesús conoció la gloria del Amor divino y dedicó su vida a la revelación de la voluntad del Padre. El nuevo mandamiento que exhorta a amarse unos a otros como él los amó fue el legado que dejó a sus discípulos y que reveló la culminación de sus preceptos divinos. Oremos, pues, para que la inspiración de este amor puro y desinteresado caracterice todas nuestras acciones. De este modo estaremos dedicando nuestra vida, nuestros objetivos y nuestros afectos a glorificar a Dios, el bien, y seremos verdaderos seguidores del Cristo.
