Llena de gratitud, deseo relatar mi curación efectuada por medio de la Ciencia Cristiana.
Mi madre sufría de ataques de abatimiento, y la cuidé durante casi diez años. Lentamente esta tarea me abrumó y hace algunos años sufrí un colapso nervioso. No podía hacer los quehaceres domésticos y mi esposo tuvo que hacerse cargo del trabajo más pesado. Tuve que internar a mi madre en una institución donde la cuidaban. Allí se cayó de la cama y se quebró el fémur. Me sentí culpable porque la había sacado de casa.
Después de haber seguido durante un tiempo un tratamiento médico — que a pesar de todo no me trajo mejoría alguna — y sin saber ya que camino tomar, mi esposo sintió que sólo podía sanarme por medio de la Ciencia Cristiana. Él había conocido la Ciencia Cristiana en su juventud y había asistido a la Escuela Dominical durante algunos años, pero en esa época no se interesaba mucho en sus enseñanzas.
Me sugirió que viera a una practicista de la Ciencia Cristiana. Ella me hizo notar que la enfermedad no tenía nada que ver con el hombre verdadero. Confirmó sus palabras con el versículo bíblico (Gén. 1:27): “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”. Además me dijo que leyera todos los días la lección semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, así como algunos pasajes del libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y artículos de El Heraldo de la Ciencia Cristiana.
Fue de gran inspiración para mí, el siguiente pasaje del libro de texto de la Ciencia Cristiana (pág. 411): “Las causas productoras y bases de toda enfermedad son el temor, la ignorancia o el pecado”. Vi que no hay enfermedad de qué atemorizarse y que la enfermedad es sólo una creencia errónea. Puesto que el hombre es el reflejo de Dios, puede expresar sólo cualidades divinas. La esencia del significado de reflejo fue especialmente clara para mí por las declaraciones que leí en una conferencia de Ciencia Cristiana. Establecían el hecho de que, puesto que Dios es Espíritu, Su reflejo es espiritual. No hay lugar u ocasión en la que el hombre no refleje a Dios. Me di cuenta de que mi aparente enfermedad se había producido como consecuencia de mi entendimiento equivocado y limitado acerca de Dios. Así que tuve que corregir mi falsa comprensión acerca de Él. También tuve que vencer el miedo.
Con mi esposo estudiaba atentamente la lección todos los días, así como los artículos del Heraldo. También cantábamos los himnos de la Sra. Eddy, que tenemos en un disco. Las siguientes estrofas, sobre todo, me dieron fuerza y confianza (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 253):
A Cristo veo caminar,
venir a mí
por sobre el torvo y fiero mar;
su voz oí.
Me asienta firme la Verdad
en roca fiel,
se estrella el bronco vendaval
en su poder.
Apoyada por el trabajo devoto de la practicista, y a medida que tenía una mejor prensión de Dios, mi condición mejoró notablemente. Ahora soy otra vez una persona feliz y libre de la enfermedad. Con respecto a mi madre, todo se resolvió también de la mejor manera. Ahora vive en un hogar donde la cuidan bien y está muy contenta.
Agradezco a Dios con todo mi corazón por las bendiciones recibidas por mí y por mi familia, y por enviarnos al Cristo, el eterno Consolador, que nos dio en forma tan clara y comprensible la Ciencia del Cristo, que nuestro Maestro Cristo Jesús vivió.
Sindelfingen
República Federal de Alemania
