¿Se ha encontrado usted alguna vez frente a su máquina de escribir haciendo un esfuerzo por cumplir con una fecha de entrega sin tener la más mínima idea de lo que va a escribir? ¿O le han devuelto un manuscrito para que lo revise y se ha sentado en su escritorio mirando inútilmente su propio trabajo, preguntándose cómo podría mejorarlo?
Muchos de nosotros daríamos una respuesta afirmativa. Ésta es una experiencia bastante común entre los que escriben para alguna publicación o preparan trabajos para sus estudios o negocios.
Sin embargo, existe una solución práctica para este problema y la da el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana. Esto no implica que los que son estudiantes de esta Ciencia sean superiores a los que no lo son. Pero sí significa que existe un instrumento espiritual invalorable al alcance de todos los que están deseosos de aprovecharlo para aprender a extraer de la fuente de inspiración y guía que nunca falla.
La fuente es Dios Mismo, la Mente infinita, omnisciente, como el Apóstol Pablo lo probó en innumerables ocasiones. Él escribió: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!... Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas”. Rom. 11:33, 36; Cuando recurrimos a Dios, humilde y agradecidamente reconociendo que Él es nuestra misma Mente y Vida, el Principio que gobierna todo pensamiento y acción justos, podemos saber y hacer más de lo que habitualmente hacemos. Nuevas ideas acuden al pensamiento y procedemos alegremente a transcribirlas en el papel. En otras palabras, estamos empezando a comprender y probar en parte las habilidades infinitas del hombre como idea divina, viviendo y moviéndose en el todo del Ego eterno.
Hasta donde sabemos, Cristo Jesús escribió poco o nada, pues impartió su mensaje en forma oral. Pero ¿quién en toda la historia fue más receptivo a las buenas ideas que él? O ¿quién enseñó jamás en términos tan lozanos y llenos de vida?
Él había dominado el arte de escuchar. Mediante el continuo comulgar silencioso con su Padre, había apaciguado la inquietud de la personalidad humana, y en la quietud del saber espiritual su pensamiento se volvió receptivo a las dádivas de la Mente. El Maestro dijo: “Según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. Juan 5:30;
El ejemplo de Jesús de escuchar humildemente es una guía para todos. De ella aprendemos que cuando parece que ya no fluyen más ideas, lo peor que podemos hacer es dejar que nuestro pensamiento se inquiete o se vea envuelto en una intensa lucha para forzar la inspiración — ¡cómo si la mente humana fuera el origen del pensamiento verdadero! En vez de sumergirnos en la agitación mental, necesitamos precisamente seguir la dirección opuesta y aquietar así nuestro pensamiento en humilde y confiada comunión con la Mente para percibir con claridad sus mensajes. La Sra. Eddy nos dice: “La Mente demuestra omnipresencia y omnipotencia; pero la Mente gira sobre un eje espiritual, y su poder se despliega, y su presencia se siente en quietud eterna y Amor inmutable”.Retrospección e Introspección, págs. 88–89;
La Ciencia Cristiana nos muestra que lo que parece ser inteligencia en el cerebro, o mente mortal — que trata de insinuarse a sí misma como la consciencia personal del hombre — es el error básico acerca de la Mente y es la razón fundamental de todas las limitaciones de la humanidad. Es esta falsedad la que nos sugiere que no podemos tener ni una sola idea original, que nuestro pensamiento es o demasiado torpe y distraído o demasiado excitado y confuso para funcionar eficazmente. Debemos rehusarnos a aceptar esta sarta de mentiras y abocarnos resueltamente a la tarea de obtener la quietud clara y activa del pensamiento que nos pone en armonía con la única Mente verdadera y sus capacidades. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Un conocimiento de la Ciencia del ser desarrolla las capacidades y posibilidades latentes del hombre. Extiende la atmósfera del pensamiento, dándoles a los mortales acceso a regiones más amplias y más altas. Eleva al pensador a su ambiente natural de discernimiento y perspicacia”.Ciencia y Salud, pág. 128;
¿Y con qué móvil encaramos lo que escribimos? ¿Lo vemos como un instrumento con el que podemos servir a otro o a un grupo, o tal vez ayudar y sanar a miles? ¿Lo consideramos como una oportunidad agradable para comprobar más cabalmente “las capacidades y posibilidades latentes del hombre”? Si estas razones fundamentan nuestro trabajo, entonces podemos reclamar confiadamente la renovación natural y la vitalidad de expresión que fluye de la Mente única. El amor en nuestro corazón abrirá nuestro pensamiento a las comunicaciones sanadoras del Amor divino, y, si fuere necesario, nos inspirará a escribir y volver a escribir nuestro mensaje para que sea claro, y poder así retransmitirlo a los demás de una manera que pueda ayudarlos.
Éste fue el motivo que inspiró la pluma de la Sra. Eddy y la capacitó para ofrecer su descubrimiento en términos tan claros y vigorosos. Ella dijo: “Fui una escritora bajo órdenes”.Miscellaneous Writings, pág. 311. Si aceptamos el espíritu de su declaración para nosotros mismos, también podemos poner por escrito lo que la Mente nos comunica.
