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Amor a la semejanza del Cristo

Del número de septiembre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cristo Jesús preparó pacientemente a sus discípulos para la tarea de difundir sus enseñanzas a la humanidad. “Os haré pescadores de hombres”, Mateo 4:19; fue una de sus primeras declaraciones sobre lo que caracterizaría a sus seguidores como activos representantes de su iglesia. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “Jesús estableció su iglesia y mantuvo su misión sobre la base espiritual de la curación por medio del Cristo. Enseñó a sus seguidores que su religión tenía un Principio divino, que echaría fuera el error y sanaría tanto al enfermo como al pecador. No pretendió tener inteligencia, acción, ni vida separadas de Dios. A pesar de la persecución que esto le trajo, utilizó su poder divino para salvar a los hombres tanto corporal como espiritualmente”.Ciencia y Salud, pág. 136;

El Maestro probó por sus obras bondadosas, sanadoras e inspiradas por Dios, que su Padre, o el Principio divino, era la Vida, la Verdad y el Amor. Demostró el Cristo, el hombre espiritual, personificando la naturaleza amorosa y el poder de la divinidad e incluyendo por reflejo el universo del Espíritu. Jesús exigió como norma de conducta humana, que debemos amar a Dios, el bien, supremamente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Por cierto, que el amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo constituye el orden natural del ser en la Ciencia divina. Dios responde por la creación de la naturaleza divinamente amorosa del hombre porque la verdadera consciencia del hombre es el reflejo de Dios.

La ley del Amor, actuando perpetuamente en el hombre verdadero, o espiritual, es la base de la salud, la armonía y la inmortalidad. A medida que la identidad espiritual del hombre es revelada en la Ciencia Cristiana, las cualidades bondadosas del hombre verdadero se revelan en la experiencia humana. Si condiciones discordantes parecieran surgir, o fracasan nuestros esfuerzos por atraer al visitante a nuestra iglesia, es menester que examinemos minuciosamente nuestros pensamientos para estar seguros de que estamos obedeciendo los dos grandes mandamientos sobre los que se basa la práctica eficaz del cristianismo científico.

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