El festival de primavera en la escuela secundaria se celebraría en tres noches consecutivas. Esta noche era la noche de estreno, e Isabel estaba entusiasmada. Ayer todos los participantes, vistiendo pantalones vaqueros, habían ido a limpiar el gimnasio. Las chicas habían hecho sus propios vestidos y los chicos habían preparado la decoración. Isabel y su compañero iban a bailar en seis números que incluían el vals La Viuda Alegre, el vals de Las Flores, y selecciones musicales de la obra “Kismet”.
Eran las siete de la tarde, y aunque el espectáculo no comenzaba hasta las ocho, Isabel estaba ansiosa por ir. La escuela quedaba a una cuadra de su casa. Salió, llevaba en un brazo sus vestidos y en el otro su bolsa con los zapatos y estuche de maquillaje. Al subir apresurada los últimos seis escalones de la escuela, resbaló y cayó. Se le torció un tobillo pero a pesar del dolor pudo levantarse y entrar en el gimnasio antes de que nadie la viese. Comenzó a orar como había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Al recurrir a Dios en busca de ayuda, pensó primeramente en el amor que sentía hacia los participantes y su responsabilidad hacia su compañero. No podía arruinarle las cosas. En oración, Isabel afirmó que su fortaleza y habilidad para actuar estaban bajo la responsabilidad de Dios.
De una manera u otra logró bailar esa noche haciendo pequeñas alteraciones en sus pasos de baile, pero cuando el espectáculo terminó fue necesario que alguien la llevara a su casa. Luego llamó a un Científico Cristiano de experiencia para que la ayudara por medio de la oración, y pronto el dolor se desvaneció. Isabel pudo dormir tranquila esa noche, pero a la mañana siguiente no podía caminar o siquiera apoyar el pie.
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