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En 1967, cuando trabajaba en una guardería...

Del número de septiembre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En 1967, cuando trabajaba en una guardería infantil con niños muy pequeños, noté una gradual flacidez en los brazos. Al finalizar la semana tuve que dejar de trabajar. Sintiendo miedo, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera tratamiento. El practicista me tranquilizó hablándome sobre el poder sostenedor de Dios, y me recordó que Dios es bueno y que Dios es Todo, y que el hombre es el reflejo de Dios. Me citó algunos párrafos de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.

En aquel tiempo una maestra de la Ciencia Cristiana me había aceptado para tomar instrucción en clase y tenía que hacer estudios preliminares, además de un largo viaje para llegar al lugar en que recibiría la instrucción.

Comencé a sentir flacidez en las piernas también y tenía gran dificultad para levantarme de la cama. El practicista me visitaba casi todos los días. Juntos estudiábamos y hablábamos sobre la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y me alentaba a prepararme para la clase que tomaría.

Mi hermana, que es enfermera de la Ciencia Cristiana, me ayudaba cuidando de mí en sus horas libres. En una ocasión en que me caí, me ayudó a romper el mesmerismo del temor al reirse del incidente. Éste fue un punto decisivo. Orando mucho y cantando “Andando voy con el Amor” (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 139), comencé a caminar un poquito diariamente. Sabía que cada día traería curación y me apoyaba en Dios cada vez que hacía un movimiento.

El practicista me hablaba de la libertad de acción y ausencia de temor que le pertenecen al hombre como hijo de Dios. Sabíamos que debíamos dar cada paso bajo la dirección de Dios. Un testimonio que apareció en una de las publicaciones de la Ciencia Cristiana nos ayudó mucho. Se trataba de un hombre que se quedó encerrado en un tanque vacío de combustibles en un buque durante un fin de semana cuando todos habían abandonado el astillero. Se obligó a escuchar a Dios y a hacer paso a paso exacta y solamente lo que le fue revelado. Obedeciendo devotamente lo que consideró ser la dirección divina, logró salir.

Poco a poco fui venciendo el temor y mejoré lo suficiente para volver al trabajo después de seis semanas. Mi convicción de que seguiría mejorando y que podría efectuar el viaje reforzó mi progreso. La oración del practicista y la constante expectativa de que obtendría mi completa curación, me sostuvieron.

Cuando llegó el momento de viajar sola y prescindir del amoroso cuidado que me dispensaban en mi hogar, pude hacerlo.

Jamás olvidaré toda la maravillosa experiencia — la curación, el firme apoyo del practicista, la lección aprendida al confiar solamente en Dios para cada necesidad, el aprender a ser perseverante y paciente, y la inspirada instrucción impartida por la maestra.

Estoy agradecida por la Sra. Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, por su dedicación al fundar nuestra iglesia y dar al mundo esta eficaz verdad sanadora, ilustrada por Cristo Jesús.


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