La historia humana es una saga continua de la lucha de los hombres contra supuestas fuerzas físicas destructoras, sobre las que han tenido, por lo general, poco o ningún dominio. En años recientes los científicos han hecho intentos avanzados para aprender más sobre estas fuerzas y proteger a la humanidad de sus violentos ataques desenfrenados. En la actualidad se ponen en órbita satélites que nos revelan los secretos de la formación de las tormentas, delicados instrumentos predicen la proximidad de olas gigantescas, y sensibles sismógrafos registran terremotos lejanos. Con todo, los científicos poco han podido hacer para mantener bajo control estos fenómenos.
Cristo Jesús vivió en un mundo que tendría que esperar casi veinte siglos para verse beneficiado con los satélites meteorológicos y la producción de lluvia artificial. Aun así, él fue el hombre más científico que jamás haya vivido. El Maestro demostró que el poder espiritual es superior a las fuerzas más terribles de la materia.
No fue el conocimiento avanzado en materia de meteorología o de física lo que capacitó a Jesús para calmar la tempestad o caminar sobre las olas. Más bien fue su conocimiento consciente de las verdades cristianamente científicas que lo capacitaron para ver que todas las fuerzas reales son espirituales y que el Padre celestial las gobierna infalible y armoniosamente. Y puesto que podía percibir las verdades cristianamente científicas tan claramente, dominó las fuerzas carentes de fundamento, ignorantes e hipotéticas para establecer la verdad del ser. Esta verdad es que la Mente divina solamente produce la acción inteligente y armoniosa.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “En la Ciencia divina, las supuestas leyes de la materia ceden a la ley de la Mente. Lo que se ha denominado ciencias naturales y leyes materiales son los estados objetivos de la mente mortal. El universo físico expresa los pensamientos conscientes e inconscientes de los mortales. La fuerza física y la mente mortal son una misma cosa”.Ciencia y Salud, pág. 484;
La ciencia natural no pretende basarse en una causa omnisciente e inmutable. Entonces, si es que vamos a seguir las huellas del Maestro, debemos abandonar el concepto de la mente mortal de que las fuerzas físicas carentes de inteligencia son la causa básica del universo. Sea que la humanidad parezca estar en la Edad de Piedra o en la era atómica, la única realidad del ser, como lo probó Jesús, es el hombre y el universo gobernados por Dios, el bien.
Cuando trabajaba yo a bordo de un barco mercante, tuve la oportunidad de utilizar estas verdades prácticas y demostrables. El buque de carga se encontraba irremediablemente a merced de vientos huracanados de más de ciento noventa kilómetros por hora, en tanto que las muchas islas pequeñas que había en los alrededores hacían que el peligro de encallar fuera inminente. A causa de las malas condiciones del buque, la tripulación estaba muy atemorizada en cuanto a su habilidad de capear la tormenta.
Me retiré a un lugar relativamente tranquilo y oré fervorosamente para que se me revelara el pensamiento angelical correcto que anulara esta aparente discordancia. Yo sabía que el Padre divino le da a cada uno de Sus hijos el poder y el entendimiento para anular toda sugestión del mal.
Recurrí a la Biblia y la abrí al azar. Inmediatamente mis ojos cayeron en las siguientes palabras del libro de los Salmos: “Los que descienden al mar en naves, y hacen negocio en las muchas aguas, ellos han visto las obras de Jehová, y sus maravillas en las profundidades... Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban”. Salmo 107:23-30;
Vi que “el puerto que deseaban” no era ningún refugio situado en una posición geográfica sino una consciencia tranquila y espiritualizada, receptiva a los pensamientos santos del Hacedor del hombre, que destruyen el error. Puesto que estos pensamientos constituían mi verdadera individualidad, sabía que nunca podía estar separado de la guía y la protección infalibles de Dios. Durante toda la noche, mientras el barco luchaba contra la tormenta, me aferré a estas verdades.
A la mañana siguiente, cuando una ola gigantesca amenazaba hacer zozobrar el barco, pude permanecer inmutable. Aunque el buque de carga, pobremente lastrado, navegaba sobre uno de sus costados mucho más allá de su línea crítica de flotación, se enderezó por sí solo al pasar la ola. Hombres de mar de gran experiencia manifestaron su alivio y sorpresa calificando el incidente de milagroso.
Poco después, cuando un tripulante rehusó bajar para hacer su guardia en el cuarto de máquinas, me fue posible ofrecerme como voluntario para reemplazarlo, libre de temor. No pasó mucho tiempo antes de que la tormenta empezara a amainar. Al otro día el barco había reanudado su curso después de haber sufrido sólo daños menores.
Mientras duró la tormenta mi madre y hermanas, aunque vivían a una distancia de más de tres mil kilómetros las unas de las otras, se habían sentido impelidas a trabajar metafísicamente en oración para mí y a solicitar la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana. Para mí, este hecho fue una prueba más de que las fuerzas del bien expresan la Mente que todo lo sabe, que es todo poderosa y que está siempre presente.
En Ciencia y Salud, bajo el título marginal de “Fuerzas falsificadas” la Sra. Eddy escribe: “No hay furia vana de la mente mortal, — expresada por terremotos, vientos, olas, relámpagos, el fuego y la ferocidad bestial, — y esta llamada mente se destruye por sí misma”.Ciencia y Salud, pág. 293; La causa básica de todas las aflicciones humanas es la creencia en un poder aparte de Dios, la creencia que “esta llamada mente” formó al hombre y lo sometió a sus fuerzas ignorantes y destructoras.
Toda falsificación tiene un original que, cuando es reconocido, anula el poder de engañar que se le atribuye a la falsificación. Cuando las fuerzas falsas, que carecen de amor y de mente, tratan de invadir nuestra vida, podemos reconocer su original, el único poder motivador que existe, la omnipotencia de la Mente, y desenmascarar la identidad fraudulenta del mal. Y cuando sabemos que el hombre es uno con la Mente, que está unido a ella, tal como la idea es una con la inteligencia, podemos probar que nunca estamos separados de la seguridad, la sabiduría y la provisión de las verdaderas fuerzas de la Mente.
Bajo el título marginal de “Toda fuerza es mental”, la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Andamos sobre fuerzas. Retiradlas, y la creación tiene que desplomarse. El conocimiento humano las llama fuerzas de la materia; pero la Ciencia divina declara que pertenecen por entero a la Mente divina, que son inherentes a esta Mente, restituyéndolas así a su justo lugar y clasificación”.ibid., pág. 124. Cuando mantengamos nuestra consciencia de acuerdo con estas verdades, se desvanecerán los conceptos equivocados, falsos y materiales sobre la fuerza ante el esplendor de la percepción espiritual. Entonces despertaremos a la armonía inefable del ser ordenado por el Amor, — a la eterna presencia de su fuente divina, y al hecho de que realmente nunca nos hemos alejado.
