Basándose en la infinitud de Dios, la única causa, la Ciencia Cristiana enseña que el hombre no es finito. Este concepto del hombre es enteramente diferente del que los sentidos materiales nos sugieren. “El sentido finito”, dice la Sra. Eddy, “no tiene concepto verdadero del Principio infinito, Dios, o de Su infinita imagen o reflejo, el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 300; El concepto Científico del hombre tiene consecuencias no sólo sorprendentes para la manera común de pensar materialista, sino extraordinariamente prácticas: sana.
Dios no conoce limitación alguna, y lo que Dios no conoce tampoco lo conoce el hombre. El hombre de Dios no es finito. Gran parte de las luchas humanas procede de la aceptación casi universal de lo que, en la Ciencia, es una falsa creencia: que el hombre existe en el espacio material y tiene una identidad delineada y mensurable. En consecuencia, el hombre finito sufre a menudo de lo que podría llamarse problemas de aspiración o ingestión. El individuo dentro de un cuerpo físico parece depender de algunas de las cosas del ambiente que lo rodea y, al mismo tiempo, ser vulnerable a otras. Pero el hombre, la imagen infinita del Amor eterno, no es de ninguna manera esa clase de entidad. Él vive en el Amor.
Por ejemplo, una creencia profundamente arraigada acerca del hombre finito es que su subsistencia y bienestar dependen de la atmósfera que lo rodea. Las personas que aceptan esta creencia pueden sufrir problemas respiratorios. En su aspiración del aire, el hombre finito, compuesto de pulmones, corriente sanguínea, etc., puede, aparentemente, sufrir de la contaminación industrial del aire mismo que parece indispensable para su bienestar. La verdad sanadora, sin embargo, es que el hombre es el producto de la Vida infinita — no un limitado habitante de la atmósfera terrenal — y depende de la Vida para su ser y existencia. La idea del Espíritu es espiritual, y es mantenida en el Espíritu. No está sujeta a problemas respiratorios o gases venenosos. Esto podemos comprobarlo en el mejoramiento de la salud a medida que aumenta nuestra comprensión de que el hombre — morando en el Espíritu — no conoce límites ni imperfecciones. Esto desmaterializa el concepto que abrigamos acerca de nosotros mismos y de los demás. Además, nuestra comprensión más clara de que el hombre vive en el Espíritu puede ayudar a acelerar los métodos que sean necesarios para purificar nuestras ciudades.
El hombre físico y finito necesita ingerir regularmente una cantidad de comida para desarrollarse y tener energía para gastarla. La admisión de este falso concepto acerca del hombre puede hacerlo vulnerable a desórdenes digestivos. En realidad, el hombre, como la expresión ilimitada de la Mente divina, es constituido de ideas espirituales y mantenido y alimentado por ellas solamente. A medida que abandonamos la creencia de que el hombre es un organismo finito, que depende de la ingestión de comida para mantenerse bien, o sea, de elementos de un mundo externo y material, y reconocemos en cambio que somos el hombre de Dios, eliminamos el sufrimiento.
Aparentemente, el hombre finito incluye una consciencia finita. Esta consciencia parece depender mayormente, para su educación y crecimiento, de pensamientos y conceptos obtenidos mediante los cinco sentidos personales, — de lo extrínseco — de la observación, del análisis y de la investigación del mundo que parece estar fuera de esta consciencia finita. De la aceptación de esta creencia pueden provenir dificultades en la habilidad de aprender. La verdad es, en la Ciencia, que el hombre vive y existe como la idea ilimitada de la Mente infinita. A medida que afirmamos — no como una pretensión voluble, sino como la verdad misma del ser — que la consciencia verdadera no se halla en un cuerpo o universo materiales, nuestros estudios serán más productivos y contribuiremos a aminorar la falsa creencia de retardación.
El hombre jamás es finito, sujeto a un siniestro mundo externo. Él es siempre la pura e inmaculada idea del Alma, coexistente con el Alma. La idea ilimitada del Alma, el hombre, florece en la atmósfera del Alma. Este hombre real nunca está sujeto a peligros y contaminaciones asociados con la creencia de que el hombre es un mortal que vive en un ambiente moralmente contaminado, mezclándose con individuos corruptivos y corruptibles.
El hombre corpóreo parece depender de la absorción de luz y sonido materiales para ver y oír. La luz y el sonido procedentes del mundo exterior, captados por el ojo y el oído y luego interpretados por el cerebro, se supone que informan e iluminan. A pesar de nuestra concesión a este cuadro diario, el hecho científico absoluto es que las facultades de ver y oír son del Alma, y que el Alma, Dios, es la fuente y substancia de la única identidad del hombre. Las facultades del Alma nunca se agotan ni se dañan. “Ni edad ni accidente pueden estorbar los sentidos del Alma,” nos asegura la Sra. Eddy, “y no existen otros sentidos reales”.ibid., pág. 214; La Biblia nos dice que Moisés — cuya percepción de Dios como el Yo soy el que soy debe seguramente haber ampliado su sentido de la infinitud de la idea de Dios — “era... de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor”. Deut. 34:7;
Cristo Jesús ejerció dominio sobre la pretensión de que el hombre es una entidad finita y física amenazada por fuerzas externas. Él se enfrentó eficazmente tanto a las multitudes como a las condiciones climáticas hostiles. Sin lugar a dudas su comprensión de la magnitud divina de Dios iluminó de tal manera su discernimiento acerca del hombre que pudo sobreponerse a estas restricciones y peligros. Cada uno de nosotros puede hallar aliento, esperanza y curación en las enseñanzas de la Ciencia Cristiana de que el hombre no es un frágil mortal finito, encerrado en un cuerpo material y amenzado por condiciones o fuerzas externas y dependiendo de ellas. La Sra. Eddy anticipa: “El postrer advenimiento de la Verdad será una idea totalmente espiritual acerca de Dios y del hombre, sin las trabas de la carne, o la corporeidad. Esta idea infinita de la infinitud será, es, tan eterna como su Principio divino”.Miscellaneous Writings, pág. 165.
