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El festival de primavera

Del número de octubre de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El festival de primavera en la escuela secundaria se celebraría en tres noches consecutivas. Esta noche era la noche de estreno, e Isabel estaba entusiasmada. Ayer todos los participantes, vistiendo pantalones vaqueros, habían ido a limpiar el gimnasio. Las chicas habían hecho sus propios vestidos y los chicos habían preparado la decoración. Isabel y su compañero iban a bailar en seis números que incluían el vals La Viuda Alegre, el vals de Las Flores, y selecciones musicales de la obra “Kismet”.

Eran las siete de la tarde, y aunque el espectáculo no comenzaba hasta las ocho, Isabel estaba ansiosa por ir. La escuela quedaba a una cuadra de su casa. Salió, llevaba en un brazo sus vestidos y en el otro su bolsa con los zapatos y estuche de maquillaje. Al subir apresurada los últimos seis escalones de la escuela, resbaló y cayó. Se le torció un tobillo pero a pesar del dolor pudo levantarse y entrar en el gimnasio antes de que nadie la viese. Comenzó a orar como había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Al recurrir a Dios en busca de ayuda, pensó primeramente en el amor que sentía hacia los participantes y su responsabilidad hacia su compañero. No podía arruinarle las cosas. En oración, Isabel afirmó que su fortaleza y habilidad para actuar estaban bajo la responsabilidad de Dios.

De una manera u otra logró bailar esa noche haciendo pequeñas alteraciones en sus pasos de baile, pero cuando el espectáculo terminó fue necesario que alguien la llevara a su casa. Luego llamó a un Científico Cristiano de experiencia para que la ayudara por medio de la oración, y pronto el dolor se desvaneció. Isabel pudo dormir tranquila esa noche, pero a la mañana siguiente no podía caminar o siquiera apoyar el pie.

Fue obediente a las reglas de la escuela y llamó a sus profesores que estaban en el comité del festival, diciéndoles que no podría asistir a clases pero que estaba segura de que podría bailar esa noche. Les contó lo que había sucedido la noche anterior. Todos fueron muy comprensivos, excepto uno, quien muy enojado le dijo que si ella no iba a la escuela, pero sí al espectáculo esa noche, él no le iba a dar otra oportunidad para que diera el examen que él iba a tomar ese día.

Isabel parecía no tener alternativa. No podía caminar y sentía que necesitaba todo el día para orar. No era simplemente una cuestión de sentirse mejor físicamente. Ella quería percibir al Cristo salvador. Cuán a menudo la Biblia habla de la compasión sanadora de Cristo Jesús que en el sentido divino no significa compadecerse del problema, sino una expresión del amor de Dios disolviendo la mentira llamada sufrimiento. Jesús siempre hacía algo para que la necesidad humana fuera satisfecha.

Cuando la viuda de Naín estaba llorando porque su hijo había muerto — no sólo lloraba por la pérdida de su amado hijo sino porque ya no tenía su único apoyo — las amables y consoladoras palabras de Jesús fueron: “No llores”. Su compasión por la viuda y su hijo se manifestó cuando dijo: “Joven, a ti te digo, levántate”. Lucas 7:13, 14; Se levantó, y Jesús lo entregó a su madre.

Todo aquel día Isabel se aferró a la presencia salvadora del Cristo, la Verdad, especialmente cuando el resentimiento y el temor de fracasar en el examen trataban de obscurecer su pensamiento. Pasó el día afirmando que ni su temor ni el resentimiento hacia ese profesor podían ser parte de su consciencia o evitar que ella lo amara como hijo de Dios. Ya para la tarde estaba bastante bien para caminar y bailar, y para la tercera noche del festival de primavera, Isabel estaba completamente bien. Todo pensamiento sobre la amenaza del profesor había sido borrado de su mente. Isabel nunca tuvo que dar ese examen y aprobó su curso de historia con un 9. El Cristo, la Verdad, verdaderamente la había salvado.

Dos años antes de esta experiencia Isabel se había afiliado a La Iglesia Madre, y una de las cosas que hizo fue memorizar los Artículos de Fe de La Iglesia Madre, según los da la Sra. Eddy en el Manual de la Iglesia. Esta experiencia la ayudó a comprender los Artículos de Fe, incluyendo el cuarto que dice así: “Reconocemos la expiación de Jesús como la evidencia del Amor divino y eficaz, que revela la unidad del hombre con Dios por medio de Cristo Jesús, el Mostrador del camino; y reconocemos que el hombre se salva mediante el Cristo, mediante la Verdad, la Vida, y el Amor, como lo demostró el Profeta de Galilea al curar a los enfermos y al vencer el pecado y la muerte”.Manual de La Iglesia Madre, págs. 15–16.

Ahora Isabel podía reconocer verdaderamente, después de su curación, que el Cristo, la Verdad, la había salvado, la verdad de lo que ella realmente era como la hija bienamada de Dios. Fue salvada del temor y del resentimiento y así obtuvo su curación.

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