Durante el transitar de los israelitas por la Península de Sinaí, los acontecimientos más grandes que se registran son: el recibimiento de la ley moral dada a Moisés por Dios Mismo y su promulgación en la forma que la Biblia denomina “palabras”, aunque por lo general se las conoce como los Diez Mandamientos.
Aun los pasos preliminares que precedieron al momento cuando los Mandamientos fueron dados por medio de Moisés, sugieren el profundo significado de este acontecimiento. Poco después de la llegada de los israelitas al pie del monte Sinaí, Moisés subió al monte y habló con Dios. Recibió instrucciones de que debía recordar al pueblo de la guía y protección divinas que ya habían experimentado y decirles que si estaban preparados para hacer la voluntad de Dios, ellos serían Su pueblo escogido. Se prepararon durante tres días para recibir el pronunciamiento de Dios, lavando sus vestidos como prueba de purificación (ver Éxodo 19:3–14).
Cuando amaneció el tercer día, había una espesa nube sobre el monte; truenos y relámpagos acompañaban el sonido de una bocina que iba aumentando en extremo, y todo esto agregaba una majestad impresionante a la ocasión. El monte se estremecía; el pueblo temblaba a consecuencia de ello. Los israelitas en conjunto no podían ni siquiera acercarse al monte; pero Moisés fue llamado a la cumbre por la voz de Dios, y él obedeció el llamado sin temor.
Los Diez Mandamientos (o “palabras”) que Moisés escuchó no fueron elegidos por él; sino que, como la Biblia lo indica, él los recibió de Jehová y a su vez fueron proclamados a los israelitas por medio de él. En realidad era lógico que así se hiciera, porque había sido él el que permaneció firme ante todas las dudas y preguntas del pueblo y ante la muy frecuente resistencia a su líder y a su Dios.
Parece que Moisés primero recibió los Mandamientos de Dios (ver Éxodo 20:1), y luego los dio a conocer al pueblo, el que prometió obedecerlos; después se indica que Moisés escribió “todas las palabras de Jehová” (ver Éxodo 24:3, 4).
En el mismo capítulo se relata que él recibió otra orden para que ascendiera al monte para recibir de Dios allí un registro permanente de la ley, en tablas de piedra y, aparentemente, muchos otros estatutos mencionados en el libro del Éxodo. En verdad, Moisés pasó el conocido período de cuarenta días y cuarenta noches en esa elevada cumbre.
Mucho se ha discutido con respecto al agrupamiento de los Diez Mandamientos. Algunos comentaristas ven en los cuatro primeros, instrucciones referentes a los deberes del hombre hacia Dios, poniendo énfasis en Su posición única, Su completa separación de los ídolos o de dioses ajenos, la dignidad de Su nombre, la observancia de Su día de reposo. Ellos son seguidos por un llamado a honrar a nuestro padre y nuestra madre, lo que podría interpretarse como una norma que establece respeto a nuestro Padre-Madre celestial mientras que al mismo tiempo indica la importancia de la honra que se le debe a nuestros padres terrenales.
Los últimos cinco mandamientos son ampliamente aceptados como refiriéndose primordialmente a la manera de proceder del hombre con sus semejantes, denunciando, como lo hacen, males tales como el asesinato, el adulterio, el robo, el perjurio y la codicia.
Cualquiera que sea el método que escojamos para evaluar el importante y permanente mensaje de los Diez Mandamientos, y lo que ellos implican, no hay lugar a dudas de que ellos establecen las reglas básicas de la religión, la moral y la conducta humana que permanecen tan válidas hoy en día como lo fueron en la época de Moisés, el gran legislador, cuyo pensamiento fue lo suficientemente avanzado para recibir y transmitir estas verdades fundamentales para todos los tiempos.
