En cierta oportunidad se me manifestó en la cara una severa erupción. Hasta personas poco conocidas me sugerían remedios materiales. Pero yo sabía que la curación genuina exige la espiritualización del pensamiento. Cuando me pareció que mis propias oraciones eran infructuosas, solicité ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana.
El practicista me preguntó si no estaría albergando cierta irritación en mi pensamiento. Protesté diciendo que yo era una persona muy serena y que nunca me molestaba nada. Pero el practicista me respondió con gran bondad y amor: “Si hay alguna irritación le será revelada”.
A la mañana siguiente, cuando iba hacia mi oficina manejando entre un tráfico muy denso, me di cuenta de que me encolerizaba constantemente por la falta de cortesía y la torpeza de los otros conductores. Empecé a luchar para dominar este error. Tenía que aprender a amar a los otros conductores, no por lo que parecían ser a veces sino por lo que eran en verdad — representantes de la Mente divina, Dios, reflejando Su sabiduría y amor. Vi que en verdad eran inteligentes y respetuosos de la ley. A medida que continué con esta forma de pensar, disminuyeron la cantidad de incidentes molestos y descubrí que podía amar genuinamente aun a aquellos que parecían ser víctimas de la impaciencia, del egoísmo y de la rudeza; comprendí que esto no podía ser un hecho acerca de ellos.
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