Superado sólo por Moisés, Josué, llamado alternativamente Oseas y Josué (ver Números 13:8, 16), fue el más destacado dirigente de los israelitas durante los prolongados años de prueba y peregrinaje por el desierto. Al igual que Moisés, Josué, el “hijo de Nun”, sin duda nació en Egipto antes del comienzo del éxodo, y mantuvo noblemente la tradición de la tribu de Efraín — nombrada así por el segundo hijo de José— una tribu especialmente bendecida por Jacob, prefiriéndola a la engendrada por el hijo mayor, Manasés (ver Génesis 48:1, 11—14).
En Éxodo 17:9–14, nos es presentada por primera vez la proeza militar de Josué, cuando Israel hizo frente a un ataque encabezado por los amalequitas y Josué fue llamado para reunir las fuerzas de los hebreos y contraatacar a sus enemigos. Su hazaña fue un gran éxito. Alentado por Moisés, quien miraba el combate desde un monte cercano, “Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada”, un triunfo registrado a su favor “para memoria en un libro”.
Más significativo aún fue el desempeño de Josué como “servidor” de Moisés, como su siervo, su hombre de confianza, que trabajó con él en varias ocasiones. Así está claramente implícito que fue Josué quien acompañó al gran Legislador cuando “subió al monte de Dios” para permanecer allí el conocido período de “cuarenta días y cuarenta noches” (Éxodo 24:13–18). Después de esta prolongada ausencia, los dos hombres descendieron del monte juntos; y a medida que avanzaban un extraño clamor, que provenía del distante campamento de los israelitas, se hizo más y más claro. Josué lo interpretó naturalmente como “alarido de pelea” (Éxodo 32:17), pero Moisés, cuyos cánticos son repetidamente relatados en la Biblia (ver Deuteronomio 31:22, 30) y cuyo oído bien podía haber estado afinado con los tonos musicales, dijo: “Voz de cantar oigo yo”. En verdad, fueron cánticos y alborozos conjuntamente con la adoración del becerro de oro lo que encontraron a su llegada. Esto hizo que Moisés destrozara con furia las tablas de la ley y censurara esas prácticas paganas.
La constancia de Josué, junto con el hecho de que a pesar de su juventud no fue tentado en manera alguna a sucumbir a la idolatría, está claramente indicada en el capítulo siguiente, donde leemos explícitamente que “el joven Josué.. . servidor [de Moisés], nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:11). Este tabernáculo en el que Moisés mismo repetidamente conversó con Dios, era reconocido como el centro de las ceremonias religiosas de Israel.
En vista de la consistente lealtad de Josué, no es sorprendente que fuera uno de los doce líderes de Israel seleccionado por Moisés para la difícil misión de reconocer la Tierra Prometida y lograr conclusiones de si podía o no ser invadida y ocupada exitosamente. Josué conjuntamente con Caleb presentaron un informe favorable, sin duda recordando que él y sus soldados ya habían repelido a los temidos amalequitas, y recalcando el hecho de que como Dios estaba a su favor, sus enemigos no tenían defensa, y que ellos mismos no tenían excusas para temer (ver Números 14:9). Esta valiente intercesión de Caleb y Josué les aseguró finalmente su propia entrada a la Tierra Prometida, aunque fue rechazada de plano por los diez espías restantes, quienes, como resultado, perdieron su herencia.
El adiestramiento recibido por Josué de parte de Moisés, combinado con su propio y consecuente valor y espiritualidad y su manifestación del “espíritu de sabiduría” (Deuteronomio 34:9), lo prepararon bien para aceptar su misión otorgada por Dios para suceder al gran Legislador (ver Números 27:18–23).
    