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En cierta oportunidad se me manifestó en...

Del número de septiembre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En cierta oportunidad se me manifestó en la cara una severa erupción. Hasta personas poco conocidas me sugerían remedios materiales. Pero yo sabía que la curación genuina exige la espiritualización del pensamiento. Cuando me pareció que mis propias oraciones eran infructuosas, solicité ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana.

El practicista me preguntó si no estaría albergando cierta irritación en mi pensamiento. Protesté diciendo que yo era una persona muy serena y que nunca me molestaba nada. Pero el practicista me respondió con gran bondad y amor: “Si hay alguna irritación le será revelada”.

A la mañana siguiente, cuando iba hacia mi oficina manejando entre un tráfico muy denso, me di cuenta de que me encolerizaba constantemente por la falta de cortesía y la torpeza de los otros conductores. Empecé a luchar para dominar este error. Tenía que aprender a amar a los otros conductores, no por lo que parecían ser a veces sino por lo que eran en verdad — representantes de la Mente divina, Dios, reflejando Su sabiduría y amor. Vi que en verdad eran inteligentes y respetuosos de la ley. A medida que continué con esta forma de pensar, disminuyeron la cantidad de incidentes molestos y descubrí que podía amar genuinamente aun a aquellos que parecían ser víctimas de la impaciencia, del egoísmo y de la rudeza; comprendí que esto no podía ser un hecho acerca de ellos.

Por fín llegó el día en que llegué a mi oficina sin haber sentido irritación ni una sola vez. Ese día sentí una paz y alegría de vivir nuevas. Esperaba que la cara se me limpiaría inmediatamente, pero esto no fue así. El practicista me dijo que posiblemente otras formas de irritación necesitaban ser desenmascaradas. Me dispuse sinceramente a descubrirlas.

Descubrí muchas cosas. Tenía la tendencia a ponerme furioso cuando el cajón de la cómoda se atascaba, o cuando la percha de donde había tomado mi chaqueta se caía al suelo, o cuando la llave del garage no entraba bien en la cerradura. Los días siguientes se convirtieron en una aventura para descubrir y arrancar de raíz la más mínima irritación, “las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas” (Cantar de los Cantares 2:15).

Mi experiencia fue una remoción constante de las tormentas del error, a medida que la luz pura de la armonía de Dios que lo gobierna todo las desplazaba.

Pero la irritación en mi cara aún permanecía, y hasta parecía empeorar. Entonces, un día, apenas si pude evitar un accidente con un automóvil que no observó la señal de detenerse y que se atravesó justo en mi camino apareciendo repentinamente por una calle transversal. El tráfico se detuvo y me felicité por la nueva habilidad que había descubierto en mí para mantenerme tranquilo y aun para ver con mejores ojos al que había transgredido las leyes del tránsito. Pero noté que estaba comparando mi comportamiento con el del conductor del auto que estaba a mi lado. Éste desbordaba de rabia por haber tenido que frenar de golpe.

Entonces me di cuenta de que no bastaba con que eliminara mi propia irritación: el Amor universal exigía que no viera irritación en nadie. Puesto que el hombre es la representación de Dios, y nada más, nunca se enfrenta a circunstancias irritantes ni tampoco tiene la capacidad de irritarse. La Sra. Eddy lo define así en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud (pág. 591): “La idea compuesta del Espíritu infinito; la imagen y semejanza espiritual de Dios; la representación completa de la Mente.”

Seguí mi camino, regocijándome en esta perfección completa — mía y de todos; ni siquiera pensé en mi cara. A la mañana siguiente, cuando me miré en el espejo para afeitarme, descubrí que habían desaparecido todas las manchas; mi cutis estaba normal y lucía saludable. Pero esta curación fue un premio pequeño comparado con el gozo de entrar en un nuevo mundo; un mundo sin irritación.

Aún estoy aprendiendo a discernir la perfección de la creación con mayor claridad, y de vez en cuando han aparecido, para ser destruidas, otras sugestiones de circunstancias irritantes. De todas las curaciones que he tenido a través de la Ciencia Cristiana, algunas de ellas muy rápidas, aprecio más esta curación lenta por lo que ha hecho por mi vida diaria.


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