El deseo de curación es universal. Miles de personas se hacen examinar por un médico todos los años con la intención de cuidarse bien. Creen que si alguna dificultad se está desarrollando es mejor que se la descubra cuanto antes. Pero el estudiante de la Ciencia Cristiana concibe la salud muy diferentemente — aunque de un modo muy práctico.
El Científico Cristiano ha aceptado el relato de la creación, tal como aparece en el primer capítulo del Génesis, como la verdad respecto al hombre: “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Gén. 1:26;
Un hombre material no puede ser esa semejanza. Dios es Espíritu y una semejanza o imagen refleja a su original y no puede ser algo desemejante a su origen.
La carne, la sangre y los huesos se relacionan sólo con un falso hombre mortal y material. De ahí que, para el Científico Cristiano, un diagnóstico médico no llega a la raíz del problema, sino que meramente indica la exteriorización de las creencias del mundo, aceptadas consciente o inconscientemente como verdaderas, y del pensamiento que uno tiene de uno mismo.
Nuestro cuerpo es una encarnación de nuestro pensamiento. A medida que aceptamos en nuestra consciencia los atributos de Dios — alegría, intrepidez, actividad, integridad, etcétera — y vivimos estas cualidades en nuestra vida cotidiana, tomamos posesión de nuestro cuerpo y empezamos a gobernarlo armoniosamente.
El hombre es espiritual y perfecto porque es la manifestación de Dios. Un concepto espiritual no puede verse con los ojos mortales, palparse con manos humanas o medirse con instrumentos. Para entender la naturaleza de nuestro cuerpo verdadero, debemos mirar más allá del concepto humano hacia el dominio del Alma. Únicamente el sentido espiritual cultivado mediante la oración y un sincero anhelo de comprender a Dios, pueden decirnos cuál es la verdad respecto al cuerpo.
Alguien dijo una vez: “La salud es gracia mental”. Si uno quisiera ser feliz y estar sano no debe sumergirse en las cualidades negativas del pensamiento. Cuando la consciencia está llena de temor, odio o apatía, no lo está de los pensamientos de la Mente divina, porque estos conceptos presuponen la ausencia del Amor, Dios, que es Todo-en-todo. Puesto que Dios es Todo, toda consciencia plena, ¿cuál es el origen de las creencias malas? ¿Qué espacio pueden ocupar si Dios está en todas partes?
La única conclusión lógica es que el mal sólo tiene una supuesta existencia y no puede causar ningún efecto perjudicial.
Muchos médicos concuerdan en que numerosas enfermedades físicas tienen su origen en causas mentales, tales como: ansiedad, tensión o relaciones personales desdichadas. Sin embargo, cuando tratan a un paciente se preocupan principalmente de los efectos físicos y no de las causas mentales. Dejan las causas mentales al psiquiatra, quien también difiere de la Ciencia Cristiana en su tratamiento de la enfermedad. Éste supone que las causas mentales son personales, limitadas, y que tienen que ver con el cerebro, mientras que para el Científico Cristiano la mentalidad verdadera es espiritual, es una expresión de la Mente, el Espíritu.
La verdadera comunicación viene únicamente de Dios, y cuando uno escucha humilde y atentamente la voz callada y suave de la Verdad, escuchará la promesa que Cristo Jesús puso en labios del padre del hijo pródigo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”. Lucas 15:31; La Mente se expresa en ideas, y el hombre individual es una de esas ideas. Toda la energía, fortaleza y vida sin dolor del ser son nuestras si las reclamamos de verdad.
Claro está que tendríamos que someternos a exámenes no ya anuales, mensuales o diarios, sino que en todo momento y constantemente. ¡Examinemos nuestros pensamientos! ¿Se originan ellos en un falso concepto de la existencia, o provienen de Dios, la Mente divina?
Debiéramos preguntarnos: “¿Qué estoy pensando? ¿Estoy aceptando las pretensiones de accidente, de mal funcionamiento o deterioro como parte de mi experiencia? ¿Estoy dejando que ‘las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas’ Cant. 2:15; carcoman la consciencia a tal punto que la materia parezca real y el Espíritu, o substancia verdadera, parezca quimérico o imaginario?”
Ninguna condición discordante está fuera del gobierno de Dios. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La Mente inmortal, que lo gobierna todo, tiene que ser reconocida como suprema en el tal llamado reino físico, lo mismo que en el espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 427;
Hace unos años me apareció en la nariz un pequeño tumor. No me ocupé mayormente de él, creyendo que se iría solo. Todo lo contrario, me fue desfigurando el rostro cada vez más hasta que los cosméticos no podían ocultarlo más. Un día, una persona que había sido enfermera me dijo muy francamente que debía ver a un médico para que me examinara. Esta observación me sacudió y me atemorizó un poco; pero nunca pensé en recurrir a nadie sino a Dios en busca de ayuda.
Puesto que la condición les era evidente a todos y especialmente a mí cuando tenía que mirarme al espejo, tuve que aprender a no dejarme engañar por el cuadro que veía sino a considerarlo como un testimonio falso.
De los muchos pasajes de los escritos de la Sra. Eddy con los que trabajé para liberarme uno me ayudó más que otros, dice así: “Todo lo que los ojos ven es una imagen del pensamiento mortal, reflejada en la retina”.ibid., pág. 479; Esta afirmación me capacitó para comprender que, a medida que purificaba mi pensamiento, ni yo ni nadie podría ver ninguna deformidad.
Es interesante notar que, en los momentos en que me sentía más deprimida por mi apariencia, una de mis nietecitas me dijo la primera y única vez: “¡Tú eres bonita!”
Me di cuenta de que la niña me estaba mirando tal como Dios me había creado y verdaderamente yo era Su expresión perfecta. En muy poco tiempo, fui sanada.
La Sra. Eddy escribe: “Cuando la Ciencia del ser se entienda universalmente, cada hombre será su propio médico, y la Verdad llegará a ser la panacea universal”.ibid., pág. 144.
Bendice, alma mía,
a Jehová,
y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades,
el que sana todas tus dolencias;
el que rescata del hoyo tu vida,
el que te corona de favores y misericordias.
Salmo 103:2–4